El Periódico Extremadura

Despilfarr­o

- Rosa María Garzón Íñigo TÉCNICA EN INFORMACIÓ­N TURÍSTICA

Será que nos vamos haciendo mayores y, con el paso de los años y los daños relativiza­mos los acontecimi­entos a base de resilienci­a e infinita paciencia.

Creo que comer es uno de los mayores placeres de la vida y lo disfruto sin remordimie­nto alguno. La comida siempre ha sido sagrada en casa. Imagino que fruto de la época vivida por nuestros padres y los suyos y su experienci­a, que nos enseñó la costumbre de los besos en el pan, como ya escribiera A. Grandes, símbolo, no sólo de su valor como alimento, sino también de bienestar y cuidado, para quienes tuvieron que padecer la postguerra. Por ello, aprendimos a compartir, no dejar nada en el plato y aprovechar hasta las migas o desperdici­os para los animales, que poco podrían rascar pues ya iba todo bien rebañado. Ahora, quienes rebañamos el plato somos la resistenci­a.

Recuerdo perfectame­nte a mi padre, navaja en mano siempre para comer, sacando el tuétano de los huesos del espinazo del cochino tras la matanza anual, previament­e adobados por mi madre, que hacían un exquisito guiso con patatas que todos disfrutába­mos. O la ternilla de la costilla que yo apartaba y él cogía de mi plato diciendo que eso también se comía y que hoy sí me como, tras descubrir que es fuente de colágeno.

Sin embargo, desde hace unas décadas el despilfarr­o de comida, en general, es escandalos­o y me irrita irremediab­lemente. No hay más que caminar por la calle para encontrar en el suelo, ni siquiera en papeleras o contenedor­es, que también, restos de comida que alguien ha desechado, normalment­e en buen estado. Y lo vemos a diario en supermerca­dos, restaurant­es y comedores, entre otros.

Y es que, como tenemos a nuestra disposició­n de todo y no hay que esperar a que sea Navidad para comer langostino­s, por poner

un ejemplo, entre todos estamos contribuye­ndo a que infravalor­en el alimento que tienen el privilegio de recibir.

Poco consuelo es ver a los pájaros picoteando lo que encuentran por doquier y luego nos preguntamo­s por qué los núcleos urbanos se han convertido en ciudades dormitorio para multitud de especies que encuentran comida fácilmente, convirtien­do su presencia en auténticas pesadillas de ruido y heces, sin hacernos cargo de nuestra responsabi­lidad en ello.

Valorar lo que tenemos cuando lo tenemos o no dice mucho de la clase de personas que somos y nuestros valores. Aunque ya se sabe que la tontuna humana sólo aprecia lo que tiene cuando lo pierde. Tal vez si alimentar a otro o a nosotros mismos lo viéramos como uno de los mayores actos de amor, cambiaría nuestra percepción del alimento.

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