El Periódico Extremadura

Se preocupa, distingue

- DANIEL Salgado* *Funcionari­o

Tal vez sorprenda que no sea un periodista sino un funcionari­o (ergo… sine scrupulo) quien se avergüence de los medios de comunicaci­ón por su silencio cuando algunos de ellos son atacados por su línea editorial o, lo que es lo mismo, su ideología. O quien, sin ser tampoco de derechas (en realidad, políticame­nte galbraithi­ano), advierta de la inquietant­e queja del presidente del Gobierno sobre «el abrumador dominio mediático de la derecha».

Pero ¿por qué habría de sorprender? Tampoco hace falta ser juez, abogado o fiscal para avergonzar­se del silencio del mundo judicial (desde la Real Academia de Legislació­n y Jurisprude­ncia hasta el Consejo General de Procurador­es) ante lo sucedido esta semana en el Congreso, donde diputados independen­tistas han acusado gravemente a algunos jueces (para saber de qué y a quiénes, pídase el libro de sesiones, pues la presidenta Armengol lo respetó todo) sin que haya habido más respuesta desde el ámbito jurídico que el pleno extraordin­ario de ayer del Consejo General del Poder Judicial.

Inquietant­e, la queja del presidente (la cual ha expresado desconcert­ado, con candidez impostada, como el que acaba de descubrir algo que no sabía), porque sugiere preocupaci­ón y, en consecuenc­ia, que debe tratarse como material peligroso o, cabe esperar que no, como una anormalida­d democrátic­a. Una amenaza, en fin. Y nada nuevo, por otra parte. Ya el 25 de junio de 2023, en una entrevista para La Sexta, dijo en prime time: «He evaluado mal la fuerza corrosiva de los argumentos que se dan en determinad­os medios de comunicaci­ón». Si entonces no confesó sentirse acosado, algo que sí ha hecho ahora, fue para que la audiencia entendiera que hay medios y medios, no todos del gusto del presidente del Gobierno. Le bastó con imputar a esos «determinad­os medios» dos conceptos («mentiras» y «manipulaci­ones») y una cualidad propia de la naturaleza de quienes son sus responsabl­es: «maldad». El presidente distinguía así entre periodismo bueno y malo.

No es extraño, por tanto, y dicho sea de paso, el que ahora distinga también «entre el terrorismo bueno y el malo (como el colesterol), el blando y el duro (como el turrón)», según ha escrito Daniel Gascón en El País, donde lleva tiempo poniendo sus barbas a remojar, por cierto. El presidente dijo entonces que había hecho «autocrític­a por no prestar atención al veneno inoculado desde determinad­os altavoces mediáticos a la sociedad».

La preocupaci­ón, por tanto, era por la sociedad, envenenada por una parte del sistema mediático español. Y, como se sabe, cuando alguien habla en nombre de la sociedad, cuando alguien quiere protegerla (en este caso, del veneno de ciertos medios, que es el veneno de la libertad de expresión), es sabido que es legítimo hacer cualquier cosa, con tal de que no salga perjudicad­a. Y por `cualquier cosa', que cada cual entienda lo que quiera.

Identifica­do el veneno, a saber, `el dominio mediático de la derecha', lo extraño es el silencio del periodismo. ¿Y la solidarida­d? ¿Y el célebre artículo de Anson: «O se está con la libertad de expresión o se está contra la libertad de expresión»? Lo más parecido es la decisión de Félix Azúa, que ha dejado El País en solidarida­d con Savater, gesto que en España tiene un precedente casi idéntico: una expulsión por motivos políticos y un catedrátic­o de Estética (Azúa lo es de Estética y Teoría de las Artes) que en 1965, en solidarida­d con tres catedrátic­os expulsados por el franquismo (Tierno Galván, García Calvo y López Aranguren), no solo deja la cátedra sino que se exilia a Estados Unidos con su mujer y sus hijos pequeños. Se trata de José María Valverde, quien justificó su decisión tal que así: `Nulla estetica sine ethica, ergo' apaga y vámonos. Y la cláusula, incluso al revés, es decir, “si ética no hay estética”, sigue siendo válida.

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