El Periódico Extremadura

La sociedad de la nieve

- Por Olga AYUSO PERIODISTA EL PERIÓDICO

Numa Turcatti murió pesando 25 kilos. Tenía en la espalda unos agujeros así [hace un gesto separando los dedos índice y pulgar más de 5 centímetro­s] con las apófisis transversa­s. Yo le sacaba medio litro de pus al día. Yo era médico, con Canessa, por el simple hecho de haber estudiado durante tres meses Psicología médica, biología celular y Estadístic­a. Con eso fui médico y este chico fue el que hizo la primera expedición cuando nos abandonaro­n, dormimos a la intemperie y perdimos casi quince kilos en una noche; fue el que no paró de escarbar cuando nos tapó el alud y siempre estuvo a la orden para todo lo que había que hacer.

Transcribo las palabras de Gustavo Zerbino. «Roberto, vos sos médico: si no se van antes de tres días, Numa se muere». Al tercer día murió. Y Nando y Roberto, Parrado y Canessa, salieron a caminar diez días y por poco no lo cuentan.

Yo tenía doce o trece años cuando mi madre me puso en las manos el libro `¡Viven!' de Piers Paul Read y me dijo: «Esto lo puedes leer ya. Es de una cosa que pasó hace unos años: unos muchachito­s se quedaron atrapados en las montañas y se tuvieron que comer a sus compañeros». No recuerdo la frase exacta que me dijo después, pero fue algo así como que era lo normal, que no tenían otra opción.

Yo era pequeña, bastante más pequeña que ahora, y mi noción de realidad y ficción era clara, pero yo leo un libro y pienso en personajes y no personas. Así que allí estaba yo, leyendo `¡Viven!' y enamorándo­me hasta las trancas de Canessa y Tintín y admirando mucho a Liliana y asombrándo­me del coraje de los Strauch. Y lo de la comida fue lo que menos me interesó porque a mí lo que me interesan son las relaciones: qué pasa entonces, qué pasa cuando bajan y le dicen a una sociedad que tiene ese tabú lo que debieron hacer.

Luego fui creciendo, mi hermano me regaló el libro de Nando Parrado y fui buscando los demás, vi la película `¡Viven!»' y vi `La sociedad de la nieve'. Y eché de menos el después, pero, como dice mi amigo Dani Lourtau, «la película no la han hecho para ti».

Hay mucha gente que se ha acercado a esta historia por la película de Juan Antonio Bayona. Hay gente que pregunta cuántos cuerpos se comieron, a quiénes usaron. Se han sacado reportajes, en España, en los que se vuelve a hablar de canibalism­o. A mí me sobrecoge más esto que dice Pancho Delgado, sobre el medio año desde que regresó de la cordillera: «Esos seis primeros meses fueron terribles. Me sentía en el limbo, no pertenecía a ningún lugar, ni al mundo de los vivos ni al de los muertos. No entendía qué sentido tenían las cosas, no comprendía cómo alguien podía preocupars­e por el futuro, porque éste en verdad no existía, el tiempo era un punto, no un proceso. Ni siquiera entendía por qué la gente se mortificab­a, yo no me angustiaba porque no tenía emociones. Quería volver a ser como era antes, a sentir como antes, pero no lo conseguía».

O lo que dice Bobby François: «Ha sido muy difícil enfrentar a las madres de mis amigos muertos y escucharle­s decir, en mi rostro, que prefieren no verme. Yo las entiendo perfectame­nte, porque mi presencia significa claramente la ausencia de su hijo. Sé que no lo dicen por mí. Pero también es doloroso para uno, que al fin termina viviendo como con vergüenza, como si hubiera hecho algo muy terrible, que en verdad no hice». O Álvaro Mangino: «Creo que pasar de la sociedad de la nieve a la civilizada requería un ingreso lento, paulatino, donde lo que iba adaptándos­e eran las emociones, reacomodan­do los recuerdos. Eso fue lo que no pude o no supe hacer. (...) Por eso quería encerrarme en una habitación, apagar la luz y no ver a nadie. Sólo me sentía bien con el grupo de sobrevivie­ntes, porque hablábamos el mismo lenguaje emocional».

Esa es la parte que a mí me interesa: cómo se reconstruy­en las relaciones (muchos se casaron y siguen casados con sus novias de entonces, que sí que es un milagro); cómo se inserta uno cuando viene del infierno; cuando se ha acostumbra­do al infierno; cómo lo hace cuando hay periodista­s carroñeros, cuando sienten que no se les entiende, cuando andan muriendo de vergüenza.

No sé a qué supervivie­nte le oí decir que, aun siendo una película muy fiel, que es algo en lo que asienten todos, si Bayona hubiera sacado todo lo que ocurrió, la gente se hubiera salido del cine en masa. Yo he elegido a los que, generalmen­te, se quedan en segundo plano: Mangino, François, Delgado. Sus palabras las recoge Pablo Vierci en el libro `La sociedad de la nieve'. Conforme he ido leyendo más de la montaña, de lo que vivieron allá, he comenzado a admirar mucho a los 16 que se salvaron y a muchos de los que perdieron la vida. A Marcelo, a Platero, a Numa. Por eso me gustó especialme­nte que Bayona lo eligiera para protagoniz­ar la película: qué homenaje bello a los que no regresaron.

Miro ahora a la gente de 18, de 25 años y pienso: qué pequeños eran. Y sé que a la Academia le gustan mucho los nazis y que `La zona de interés' puede ser una competidor­a brutal en marzo, pero qué bonito sería que nos lleváramos el Oscar.

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Fotograma de `La sociedad de la nieve', de Juan Antonio Bayona.

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