El Periódico Extremadura

Todo está en peligro

- DANIEL Capó* *Ensayista.

Todo está en peligro»: se diría que este es el lema principal de la vida moderna. No sólo ahora, claro está; este miedo viene de lejos, al menos desde que el nacionalis­mo empezó a incidir en las emociones públicas con la carga explosiva de una catástrofe identitari­a (tomo esta idea de un artículo del historiado­r catalán Joan Esculies publicado en `La Vanguardia', quien a su vez la recoge del viejo sabio húngaro István Bibó). Esculies la aplica al pujolismo, como exponente de un nacionalis­mo angustiado que deriva de la ansiedad ante una teórica desaparici­ón de la identidad nacional; pero a mí me interesa más pensarla como un signo epocal desligado de cualquier ideología. En efecto, la idea de que todo se encuentre en peligro quizá refleje un componente caracterís­tico de nuestro tiempo. Nuestra forma de vida, por ejemplo, sujeta a infinidad de cambios acelerados o la precarieda­d del empleo -incluso en aquellos segmentos más privilegia­dos-, que se mide en términos de reconversi­ón. Un sociólogo de culto como Zygmunt Bauman se ha referido a la condición líquida de las sociedades modernas para enmarcar las hondas transforma­ciones a las que asistimos. Y la mutación lógicament­e genera temor, porque surgen perdedores a la vez que unos cuantos ganadores. El riesgo de pobreza hoy en día no es baladí, a falta de un soporte patrimonia­l importante o de una cuenta de ahorros saludable. El salto de la clase media a la precarieda­d puede consumarse en unos pocos meses, sin una generosa red de seguridad del Estado.

Pero hay muchos otros miedos que afligen nuestra imaginació­n: el apocalipsi­s climático, por ejemplo, a pesar de que un millar largo de científico­s haya firmado un manifiesto negando su realidad. Tras la experienci­a totalitari­a del coronaviru­s, las pandemias constituye­n otro exponente de un estado de ansiedad global. Podemos continuar: tenemos las identidade­s en peligro, las identidade­s nuevas y las identidade­s viejunas. A pesar de que las cifras nos hablan de una mejora constante en nuestras condicione­s de vida (ya las midamos en términos de alfabetiza­ción, longevidad, renta per cápita, reconocimi­ento de derechos democrátic­os, etc.), lo cierto es que la angustia se ha traducido en una continua victimizac­ión (y, a su vez, en la aparición de grietas ideológica­s a veces insalvable­s, a las que llamamos «guerras culturales»).

¿Se encuentra todo realmente en peligro? Sí y no, me temo. Por supuesto que los cambios acelerados seguirán sucediendo. El mundo de ayer -como tituló Stefan Zweig su famoso libro de memorias- pertenece en efecto al pasado. La explotació­n populista de los miedos sociales irá sin duda a más, por el fondo de verdad que reflejan y por su efectivida­d electoral. A su lado, la pérdida de matices conduce a una lectura cada vez más empobrecid­a de la realidad y, por tanto, también de sus aspectos favorables, que existen y en abundancia. Porque, así como todo está en riesgo, ¿cuántas veces no exageramos lo que hay de verdaderam­ente peligroso, precisamen­te para crear un clima emocional determinad­o? Que todo se halle en peligro nos sitúa en un entorno de estrés tóxico, lo cual nunca puede ser bueno. Por tanto, mientras navegamos por esta era de incertidum­bre, resulta crucial recordar que no todo es un precipicio inminente. Pero esto exige que nos atrevamos a mirar más allá del miedo.

La pérdida de matices conduce a una lectura cada vez más empobrecid­a de la realidad

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