Tengo nombre
Primeras horas de la noche de un sábado de enero extrañamente cálido. Las temperaturas no son las habituales para el pleno invierno en el que nos encontramos. Presumo que esa circunstancia invita más a salir fuera, a disfrutar del tiempo libre con amigos o en familia. Y el centro de la capital se abarrota de individuos que transitan de un lado a otro, a lo largo de un extenso tramo del corazón de Madrid. Camino desde la plaza de Santa Bárbara, donde se encuentra la estación de metro de Alonso Martínez, en dirección a la calle Hortaleza, repleta de negocios de muy variado tipo, hasta alcanzar la intersección con Gran Vía. Allí, en ese espacio, la densidad de personas se multiplica y el paso de peatones que me lleva hasta la calle de la Montera parece un hormiguero humano, que contimetros y metros por la puerta del Sol, la calle Mayor, la plaza Mayor, la calle Toledo y las inmediaciones de la plaza de la Cebada, mi destino. Paseo solo y, a pesar de la sensación de agobio que me genera a veces tanta gente cerca, voy con los sentidos bien afinados: observando todo lo que me rodea: edificios, vehículos, carteles y rótulos luminosos… y rostros de personas con las que me voy cruzando. Escucho sus conversaciones a medias, como si fueran singulares tráileres de
películas que me apetece ver. Conforman el mosaico de una realidad diversa, propia de una gran capital como esta, con una oferta increíble de ocio y cultura. Es la antítesis a la despoblación de pueblos y aldeas en nuestro país que languidecen sin que nadie apueste por atajar esta problemática. En esos pensamientos que vuelan por mi mente aparece el de quienes son de diferentes nacionalidades y residen aquí para sacar adelante su proyecto de vida, en algunos casos regentando negocios de restauración o bazares. De hecho, durante mi recorrido veo los exteriores de algunos de esos locales y recuerdo la magnífica campaña ideada por dos estudiantes de diseño de Barcelona que recientemente se ha divulgado: «Tengo nombre». Y es que, ¿quién no ha llamado alguna vez «el chino» al colmado próximo a su domicilio? ¿Nos henúa
mos parado a pensar en su nombre? Se ha normalizado algo que no lo es: expresiones microrracistas que usamos cuando vamos a locales regentados por personas de origen extranjero, palabras que, no hace falta que nadie nos lo recuerde, perpetúan estereotipos. Sin duda, se trata de confirmaciones constantes de que no pertenecen del todo aquí, generando así un cierto desprecio hacia ellos y lo que representan. Así que, ya sabemos, tanto en una ciudad como en un pueblo, sería muy positivo extender esta revolucionaria propuesta: carteles en los que los trabajadores puedan escribir su nombre y colgarlo en la puerta de su negocio. De ese modo los clientes que compren en ese establecimiento podrán decir que van a la tienda de Ming o Xia.
Se ha normalizado algo que no lo es: expresiones microrracistas cuando vamos a locales regentados por personas de origen extranjero