La `crisis' de las bolitas
La errónea creencia de que las acciones individuales tienen más y mejores efectos que las colectivas
El magistral ensayo `El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte', de Karl Marx, comienza con una de las afirmaciones más célebres del filósofo alemán quien, completando la reflexión de su maestro Hegel, dijo que los «grandes hechos» de la historia que acontecen dos veces, lo hacen, la primera vez «como (gran) tragedia», y la segunda, «como (lamentable) farsa».
Algo así podríamos decir del vertido de diminutas bolitas de plástico en las costas de Galicia, recordando el catastrófico derrame de petróleo del Prestige en 2002.
El casi cuarto de siglo que media entre aquello y esto ha servido para que la sociedad y, por tanto, también la política, experimenten un deterioro de tal categoría que las escasas lecciones que se extrajeron sean hoy, también, desechos en la playa de un país donde se imponen la inercia, la simulación y el más estrafalario de los ridículos.
Cada vez que veo en televisión a bienintencionadas personas separando microgránulos de plástico de entre los microgránulos de arena, los ojos se me abren como platos y mi capacidad de entendimiento se atrofia por completo. Me pregunto si ninguna de esas personas comprenderán que están perdiendo el tiempo en una tarea materialmente imposible y, lo que es más grave, que están legitimando a las instituciones a las que critican.
Desde que las bolitas cayeron al mar —hace ya dos meses— es imposible —cuando digo imposible, quiero decir materialmente imposible— saber cuántas llegaron a las costas gallegas, cuántas acabaron en el estómago de animales marinos, cuántas fueron arrastradas hacia el lecho por otros objetos o animales, y cuántas llegaron a alta mar o a otras costas. Una parte importante de ese vertido, quizá la mayor, ni siquiera se sabe dónde está.
Por otro lado, los últimos datos ofrecidos por la administración gallega cifran en 3.450 kilos de bolitas recogidas, mientras que, durante las tareas de limpieza, se han recuperado también 9.600 kilos de otros plásticos. Plásticos que estaban ahí mucho antes que las bolitas y a los que nadie parecía prestar atención. O, dicho de otra manera, se han recogido tres veces más otros plásticos que bolitas, que estaban esperando que alguien los recogiera y que nadie los habría recogido si no hubieran visto en la tele lo de las bolitas.
Recoger bolitas de plástico entre granos de arena es casi como encontrar agujas en un pajar, pero cientos de personas han entendido que merecía la pena. Si toda la energía individual y todo el tiempo empleado por todas esas personas se pusiesen al servicio de censurar y modificar el funcionamiento de las instituciones, es seguro que el resultado sería mucho más eficaz y duradero que deshacerse, como mucho, del veinte por ciento de un vertido en su mayoría irrecuperable.
Una de las líneas principales de deterioro de la sociedad contemporánea consiste en la errónea creencia de que las acciones individuales tienen más y mejores efectos que las acciones colectivas. Así que cada persona, cada individuo, animado por el biempensante impulso de contribuir a la salvación del planeta, y jaleado por empresas de comunicación e instituciones encantadas de perpetuar el statu quo bajo tal ingenuidad, dedica sus horas libres a recoger bolitas en la playa, en vez de dedicarlas a obligar a las instituciones a que desarrollen políticas públicas adecuadas.
Al mismo tiempo, los líderes de los partidos—de esa partidocracia que ha convencido a la gente de lo bueno que es que pasen su tiempo libre recogiendo bolitas en las playas gallegas— se echan los trastos a la cabeza para ver quién tiene la culpa. ¿La culpa de qué? Eso da igual. La culpa es solo un elemento abstracto que sirve para marcar agenda política, para construir relato, que es la materia etérea de la que se hacen nuestras pesadillas políticas.
No sabemos cuánto durará la farsa, pero sí sabemos que mientras los denodados ciudadanos recogen bolitas bajo la perspectiva políticamente correcta de lo que es su deber, cualquier millonario del mundo contamina, con uno solo de sus viajes en avión privado quizá para recoger a su perro en otra ciudad, miles de veces más que todas las bolitas que ya se hayan tragado los peces y que, en parte, nos acabaremos tragando también nosotros.
La culpa es solo un elemento abstracto que sirve para marcar agenda política, para construir relato, que es la materia etérea de la que se hacen nuestras pesadillas políticas