Días azules
Arranca mañana la cuarta semana de este año bisiesto recién estrenado y, mientras transitamos con dificultad la tan tediosa “cuesta de enero”, la realidad empieza a imponerse a nuestra batería optimista de buenos propósitos con la que siempre afrontamos el año nuevo. Al menos ya hemos pasado el “Blue Monday”, el día más triste del año, ese que un psicólogo situó en el tercer lunes de enero mediante una fórmula matemática que sumaba negativamente factores como el clima, las deudas contraídas durante las fiestas de Navidad o el decaimiento de la motivación con respecto a los propósitos planteados para el nuevo año.
Mientras que a nosotros los días azules nos trasladan a los famosos versos de Antonio Machado y a “ese sol de la infancia” que él tanto añoraba, en lengua inglesa todo aquello que tiene que ver con el sentimiento de tristeza y desasosiego se puede resumir en una sola expresión: “to feel blue”, que literalmente se traduciría por “sentirse azul”. Pues bien, en medio de esta paleta de días azules, negros o grises, de “estar de bajona” si se utiliza el lenguaje popular más actual, todo se complica en extremo si a uno le da por leer el periódico o ver el telediario y comprueba como al horror de conflictos olvidados, a la guerra en Ucrania o al genocidio en Gaza pueden sumarse nuevas y peligrosas violencias que podrían hacer de este herido y agotado planeta un lugar aún más inhóspito para muchos de quienes lo habitan.
Los ataques ejecutados por los rebeldes hutíes desde Yemen contra buques en el mar Rojo y la respuesta a ellos en la operación aliada grandilocuentemente llamada “Guardián de la prosperidad” amenaza con extender el conflicto más allá de Oriente Medio, mientras que en Asia se recrudecen las tensiones entre Taiwán y China y se avivan los enfrentamientos entre las dos coreas, con sus hinchas en ambos bandos, comó no, para caldear más el endemoniado ambiente global. Ante semejante panorama, el desánimo puede llegar a convertirse directamente en la desesperanza más absoluta e infinita si el que habla es alguien tan de fiar como el posiblemente nuevo presidenciable Donald Trump para autopresentarse, en estos tristes días del mes de enero, como el único candidato a las próximas elecciones de Estados Unidos capaz de evitar la Tercera Guerra Mundial.
Una escucha esto en boca de quien lo dice y se plantea muy seriamente si no sería lo mejor que cayera ya, de una vez por todas, el tan temido meteorito de grandes dimensiones que acabe, de manera limpia y con el menor sufrimiento para todos, con la especie más dañina del planeta, como ocurrió hace millones de años con los dinosaurios. Yo, que me había propuesto en 2024 no dejarme vencer por la circunstancias y el desaliento ante este mundo enloquecido, llego a la tercera semana de enero pensando ya en el meteorito y con las probabilidades repletas de que este buen propósito de año nuevo se quede en el camino a la primera de cambio.
Hay que reconocer que no me lo ponen nada fácil y precisamente por ello debía de emplearme mucho más en combatir el desasosiego con herramientas concretas que me blinden el ánimo. A estas alturas de la película lo más urgente y necesario sería aplicarme con ahínco el cuento de la llamada plegaria de la serenidad, esa que se atribuye a San Francisco de Asís y que le pide a Dios calma para aceptar las cosas que no se pueden cambiar, valor para transformar las que sí se pueden y sabiduría para reconocer la diferencia entre ambas.
Además, para combatir estos días azules, negros o grises, hay que entregarse de lleno a nuevas ilusiones y para eso, hay que renococerlo, nada mejor que ser carnavalero y haber empezado ya en Navidad a calentar motores para ser capaces de disfrutar como nadie del mes más tristón del año entre preparativos de disfraces y ensayos de comparsas o chirigotas con mariposillas en el estómago. El Carnaval es sin duda alguna el antídoto más eficaz contra la tristeza de los fríos meses de enero y febrero, porque nadie duda de que reunirse con amigos es siempre la mejor terapia en cualquier fecha del año y más si, como sucede en esta fiesta, todo ronda en torno a la crítica, el humor y la creatividad para lograr el digno propósito de alegrarnos la vida y de paso alegrarsela a los demás. Ya lo dijo Celia Cruz: “Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval, que es más bello vivir cantando. Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando .... ”.