Cuando provocar sale gratis
Vivimos un tiempo en el que todo se difunde, se analiza y se comenta. Todo, o al menos lo que viene bien a los medios o a los creadores de tendencias. Y en ese bloque entra incluso todo lo que tiene que ver con las creencias y los sentimientos, que muy a menudo son dirigidos hacia un destino u otro según interese avivar polémicas o silenciar temas.
Parece ser que se puede opinar de cualquier cosa, o depende, porque hay temas que digas lo que digas te van a suponer críticas, amenazas e incluso aversiones (recuerden a Rushdie, JK Rowling, incluso a la Extxebarría), mientras que sobre otros asuntos cualquiera osa dar su visión o su análisis feroz porque saben que sale gratis.
Uno de esos asuntos «abiertos» es la religión, por supuesto la católica, que se somete al escrutinio, escarnio y burla por personas no creyentes y a los que en principio no afectaría en absoluto, aunque ya se sabe que no hay meapilas más sectario e intransigente que un ateo militante.
Acababa de salir el cartel anunciador de la Semana Santa de Sevilla, reconocida nacional e internacionalmente, y en cuestión de minutos se llenaron las redes de todo tipo de comentarios, que provenían mayoritariamente de personas orgullosas de hacer patente su alejamiento y desprecio a la religión.
Desde luego la Semana Santa es un evento que va mucho más allá del aspecto religioso y se imbrica con elementos turísticos, económicos y sociales, pero parece que se olvida que, bajo tanta parafernalia y más allá del folclore y lo festivo, subyace la creencia en la Pasión y Resurrección de Jesucristo, y que cuando se hace burla, se ridiculiza o se insulta, se está atacando el sentir y una parte muy importante (trascendente) de la existencia de personas cuyas creencias puedes o no compartir, pero que son más que respetables.
No sé por qué resulta tan comprensible el dolor ante la burla de los trajes regionales o las tradiciones de Moñigos de Arriba, porque se atacan los legítimos sentimientos de un colectivo identificado con una manera de vivir y, sin embargo, es tan habitual la parodia de las vírgenes o de las procesiones por el simple hecho de no ser católico.
Será que gusta opinar, provocar y escandalizar, más cuando se sabe que no hay peligro de venganza cruenta, como desgraciadamente ocurre con otras religiones y «costumbres» que no son precisamente tolerantes con ciertas opiniones, ni aunque se expresen en forma de viñeta de cómic en francés.
La burla a las creencias religiosas, especialmente la religión católica, no es algo nuevo, es tan viejo como el cristianismo. Pero al menos en otros tiempos tenía algo de ingenio y gracia, y no respondía a complejos, resentimientos y adolescencias mal resueltas.