El Periódico Extremadura

Miedo a no tener miedo

No recuerdo un momento de nuestra reciente historia democrátic­a en que se haya apostado más por la estrategia del miedo y el odio para disputarse el poder

- VÍCTOR Bermúdez * * Profesor de Filosofía

Más vale ser temido que amado, aconsejaba Maquiavelo a los que quisieran obtener o conservar su poder. Siempre me ha contrariad­o esta idea. ¿No es más eficaz el poder fundado en el amor que en el miedo? El que tiene miedo obedecerá contra sí mismo; el que ama te obedecerá como a sí mismo. ¿Entonces? ¿Por qué esta insistenci­a en la política del miedo y el odio? ¿Será por esa alegría entusiasta que parece liberar el amor? Un poco de entusiasmo – decía también Maquiavelo – está bien, pero en exceso… ¡Quién sabe dónde puede llevarnos!

Hago esta digresión a propósito del espectácul­o político y mediático al que asistimos casi a diario desde hace años. No recuerdo un momento de nuestra reciente historia democrátic­a en que se haya apostado más por la estrategia del miedo y el odio para disputarse el poder. Hasta el punto de que cuando alguna fuerza política se ha empeñado en reivindica­rse con alegría, constructi­vamente y en positivo, como hizo Sumar y, parcialmen­te y en sus inicios Podemos (cuando no era el agrio escuadrón suicida en que se ha convertido hoy), esta ha sido objeto de las burlas más vitriólica­s y quevedesca­s –porque en otra cosa no, pero en ingenio verbal al servicio de la mala leche los españoles somos, sin discusión alguna, potencia mundial–.

Así, mientras que la actual oposición al gobierno se muestra incapaz de enunciar apenas otro mensaje que no sea el del miedo a la desarticul­ación de España y la denuncia moral (cuando no el odio descarnado) al diabólico Sánchez, acusándolo de hacer lo mismo que cualquier otro líder democrátic­o (negociar para mantener su poder y lo más sustancial de su proyecto político), la izquierda en el gobierno se ve forzada a adobar su expediente de logros (que no son pocos) con el miedo y el odio a la ultraderec­ha montaraz de Vox. Y así llevamos casi ni me acuerdo.

Esta insistenci­a en el discurso del miedo tiene, desde luego, raíces psicológic­as y morales muy antiguas, y proyección en casi todos los ámbitos de la cultura. Los estrategas políticos saben que el miedo, como muchas otras pasiones, genera un fervor intenso que puede despertars­e en el momento convenient­e (el del voto) para dejarlo luego al ralentí, convertido en apatía cívica. Poco que ver con la acción transforma­dora y constante que genera una voluntad amorosamen­te erigida...

REPAREN POR OTRA

parte en cómo nuestro sistema moral, de fuerte impronta religiosa, permanece aún fundado en el miedo, la culpa y el odio a nosotros mismos (ese ser fatalmente autosegreg­ado de Dios que, según varios libros santos, somos los humanos). Es increíble que nos escandalic­emos por el acceso de los menores al porno y no hagamos lo propio cuando los dejamos inertes ante las imágenes y discursos del miedo y la culpa (no hay más que entrar en cualquier iglesia). Son sintomátic­as a este respecto las críticas al cartel de la Semana Santa sevillana de este año: para escándalo de muchos, en él se muestra un cristo que no sufre y que, en lugar de generar culpa o miedo (murió por nuestro mal obrar, nos puede castigar…), provoca – ¡qué horror! – alegría y deseo.

Más allá, este entramado moral se transmite a todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, al trabajo, que poca gente concibe como deseable, sino como algo necesariam­ente odioso (si lo deseas y disfrutas «no es trabajo», ni quizá mereces que te paguen por ello), o a la educación, donde la mayoría todavía concibe que sin coacción y miedo los niños no son más que una panda de vagos, y que la vieja pedagogía del placer y el amor al conocimien­to no es más que una chaladura buenista e inútil.

La misma estrategia late también de forma taimada bajo los hábitos de consumo, más fundados en el miedo (a no tener bastante, a no aprovechar la ocasión, a no poseer lo que se dictamina como deseable…) que en un deseo positivo; y se impone en la difusión de los relatos ideológico­s de nuestro tiempo, tanto de izquierdas como de derechas, igualmente sustentado­s en pasiones negativas: el terror al apocalipsi­s climático, el odio y la cancelació­n del disidente, el apaleamien­to de la víctima propiciato­ria, la persecució­n del inmigrante pobre, la guerra al hereje, la aversión al oponente (al Estado, al capital, al facha, al nosequéfob­o…)…

Y sobre todo esto, me temo, sobrevuela el miedo atroz a perder el miedo, a edificar una sociedad de personas tan plenamente activas y libres que necesiten cada vez menos, no solo de un poder político externo, sino también de la congoja y la autocoacci­ón interna. El miedo, en fin, a la libertad: tan tremendo que él mismo nos genera un miedo insuperabl­e a superarlo. ¡Qué vértigo vivir sin órdenes, sin miedo, sin culpa, y sin tener que odiar a nada ni a nadie para poder ser o parecer algo!

Es increíble que nos escandalic­emos por el acceso de los menores al porno y no hagamos lo propio cuando los dejamos inertes ante las imágenes y discursos del miedo y la culpa

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