El Periódico Extremadura

Tengo nombre

- José Manuel Rodríguez Pizarro* *Periodista y profesor

Primeras horas de la noche de un sábado de enero extrañamen­te cálido. Las temperatur­as no son las habituales para el pleno invierno en el que nos encontramo­s. Presumo que esa circunstan­cia invita más a salir fuera, a disfrutar del tiempo libre con amigos o en familia. Y el centro de la capital se abarrota de individuos que transitan de un lado a otro, a lo largo de un extenso tramo del corazón de Madrid. Camino desde la plaza de Santa Bárbara, donde se encuentra la estación de metro de Alonso Martínez, en dirección a la calle Hortaleza, repleta de negocios de muy variado tipo, hasta alcanzar la intersecci­ón con Gran Vía. Allí, en ese espacio, la densidad de personas se multiplica y el paso de peatones que me lleva hasta la calle de la Montera parece un hormiguero humano, que contimetro­s y metros por la puerta del Sol, la calle Mayor, la plaza Mayor, la calle Toledo y las inmediacio­nes de la plaza de la Cebada, mi destino. Paseo solo y, a pesar de la sensación de agobio que me genera a veces tanta gente cerca, voy con los sentidos bien afinados: observando todo lo que me rodea: edificios, vehículos, carteles y rótulos luminosos… y rostros de personas con las que me voy cruzando. Escucho sus conversaci­ones a medias, como si fueran singulares tráileres de

películas que me apetece ver. Conforman el mosaico de una realidad diversa, propia de una gran capital como esta, con una oferta increíble de ocio y cultura. Es la antítesis a la despoblaci­ón de pueblos y aldeas en nuestro país que languidece­n sin que nadie apueste por atajar esta problemáti­ca. En esos pensamient­os que vuelan por mi mente aparece el de quienes son de diferentes nacionalid­ades y residen aquí para sacar adelante su proyecto de vida, en algunos casos regentando negocios de restauraci­ón o bazares. De hecho, durante mi recorrido veo los exteriores de algunos de esos locales y recuerdo la magnífica campaña ideada por dos estudiante­s de diseño de Barcelona que recienteme­nte se ha divulgado: «Tengo nombre». Y es que, ¿quién no ha llamado alguna vez «el chino» al colmado próximo a su domicilio? ¿Nos henúa

mos parado a pensar en su nombre? Se ha normalizad­o algo que no lo es: expresione­s microrraci­stas que usamos cuando vamos a locales regentados por personas de origen extranjero, palabras que, no hace falta que nadie nos lo recuerde, perpetúan estereotip­os. Sin duda, se trata de confirmaci­ones constantes de que no pertenecen del todo aquí, generando así un cierto desprecio hacia ellos y lo que representa­n. Así que, ya sabemos, tanto en una ciudad como en un pueblo, sería muy positivo extender esta revolucion­aria propuesta: carteles en los que los trabajador­es puedan escribir su nombre y colgarlo en la puerta de su negocio. De ese modo los clientes que compren en ese establecim­iento podrán decir que van a la tienda de Ming o Xia.

Se ha normalizad­o algo que no lo es: expresione­s microrraci­stas cuando vamos a locales regentados por personas de origen extranjero

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