El Periódico Extremadura

«Aún no sé por qué estoy vivo»

- SUPERVIVIE­NTE DEL HOLOCAUSTO Navarro ENTREVISTA­DO POR... NÚRIA

Tiene adherido el terror nazi en la piel, pero este vitalista judío sefardí no pierde un minuto en regodearse en la crueldad que le infligiero­n a él y a su familia. Peter René Pérez (Viena, 1936) siempre ha preferido cultivar la esperanza. Invitado por el Centro Sefarad-Israel, ha compartido su testimonio en el Senado con motivo del Día Internacio­nal en Memoria de las Víctimas del Holocausto.

– El paso del tiempo no lo cura todo.

– No. Pero estoy vivo, cuando la mayoría de los chiquillos judíos, gitanos, republican­os e hijos de anarquista­s que estuvieron conmigo en el campo de Rivesaltes, al norte de Perpiñán, murieron siendo niños. Aún no sé por qué estoy vivo.

– Tenía 2 años cuando la Gestapo se ensañó en Viena. ¿Cómo era la vida horas antes?

Mi padre y mi tío tenían una flota de taxis. Vivíamos con mi bisabuela, una mujer respetada en la comunidad sefardí que solo hablaba ladino y bailaba sobre la mesa haciendo sonar las castañuela­s. Llegó la noticia de que la Gestapo venía a buscarnos, y mi padre y mi tío huyeron a Holanda con lo puesto y sin pasaporte. Como no les dejaban entrar, buscaron en un listín un apellido sefardí, llamaron y resultó ser el líder de la comunidad holandesa, que les facilitó medios para llegar a París. Mi hermano, ocho años mayor que yo, pudo salir en un convoy de niños.

– ¿Y su madre, y usted?

Como mi madre era católica, confiaba en que estaríamos a salvo. No fue así. El portero de casa, que antes había ayudado a mi madre con la compra, apuntó a mi cabeza con un Mauser mientras ella me sostenía en brazos. «Si no me das todo el dinero, le voy a volar los sesos a este niño hijo de una puta de judío». Huimos también.

– Se reunieron en París, donde no tardarían en llegar los nazis.

– Mi padre trató de conseguir plazas en un barco rumbo a Latinoamér­ica, y mi madre, mi hermano y yo salimos a pie en dirección al sur de Francia, junto a miles de desplazado­s, perseguido­s por la metralla lanzada desde los aviones en vuelo rasante. Los cuerpos caían a nuestro alrededor. De repente, un jinete senegalés del Ejército francés saltó del caballo sobre nosotros. Creímos que nos atacaba, pero nos tapó con su cuerpo y nos salvó, resultando él herido.

Sin embargo, no se libraron.

– Regresamos a París y, de camino, fuimos arrestados y llevados en trenes a varios centros de internamie­nto hasta que, en febrero de 1941, acabamos en el campo de Rivesaltes. Me separaron de mi madre, a la que solo vi tres veces en año y medio. Hacía frío, tenía hambre, encontré el cuerpo de un amigo gitanillo, Paco, que siempre me decía: «Tranquilo, esta noche vendrá tu mamá».

– El destino de los judíos del campo era su deportació­n a Auschwitz.

– Entre agosto y noviembre de 1942, más de 2.000 salieron en convoyes. Nos salvamos porque buscaban mano de obra para la mina de carbón de La Caunette. Unos compañeros de mi padre falsificar­on sus papeles y él pudo rescatarno­s. Aun así, yo estaba muy mal. «Deja que el niño muera en los brazos de su madre», le dijo un médico a mi padre. Pero él, que había sido boxeador amateur, puso su enorme puño en mi pecho y dijo: «Después de todo lo que hemos pasado, no puedes morir». Volvimos a Viena en 1948, aunque hasta los 30 años arrastré problemas de salud.

Rehizo su vida de una manera singular.

– Conseguí sacar un doctorado en Física y construir una familia, y he dedicado parte de mi vida a una búsqueda musical.

Ahí llega la singularid­ad.

– En Rivesaltes no tenía forma de comunicarm­e con mi madre, pero los niños gitanos lo hacían cantando por fandango. «Tengo miedo, mare», «está oscuro». El cante me perseguía, y lo siguió haciendo en Viena. Empecé escuchando música latina, hasta que el gaditano Francisco Guerrero, el Niño de la Cava, de Paterna de la Rivera, me regaló un cante que hablaba del hambre. Sentí alivio en el corazón. Desde hace más de 25 años viajo a Paterna. El documental Pepi Fandango, de Lucija Stojevi , cuenta la historia.

– El antisemiti­smo vuelve a enseñar la zarpa en Europa.

– Me preocupa la reaparició­n de viejas ideas, pero, pese a que las cosas vayan mal, hay que tener esperanza y luchar por un mundo mejor todos los días. Solo que antes era un poco más fácil saber de qué lado estar, quién era el bueno y quién, el malo.

– El Tribunal de La Haya ve indicios de «genocidio» en la guerra contra Gaza.

– Mire, tengo 87 años y no soy un político. No puedo extender una receta para un problema que considero que es de la humanidad entera. Lo que pasa en Israel y en Gaza es claramente una tragedia y, lo peor, no veo un liderazgo que intente evitar más tragedia. Creo, humildemen­te, que la solución pasa por los dos estados.

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JOSÉ LUIS ROCA

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