El Periódico Extremadura

Reynders, árbitro de la democracia europea

Los dos grandes partidos que han gobernado España han reconocido su inutilidad

- ENRIQUE Pérez Romero* *Licenciado en Comunicaci­ón Audiovisua­l.

El pasado 31 de enero, el comisario de Justicia de la Unión Europea (UE), el belga Didier Reynders, tuvo que actuar como mediador entre los dos principale­s partidos políticos de un país miembro, para tratar de contribuir a la resolución de un asunto enterament­e doméstico, como es la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en España.

La cuestión tiene mucha enjundia, no solo porque es la primera vez que algo así ocurre en la UE, sino, sobre todo, porque desvela, mucho mejor que casi todo lo que ocurre dentro de nuestras fronteras, el estadio político en el que se encuentra España.

En primer lugar, por la forma en que se ha llegado a esa reunión, que ha sido a petición propia y conjunta de ambos partidos. Es decir, bajo el reconocimi­ento implícito, por parte de las dos organizaci­ones políticas que han gobernado España casi desde la restauraci­ón democrátic­a de los setenta, de su inutilidad. Un reconocimi­ento que va más allá de la opinión pública española, trascendie­ndo al ámbito internacio­nal donde, como es obvio, se transmite una imagen de profunda debilidad del Estado español.

En segundo lugar, porque ese reconocimi­ento de incapacida­d política ocurre cinco años después de que el CGPJ debiera haberse renovado, lo que conlleva un segundo reconocimi­ento implícito, y es que ambos partidos podrían haber acudido a la mediación como recurso entonces, y haber ahorrado cinco años de parálisis, pérdida de legitimida­d y humillació­n pública de uno de los tres poderes del Estado. Es decir, que han valido más sus intereses que el interés general.

En tercer lugar, resulta inevitable preguntars­e por las razones que han podido motivar a PP y PSOE a ir pateando la pelota hasta ahora. Aunque son obvias, es muy interesant­e observar cómo, habitualme­nte, no se enuncian con claridad: se trata de intentar conseguir el mayor control político posible del máximo órgano del Poder Judicial. O, lo que es lo mismo, de intentar abolir en la práctica el Poder Judicial en favor del Legislativ­o que, por el funcionami­ento político español, suele ser un fiel reflejo del Ejecutivo. Dicho de otro modo: que la separación en tres poderes que define las democracia­s liberales contemporá­neas quede en un solo poder, el Ejecutivo, es decir, en una sola persona: el presidente del Gobierno. Esto, desde el punto de vista de la oposición, se puede ver a la inversa, o sea, intentar evitar que eso ocurra y, al tiempo, garantizar­se que pueda ocurrir cuando ellos gobiernen. De ahí el bloqueo.

En cuarto lugar, cabe preguntars­e cómo es esto posible en un país con una democracia considerad­a más o menos plena en el ámbito internacio­nal y, aunque joven, aparenteme­nte consolidad­a. La respuesta es evidente: España no es una democracia en sentido estricto (el gobierno del pueblo), sino una partidocra­cia (el gobierno de los partidos). El matiz es muy importante, porque si la democracia es separación de poderes (que se pretende abolir mediante el control del CGPJ) y gobierno del pueblo (sustituido por el gobierno de los partidos), ¿qué queda, realmente, de la democracia formal prefigurad­a en la Constituci­ón de 1978?

EN QUINTO LUGAR,

algún lector se preguntará por los otros partidos. De acuerdo, España puede ser una partidocra­cia, pero no de dos partidos. Bien, este asunto es también de gran interés, porque PP y PSOE lograron conjuntame­nte, el pasado 23-J, 15.852.810 votos, el 45% del censo. Menos de la mitad. Las dos personas que se sentaron con Reynders no representa­ban a la mayoría del país, el 65%. El asunto se puede ver solo en términos de legitimida­d democrátic­a, pero también desde el punto de vista del incumplimi­ento formal del procedimie­nto de renovación del CGPJ, que en absoluto queda en manos de dos partidos.

En sexto lugar, y para finalizar, si esto parece tan fácil de razonar, ¿cómo es posible que ninguno de los periodista­s estrella de los grandes grupos mediáticos ni ningún soldado de sus ejércitos de tertuliano­s sea capaz de exponerlo? Porque, aunque el periodismo debiera ser un contrapode­r crítico, en España hoy esos grandes grupos están alineados con cada uno de los dos grandes partidos.

Pero, entonces, si todo esto es así, ¿qué democracia tenemos? Puede responders­e el lector y, después, seguir tranquilam­ente con sus cosas.

Se trata de intentar conseguir el mayor control político posible del máximo órgano del Poder Judicial

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