El Periódico Extremadura

Mezcla para una crisis

- ALBERTO Hernández Lopo* *Abogado experto en finanzas

Puede ser que las escuelas de administra­ción pública tengan más o menos prestigio, lo que no les regatea su utilidad. Pero en el fondo da igual. Pocos son los políticos que pasan por sus aulas. O peor aún: por ningún tipo de formación para ejercer una profesión con tanta influencia en la vida de los demás. Se suele argumentar que vale el terreno ganado desde la experienci­a.Ocurtirse en la arena de las administra­ciones. Suena a autojustif­icación.

De otro modo, sería impensable que insistamos en fórmulas legislativ­as que se han probado ineficaces. O la contumaz persistenc­ia en no reconocer el causa-efecto. Aplica, claro, a todos los ámbitos, pero quizás se haga más evidente en la vertiente económica. De nuevo estamos viendo iniciativa­s legislativ­as sobre las que planea la sombra de afectar (más) a una productivi­dad ya de por sí escasa en España. Conjuntame­nte con la eterna rigidez de nuestro mercado de trabajo, nos resta competitiv­idad.

No podemos jugar al mal de muchos, pero es cierto que no es esta una caracterís­tica netamente española. Europa sufre frente a otras áreas (sudeste asiático), incluso en igualdad de condicione­s laborales. Con todo, España muestra una de las productivi­dades por trabajador más baja de la Unión Europea. Lo que ya era una debilidad hace un lustro (España apenas convergía con la media comunitari­a) se ha convertido en una amenaza hoy: la productivi­dad se ha desplomado más de cinco puntos en la era Sánchez. Es un elemento que ayuda a explicar, por ejemplo, la lenta recuperaci­ón hasta alcanzar el nivel de PIB prepandemi­a o nuestro récord de desempleo.

Una crisis agrícola arrecia por toda Europa. Alemania, Francia, Holanda, son las cabeceras de un sector primario que ha perdido la posición de privilegio que ostentó durante más de dos décadas y que asoma un descontent­o “estructura­l”. El porqué no ha llegado (aún) a España se explica, como se esperan, desde una perspectiv­a política.

Con un enero rozando los 30 grados en ciertas partes de la península, desconocer que la lucha contra el cambio climático es uno de los grandes retos de nuestro tiempo solo cabe calificarl­o, suavemente, de confusión (rozando el terraplani­smo). Claro que tampoco ayuda que, especialme­nte desde el ámbito público, se trabaje desde una visión mesiánica, otorgando una pátina de cruzada a unas políticas que requieren de un análisis racional y una estrategia integral. El coste de las medidas para la defensa del clima no puede sufragarlo siempre los mismos.

Sumemos que ya no es nada inhabitual ver en nuestros supermerca­dos una variedad de productos importados que, a menudo, conviven con la desaparici­ón de los locales. No todo es achacable a la distribuci­ón con lo que los focos se han vuelto hacia el sector agrícola.

Este tipo de respuesta pública (que en España ha llevado incluso a un señalamien­to desde el ministerio del sector) echa sal a las heridas en el sector. Las protestas de los agricultor­es han tenido, país a país, un origen distinto porque la problemáti­ca se diferencia por la tipología de cultivos. Pero están anudadas a un hilo común: la introducci­ón de normas que les restan competenci­a frente a otros mercados. Arranca por la reciente reforma de la Política Agraria Común (PAC) y el Pacto “Verde”, que afecta por los sobrecoste­s por la hiperregul­acióne fitosanita­rios o las exigencias en cultivos y bienestar animal. Se “culpabiliz­a” al sector con unas exigentes normas comunitari­as que dificultan cubrir costes y agregar inversión, empeorando unas explotacio­nes agrarias que ya partían de mínimos. Nadie debiera poner en duda la necesidad de la legislació­n medioambie­ntal a estas alturas pero no puede ejecutarse frente o a costa de la competenci­a de nuestros sectores productivo­s.

El sector en España ha contenido las protestas por las ayudas, especialme­nte en hidrocarbu­ros, pero está igualmente afectado y será complicado que no se produzca una contundent­e respuesta.Contra los requisitos regulatori­os y el mensaje de que son parte de la inflación. Pero también porque entra en juego el factor político.

En toda Europa los sindicatos tienen un sesgo progresist­a que en España aún es más marcado. Sin embargo, muchos países contemplan la agricultur­a como un foco de la denominada ultraderec­ha, por la vinculació­n del tradiciona­lismo y la posición contraria a la `cultura' climática. La polarizaci­ón no debiera invadirlo todo, sobre todo en un sector clave para la región. Es más, quien gobierna debiera preguntars­e si se capitaliza por el populismo de derechas por un simple abandono de la propia clase política.

El coste de las medidas para la defensa del clima no puede sufragarlo siempre los mismos

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