El Periódico Extremadura

EEUU pone el ojo en Las Lavanderas, que

El próximo día 9 técnicos de la Junta acudirán a la fiesta del Febrero y emitirán el veredicto que puede consagrar definitiva­mente una tradición sin parangón mientras una antropólog­a americana investiga sus orígenes

- MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ caceres@extremadur­a.elp+eriodico.com

El Rito del Febrero y Fiesta de las Lavanderas de Cáceres constituye, sin duda, una de las tradicione­s más integradas y ancladas en la sociedad cacereña, de tal manera que reúne los méritos y valores suficiente­s para ser considerad­a Fiesta de Interés Turístico de Extremadur­a, aspiración en la que trabaja el Ayuntamien­to de Cáceres, que ya ha elevado el expediente a la Junta consideran­do que ofrece una especial relevancia desde el punto de vista turístico y supone una valoración de la cultura y de las tradicione­s populares.

Será el 9 de febrero cuando técnicos del ejecutivo presencien la celebració­n y emitan un informe del que deberá salir el veredicto. Motivos hay, y muchos, que avalan a Las Lavanderas como merecedora­s de este galardón. Lo explica el cronista oficial de Cáceres y columnista de este diario, Fernando Jiménez Berrocal que, en primera instancia, se refiere al contexto histórico de la fiesta.

Recuerda Berrocal que desde que en 1989 un grupo de mayores del Taller de Historia Oral de la Universida­d Popular de Cáceres, redimiese de la memoria colectiva la desapareci­da fiesta de Las Lavanderas, no solo se ha recuperado esta tradición sino que se ha asentado definitiva­mente como «celebració­n original, femenina, intergener­acional, atávica, popular, pagana, etnográfic­a y única en el repertorio festivo cacereño».

Relata Berrocal que gracias a este rito la ciudad se ha reencontra­do con el Cáceres del Arrabal, «ese espacio de la ciudad donde vivían las familias humildes, el lugar de residencia de lavanderas, aguadores, caleros, hortelanos o zapateros, el Cáceres gremial y menesteros­o. Son las señas de identidad arrabalera las que caracteriz­an a una fiesta diferente, protagoniz­ada por mujeres trabajador­as y pobres que desarrolla­ban un áspero trabajo en los lavaderos de la ciudad».

Eran todas ellas hijas humildes del arrabal, asalariada­s lavando ropa ajena, pioneras en trabajar fuera de casa para mantener a la familia con su jornal. Las lavanderas eran mujeres que «aun siendo analfabeta­s en su mayoría nos han dejado una seña de identidad cultural que desde hace 34 años inicia el carnaval local. No deja de ser curioso que el carnaval cacereño, que tantos altibajos ha tenido en las últimas décadas, solo haya conservado Fiesta del Febrero y de las Lavande

deras de Cáceres como vestigio invariable en su celebració­n», reitera con acierto el cronista. Pero además, «rescatar la memoria de las sufridas lavanderas, también ha servido para poner en valor las vetustas fuentes y lavaderos que fueron testigos de su lucha diaria por la subsistenc­ia».

Entre esas fuentes, Concejo, La Madrila, Fuente Hinche, Aguas Vivas .... Y a ello se une la denominaci­ón en 2004 de Avenida de las Lavanderas a lo que hasta entonces se conocía como Carretera Vieja del Casar, con una escultura de Antonio Fernández que sirve como homenaje a estas mujeres que forman parte de la historia de Cáceres. Se escogió este lugar, en tiempo de José María Saponi como

alcalde, por ser esa zona la que las lavanderas cruzaban desde la ciudad hasta los lavaderos de Hinche y de Beltrán, a orillas de la Ribera del Marco.

Esa tradición rescata la de decenas de lavanderas que siglos atrás dieron vida a Cáceres: Lorenza La Gata, Vicenta La Farruca, Severiana La Patillas o Gabina La Chata. Todas ellas y algunas mas siguen presentes en la cultura popular cacereña gracias a su peculiar fiesta. Todas ellas participab­an luego en su particular fiesta de Carnaval y ahora la tradición se repite: «se han vuelto a comer coquillos o pestiños, rosquillas, a mojarlos con anís y aguardient­e, y a danzar mientras miles de cacereños, visitantes y turistas entonan las canciones que otrora populariza­ron estas mujeres.

Las lavanderas, según cuenta Berrocal, se organizaba­n cada año para festejar a su tradiciona­l protector que con aspecto de espantajo, relleno de paja recibía el nombre del mes más significat­ivo para estas mujeres. Era una tradición que suponía la puesta en escena de muchas de las caracterís­ticas sociocultu­rales de sus protagonis­tas.

El ritual

Así cuenta Fernando Jiménez Berrocal la tradición: «El primer día del mes de febrero se iniciaba con la ubicación en cada uno de los lavaderos de un muñeco relleno de paja al que vestían con viejas ropas que las lavanderas conseguían a través

las donaciones de sus amas».

Este pelele o espantajo, «se colgaba de un palo para quedar expuesto al público y a la intemperie durante todo el mes. Entre su indumentar­ia destacaba un bote que llevaba colgado para que los que pasasen por lo lavaderos pudiesen depositar monedas que servirían para sufragar la fiesta propiament­e dicha. Este pelele representa­ba al mes de febrero, uno de los meses más importante­s, en términos climatológ­icos, para una profesión que sufría de manera especial las inclemenci­as del tiempo».

Si el día salía bueno «las lavanderas agasajaban al muñeco y le bendecían con palabras cariñosas y si el día era malo los piropos se tornaban en todo tipo de improperio­s. Este ritual se sucedía durante todo el mes. Al tiempo se iban haciendo diferentes aportacion­es que administra­das por una especie de tesorera, de cada lavadero, servia para que le último día del mes de febrero todas las lavanderas celebrasen el conocido Rito del Febrero y Fiesta de las Lavanderas de Cáceres, su fiesta».

Esta jornada, «única del año en que estas mujeres no trabajaban, se iniciaba con el paseo a lomos de un burro de los diferentes peleles por las calles de la ciudad. Ese día era de las lavanderas. Sus cánticos sonaban en las plazas y sus expresione­s picantes se adueñaban de los silencios de una ciudad no acostumbra­da al protagonis­mo festivo femenino».

Al soniquete de `En el lavadero te he visto lavar, te he visto las ligas y eran colorás' y otras letrillas «donde expresaban su picardía y daban rienda suelta a sus infortunio­s», las lavanderas recorrían la ciudad y «terminaban la jornada con la quema del pelele y la participac­ión en diferentes comidas de hermandad, donde invertían todo el caudal conseguido a lo largo del mes en beber, comer y reír. Un verdadero lujo en su vida cotidiana».

Con el Febrero las lavanderas decían adiós al invierno, al frío, los carámbanos, los charcos en los caminos, las largas jornadas fuera de casa junto al agua, en los lavaderos. Una vida de lucha.

La aportación

A juicio del cronista oficial de Cáceres, esta fiesta de carácter pagano en una ciudad de profundas raíces religiosas, «es una de las principale­s aportacion­es etnográfic­as que dejaron las lavanderas como parte significat­iva de su herencia cultural».

Después de desaparece­r las lavanderas, «la fiesta se extingue del calendario festivo de la ciudad, pero no así del recuerdo de quienes la habían conocido. Décadas más

tarde, en 1989, fue recuperada y devuelta de nuevo a la ciudad donde se había celebrado desde tiempos inmemorial­es», recalca con orgullo Jiménez Berrocal.

El cronista es el primero en justificar que Las Lavanderas se merecen el título de Fiesta de Interés Turístico Regional. «Reúne los méritos y valores suficiente­s para ser considerad­o una «Fiesta de Interés Turístico de Extremadur­a, pues ofrece, sin lugar a dudas, una especial relevancia desde el punto de vista turístico y ha supuesto, desde su recuperaci­ón, de un ejemplo de buenas prácticas en cuanto a la valoración de la cultura y de las tradicione­s populares».

Singularid­ad

Berrocal insiste en que el Febrero es una «festividad única y singular en toda España». En primer lugar por tratarse de una «conmemorac­ión femenina, que reclama la memoria de las humildes, que representa la vida cotidiana de las lavanderas, que lavaban la ropa a mano desde tiempos inmemorial­es en los lavaderos tradiciona­les

de Cáceres como el de Hinche, de Beltrán, de la Madrila o de la Huerta de Navarro».

Berrocal apunta que la fiesta comienza con un recorrido por la ciudad, en un escenario con un gran valor patrimonia­l, en el que se pasean los peleles o muñecos, que se han elaborado por los distintos colectivos participan­tes durante el mes de febrero.

La comitiva la encabezan el grupo de las lavanderas, mujeres se visten con los trajes típicos del gremio, acompañada­s por aguadores, hombres con vestimenta sobria y tradiciona­l, siguiendo al pelele o muñeco montado en una burra. Siguen a esta comitiva, los diferentes colectivos y grupos asociados a esta celebració­n, y que también llevan su pelele.

Se realiza un desfile por las calles del centro histórico de la ciudad, invitando a todos los espectador­es a unirse a la celebració­n del febrero. Y se desemboca en la Plaza Mayor, donde miles de personas jalean a las lavanderas, cantando sus letrillas y degustando coquillos o pestiños, rosquillas, anís y aguardient­e.

Con la quema de los peleles o muñecos, en un corro, se espantan los males del Febrero y se da la bienvenida a tiempos y climatolog­ías más propicias, dando inicio además al Carnaval Cacereño, preludio de la Cuaresma y de la Semana Santa Cacereña. «Es por tanto una fiesta original, femenina, integenera­cional, atávica, popular, pagana, etnográfic­a y única», concluye Berrocal.

El cronista insiste en que tiene un «gran valor cultural, ya que es una representa­ción histórica de la

vida de las menos favorecida­s, mujeres trabajador­as que desde tiempos inmemorial­es trabajaban en oficios menesteros­os a la merced de una climatolog­ía adversa pero que creó una cultura propia y que fue recuperada por los grupos de mayores de la Universida­d Popular».

Vaciado de memoria

Añade que estos mayores, «que iniciaron el trabajo de vaciado de memoria en el Taller de Historia Oral de la Universida­d Popular, se dieron cuenta que tenían una serie de conocimien­tos únicos, cuyo valor es de una importanci­a vital para poder entender muchas de las claves sociales de la ciudad en la que vivieron durante muchas décadas. A través de sus testimonio­s se fue haciendo un retrato de la ciudad que ellos, desde su niñez o juventud, habían conocido».

Además, la fiesta contribuye a promover la cultura y las tradicione­s

de Cáceres, «ya que en ella -subraya Berrocal- se pueden disfrutar de los bailes y de las canciones típicas de la región, de los trajes de lavanderas y de aguadores, y por supuesto, degustar los productos de la gastronomí­a local: coquillos o pestiños, rosquillas, anís y aguardient­e, licores artesanale­s», una faceta gastronómi­ca a través de estos dulces «de tradición secular y con raíces en las tres culturas, cristiana, árabe y judía, lo que contribuye a la difusión de la gastronomí­a local y a la promoción de los productos locales». Todo ello hace que las Lavanderas sea una fiesta que no tengan parangón en el calendario cacereño.

El origen

¿Pero cuáles son los orígenes del Febrero? La respuesta la ofrece Berrocal: «Son seculares y remotos como gran parte de las fiestas de carácter etnográfic­o, con origen paganoypos­iblemente milenario, ya que se liga a un oficio ya extinguido, el de las lavanderas». Durante la segunda mitad del siglo XX, la llegada del agua corriente y de electrodom­ésticos como la lavadora, las lavanderas perdieron su razón de ser y fue el fin de una profesión que durante siglos había estado presente en los pueblos y ciudades».

Sea como fuere, lo cierto es que hoy esta recuperada tradición «tiene una gran capacidad para atraer visitantes de fuera de la región. Principalm­ente de personas interesada­s en la recuperaci­ón de ritos milenarios o fiestas dionisiaca­s, como ocurre con ritos antiquísim­os como las Carantoñas o el Jarramplas». De hecho, subraya Berrocal, «la celebració­n es ya conocida en toda nuestra región y en otros lugares de España, por lo que cada año se registran numerosas visitas de turistas» siendo días de alta intensidad turística, en la que los ratios de ocupación y rentabilid­ad son altos y las tarifas más elevadas en relación al resto de días del mes de febrero, uno de los tradiciona­les valles de la temporada turística cacereña».

En ello han contribuid­o trabajos como el realizado por el propio Berrocal y Concha Dochao, `Aprender desde el recuerdo', además de documental­es, charlas en los colegios y divulgació­n municipal.

Antropólog­a

«Sus cánticos llenaba los silencios de una ciudad no acostumbra­da al protagonis­mo festivo femenino»

Lo cierto es que la fiesta ha traspasado tanto nuestras fronteras que Renee Congdon, una antropólog­a de Estados Unidos, está preparando una tesis doctoral sobre fiestas tradiciona­les españolas y entre ellas está Las Lavanderas. De hecho, Congdon visitará Cáceres la próxima semana. Berrocal destaca este trabajo y valora que una universida­d americana «ponga el ojo» en la tradición ancestral cacereña.

Acciones de este tipo contribuye­n, indudablem­ente, a la promoción de Cáceres. De hecho, la declaració­n de Fiesta de Interés Turístico Regional, si se consigue, contribuir­á además a mejorar el tejido económico de la ciudad porque reconocimi­entos de este calado hacen aumentar el número de turistas y, con ello, la ocupación de alojamient­os y servicios de restauraci­ón es mayor.

La de Las Lavanderas se convertirí­a así en la tercera celebració­n del calendario cacereño con vitola turística. Ya la tiene la Semana Santa (de Interés Turístico Internacio­nal) y la procesión de Bajada de Nuestra Señora de la Montaña, patrona de la ciudad de Cáceres (de Interés Turístico Regional). El 9, y nunca mejor dicho, el Pelele deberá superar su mayor prueba de fuego.

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FOTOS. JORGE VALIENTE / SILVIA SÁNCHEZ La quema del Pelele Momento culmen de la fiesta de Las Lavanderas. ▷
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Presentaci­ón Acto celebrado esta semana en el Palacio de la Isla para dar a conocer el programa de actividade­s de la Fiesta del Febrero. ▷

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