Despilfarro
Será que nos vamos haciendo mayores y, con el paso de los años y los daños relativizamos los acontecimientos a base de resiliencia e infinita paciencia.
Creo que comer es uno de los mayores placeres de la vida y lo disfruto sin remordimiento alguno. La comida siempre ha sido sagrada en casa. Imagino que fruto de la época vivida por nuestros padres y los suyos y su experiencia, que nos enseñó la costumbre de los besos en el pan, como ya escribiera A. Grandes, símbolo, no sólo de su valor como alimento, sino también de bienestar y cuidado, para quienes tuvieron que padecer la postguerra. Por ello, aprendimos a compartir, no dejar nada en el plato y aprovechar hasta las migas o desperdicios para los animales, que poco podrían rascar pues ya iba todo bien rebañado. Ahora, quienes rebañamos el plato somos la resistencia.
Recuerdo perfectamente a mi padre, navaja en mano siempre para comer, sacando el tuétano de los huesos del espinazo del cochino tras la matanza anual, previamente adobados por mi madre, que hacían un exquisito guiso con patatas que todos disfrutábamos. O la ternilla de la costilla que yo apartaba y él cogía de mi plato diciendo que eso también se comía y que hoy sí me como, tras descubrir que es fuente de colágeno.
Sin embargo, desde hace unas décadas el despilfarro de comida, en general, es escandaloso y me irrita irremediablemente. No hay más que caminar por la calle para encontrar en el suelo, ni siquiera en papeleras o contenedores, que también, restos de comida que alguien ha desechado, normalmente en buen estado. Y lo vemos a diario en supermercados, restaurantes y comedores, entre otros.
Y es que, como tenemos a nuestra disposición de todo y no hay que esperar a que sea Navidad para comer langostinos, por poner
un ejemplo, entre todos estamos contribuyendo a que infravaloren el alimento que tienen el privilegio de recibir.
Poco consuelo es ver a los pájaros picoteando lo que encuentran por doquier y luego nos preguntamos por qué los núcleos urbanos se han convertido en ciudades dormitorio para multitud de especies que encuentran comida fácilmente, convirtiendo su presencia en auténticas pesadillas de ruido y heces, sin hacernos cargo de nuestra responsabilidad en ello.
Valorar lo que tenemos cuando lo tenemos o no dice mucho de la clase de personas que somos y nuestros valores. Aunque ya se sabe que la tontuna humana sólo aprecia lo que tiene cuando lo pierde. Tal vez si alimentar a otro o a nosotros mismos lo viéramos como uno de los mayores actos de amor, cambiaría nuestra percepción del alimento.