EEUU pone el ojo en Las Lavanderas, que
El próximo día 9 técnicos de la Junta acudirán a la fiesta del Febrero y emitirán el veredicto que puede consagrar definitivamente una tradición sin parangón mientras una antropóloga americana investiga sus orígenes
El Rito del Febrero y Fiesta de las Lavanderas de Cáceres constituye, sin duda, una de las tradiciones más integradas y ancladas en la sociedad cacereña, de tal manera que reúne los méritos y valores suficientes para ser considerada Fiesta de Interés Turístico de Extremadura, aspiración en la que trabaja el Ayuntamiento de Cáceres, que ya ha elevado el expediente a la Junta considerando que ofrece una especial relevancia desde el punto de vista turístico y supone una valoración de la cultura y de las tradiciones populares.
Será el 9 de febrero cuando técnicos del ejecutivo presencien la celebración y emitan un informe del que deberá salir el veredicto. Motivos hay, y muchos, que avalan a Las Lavanderas como merecedoras de este galardón. Lo explica el cronista oficial de Cáceres y columnista de este diario, Fernando Jiménez Berrocal que, en primera instancia, se refiere al contexto histórico de la fiesta.
Recuerda Berrocal que desde que en 1989 un grupo de mayores del Taller de Historia Oral de la Universidad Popular de Cáceres, redimiese de la memoria colectiva la desaparecida fiesta de Las Lavanderas, no solo se ha recuperado esta tradición sino que se ha asentado definitivamente como «celebración original, femenina, intergeneracional, atávica, popular, pagana, etnográfica y única en el repertorio festivo cacereño».
Relata Berrocal que gracias a este rito la ciudad se ha reencontrado con el Cáceres del Arrabal, «ese espacio de la ciudad donde vivían las familias humildes, el lugar de residencia de lavanderas, aguadores, caleros, hortelanos o zapateros, el Cáceres gremial y menesteroso. Son las señas de identidad arrabalera las que caracterizan a una fiesta diferente, protagonizada por mujeres trabajadoras y pobres que desarrollaban un áspero trabajo en los lavaderos de la ciudad».
Eran todas ellas hijas humildes del arrabal, asalariadas lavando ropa ajena, pioneras en trabajar fuera de casa para mantener a la familia con su jornal. Las lavanderas eran mujeres que «aun siendo analfabetas en su mayoría nos han dejado una seña de identidad cultural que desde hace 34 años inicia el carnaval local. No deja de ser curioso que el carnaval cacereño, que tantos altibajos ha tenido en las últimas décadas, solo haya conservado Fiesta del Febrero y de las Lavande
deras de Cáceres como vestigio invariable en su celebración», reitera con acierto el cronista. Pero además, «rescatar la memoria de las sufridas lavanderas, también ha servido para poner en valor las vetustas fuentes y lavaderos que fueron testigos de su lucha diaria por la subsistencia».
Entre esas fuentes, Concejo, La Madrila, Fuente Hinche, Aguas Vivas .... Y a ello se une la denominación en 2004 de Avenida de las Lavanderas a lo que hasta entonces se conocía como Carretera Vieja del Casar, con una escultura de Antonio Fernández que sirve como homenaje a estas mujeres que forman parte de la historia de Cáceres. Se escogió este lugar, en tiempo de José María Saponi como
alcalde, por ser esa zona la que las lavanderas cruzaban desde la ciudad hasta los lavaderos de Hinche y de Beltrán, a orillas de la Ribera del Marco.
Esa tradición rescata la de decenas de lavanderas que siglos atrás dieron vida a Cáceres: Lorenza La Gata, Vicenta La Farruca, Severiana La Patillas o Gabina La Chata. Todas ellas y algunas mas siguen presentes en la cultura popular cacereña gracias a su peculiar fiesta. Todas ellas participaban luego en su particular fiesta de Carnaval y ahora la tradición se repite: «se han vuelto a comer coquillos o pestiños, rosquillas, a mojarlos con anís y aguardiente, y a danzar mientras miles de cacereños, visitantes y turistas entonan las canciones que otrora popularizaron estas mujeres.
Las lavanderas, según cuenta Berrocal, se organizaban cada año para festejar a su tradicional protector que con aspecto de espantajo, relleno de paja recibía el nombre del mes más significativo para estas mujeres. Era una tradición que suponía la puesta en escena de muchas de las características socioculturales de sus protagonistas.
El ritual
Así cuenta Fernando Jiménez Berrocal la tradición: «El primer día del mes de febrero se iniciaba con la ubicación en cada uno de los lavaderos de un muñeco relleno de paja al que vestían con viejas ropas que las lavanderas conseguían a través
las donaciones de sus amas».
Este pelele o espantajo, «se colgaba de un palo para quedar expuesto al público y a la intemperie durante todo el mes. Entre su indumentaria destacaba un bote que llevaba colgado para que los que pasasen por lo lavaderos pudiesen depositar monedas que servirían para sufragar la fiesta propiamente dicha. Este pelele representaba al mes de febrero, uno de los meses más importantes, en términos climatológicos, para una profesión que sufría de manera especial las inclemencias del tiempo».
Si el día salía bueno «las lavanderas agasajaban al muñeco y le bendecían con palabras cariñosas y si el día era malo los piropos se tornaban en todo tipo de improperios. Este ritual se sucedía durante todo el mes. Al tiempo se iban haciendo diferentes aportaciones que administradas por una especie de tesorera, de cada lavadero, servia para que le último día del mes de febrero todas las lavanderas celebrasen el conocido Rito del Febrero y Fiesta de las Lavanderas de Cáceres, su fiesta».
Esta jornada, «única del año en que estas mujeres no trabajaban, se iniciaba con el paseo a lomos de un burro de los diferentes peleles por las calles de la ciudad. Ese día era de las lavanderas. Sus cánticos sonaban en las plazas y sus expresiones picantes se adueñaban de los silencios de una ciudad no acostumbrada al protagonismo festivo femenino».
Al soniquete de `En el lavadero te he visto lavar, te he visto las ligas y eran colorás' y otras letrillas «donde expresaban su picardía y daban rienda suelta a sus infortunios», las lavanderas recorrían la ciudad y «terminaban la jornada con la quema del pelele y la participación en diferentes comidas de hermandad, donde invertían todo el caudal conseguido a lo largo del mes en beber, comer y reír. Un verdadero lujo en su vida cotidiana».
Con el Febrero las lavanderas decían adiós al invierno, al frío, los carámbanos, los charcos en los caminos, las largas jornadas fuera de casa junto al agua, en los lavaderos. Una vida de lucha.
La aportación
A juicio del cronista oficial de Cáceres, esta fiesta de carácter pagano en una ciudad de profundas raíces religiosas, «es una de las principales aportaciones etnográficas que dejaron las lavanderas como parte significativa de su herencia cultural».
Después de desaparecer las lavanderas, «la fiesta se extingue del calendario festivo de la ciudad, pero no así del recuerdo de quienes la habían conocido. Décadas más
tarde, en 1989, fue recuperada y devuelta de nuevo a la ciudad donde se había celebrado desde tiempos inmemoriales», recalca con orgullo Jiménez Berrocal.
El cronista es el primero en justificar que Las Lavanderas se merecen el título de Fiesta de Interés Turístico Regional. «Reúne los méritos y valores suficientes para ser considerado una «Fiesta de Interés Turístico de Extremadura, pues ofrece, sin lugar a dudas, una especial relevancia desde el punto de vista turístico y ha supuesto, desde su recuperación, de un ejemplo de buenas prácticas en cuanto a la valoración de la cultura y de las tradiciones populares».
Singularidad
Berrocal insiste en que el Febrero es una «festividad única y singular en toda España». En primer lugar por tratarse de una «conmemoración femenina, que reclama la memoria de las humildes, que representa la vida cotidiana de las lavanderas, que lavaban la ropa a mano desde tiempos inmemoriales en los lavaderos tradicionales
de Cáceres como el de Hinche, de Beltrán, de la Madrila o de la Huerta de Navarro».
Berrocal apunta que la fiesta comienza con un recorrido por la ciudad, en un escenario con un gran valor patrimonial, en el que se pasean los peleles o muñecos, que se han elaborado por los distintos colectivos participantes durante el mes de febrero.
La comitiva la encabezan el grupo de las lavanderas, mujeres se visten con los trajes típicos del gremio, acompañadas por aguadores, hombres con vestimenta sobria y tradicional, siguiendo al pelele o muñeco montado en una burra. Siguen a esta comitiva, los diferentes colectivos y grupos asociados a esta celebración, y que también llevan su pelele.
Se realiza un desfile por las calles del centro histórico de la ciudad, invitando a todos los espectadores a unirse a la celebración del febrero. Y se desemboca en la Plaza Mayor, donde miles de personas jalean a las lavanderas, cantando sus letrillas y degustando coquillos o pestiños, rosquillas, anís y aguardiente.
Con la quema de los peleles o muñecos, en un corro, se espantan los males del Febrero y se da la bienvenida a tiempos y climatologías más propicias, dando inicio además al Carnaval Cacereño, preludio de la Cuaresma y de la Semana Santa Cacereña. «Es por tanto una fiesta original, femenina, integeneracional, atávica, popular, pagana, etnográfica y única», concluye Berrocal.
El cronista insiste en que tiene un «gran valor cultural, ya que es una representación histórica de la
vida de las menos favorecidas, mujeres trabajadoras que desde tiempos inmemoriales trabajaban en oficios menesterosos a la merced de una climatología adversa pero que creó una cultura propia y que fue recuperada por los grupos de mayores de la Universidad Popular».
Vaciado de memoria
Añade que estos mayores, «que iniciaron el trabajo de vaciado de memoria en el Taller de Historia Oral de la Universidad Popular, se dieron cuenta que tenían una serie de conocimientos únicos, cuyo valor es de una importancia vital para poder entender muchas de las claves sociales de la ciudad en la que vivieron durante muchas décadas. A través de sus testimonios se fue haciendo un retrato de la ciudad que ellos, desde su niñez o juventud, habían conocido».
Además, la fiesta contribuye a promover la cultura y las tradiciones
de Cáceres, «ya que en ella -subraya Berrocal- se pueden disfrutar de los bailes y de las canciones típicas de la región, de los trajes de lavanderas y de aguadores, y por supuesto, degustar los productos de la gastronomía local: coquillos o pestiños, rosquillas, anís y aguardiente, licores artesanales», una faceta gastronómica a través de estos dulces «de tradición secular y con raíces en las tres culturas, cristiana, árabe y judía, lo que contribuye a la difusión de la gastronomía local y a la promoción de los productos locales». Todo ello hace que las Lavanderas sea una fiesta que no tengan parangón en el calendario cacereño.
El origen
¿Pero cuáles son los orígenes del Febrero? La respuesta la ofrece Berrocal: «Son seculares y remotos como gran parte de las fiestas de carácter etnográfico, con origen paganoyposiblemente milenario, ya que se liga a un oficio ya extinguido, el de las lavanderas». Durante la segunda mitad del siglo XX, la llegada del agua corriente y de electrodomésticos como la lavadora, las lavanderas perdieron su razón de ser y fue el fin de una profesión que durante siglos había estado presente en los pueblos y ciudades».
Sea como fuere, lo cierto es que hoy esta recuperada tradición «tiene una gran capacidad para atraer visitantes de fuera de la región. Principalmente de personas interesadas en la recuperación de ritos milenarios o fiestas dionisiacas, como ocurre con ritos antiquísimos como las Carantoñas o el Jarramplas». De hecho, subraya Berrocal, «la celebración es ya conocida en toda nuestra región y en otros lugares de España, por lo que cada año se registran numerosas visitas de turistas» siendo días de alta intensidad turística, en la que los ratios de ocupación y rentabilidad son altos y las tarifas más elevadas en relación al resto de días del mes de febrero, uno de los tradicionales valles de la temporada turística cacereña».
En ello han contribuido trabajos como el realizado por el propio Berrocal y Concha Dochao, `Aprender desde el recuerdo', además de documentales, charlas en los colegios y divulgación municipal.
Antropóloga
«Sus cánticos llenaba los silencios de una ciudad no acostumbrada al protagonismo festivo femenino»
Lo cierto es que la fiesta ha traspasado tanto nuestras fronteras que Renee Congdon, una antropóloga de Estados Unidos, está preparando una tesis doctoral sobre fiestas tradicionales españolas y entre ellas está Las Lavanderas. De hecho, Congdon visitará Cáceres la próxima semana. Berrocal destaca este trabajo y valora que una universidad americana «ponga el ojo» en la tradición ancestral cacereña.
Acciones de este tipo contribuyen, indudablemente, a la promoción de Cáceres. De hecho, la declaración de Fiesta de Interés Turístico Regional, si se consigue, contribuirá además a mejorar el tejido económico de la ciudad porque reconocimientos de este calado hacen aumentar el número de turistas y, con ello, la ocupación de alojamientos y servicios de restauración es mayor.
La de Las Lavanderas se convertiría así en la tercera celebración del calendario cacereño con vitola turística. Ya la tiene la Semana Santa (de Interés Turístico Internacional) y la procesión de Bajada de Nuestra Señora de la Montaña, patrona de la ciudad de Cáceres (de Interés Turístico Regional). El 9, y nunca mejor dicho, el Pelele deberá superar su mayor prueba de fuego.