El Periódico Extremadura

«Los intereses que llevaron a Franco a gobernar cuatro décadas siguen ahí»

Tras muchas novelas en las que se ha soltado como uno de los narradores más brillantes de la lengua española, Mendoza (Barcelona, 1943) ha escrito una novela con cuya lectura ni él ni nadie puede parar de reír. Se trata de `Tres enigmas para la Organizaci

- EDUARDO MENDOZA Escritor JUAN CRUZ epextremad­ura@elperiodic­o.com

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), el autor de La verdad sobre el caso Savolta, ha escrito ahora, después de muchas obras en las que se ha soltado como uno de los narradores más brillantes de la lengua española, una novela con cuya lectura ni él ni nadie puede parar de reír. Se trata de Tres enigmas para la Organizaci­ón (Seix Barral, como todos sus libros), que transcurre, como gran parte de su obra, en la ciudad donde nació, e incluye risa y rabia por igual, pues arranca del franquismo, época oscura de la que proviene la Organizaci­ón singular que le sirve de centro de la narración, y se ocupa de lo que sigue siendo esta ciudad en la que nació. Tanto en el libro, del que declara haberse olvidado cuando lo entrevista­mos en el Hotel Alma de Barcelona, como en la vida real, en la conversaci­ón, él mismo no paró de reír de las ocurrencia­s que animan un libro tronchante casi siempre, pero también ocupado de denunciar los vaivenes culturales y políticos de Cataluña. El propio inicio de la novela, que tiene 407 páginas, ya enuncia el carácter que el libro ha de tener, hasta el fin, de modo que la risa (en la entrevista también) resulta de una extraordin­aria manera de burlarse de lo suntuoso que también es de hojalata. Nada más sentarse a hablar con el periodista, provisto de las numerosas cajas de Nespresso con las que acaba de satisfacer la próxima temporada de un muy cafetero, él declara que no sabe qué libro ha escrito. De hecho, le pregunta al periodista qué libro ha escrito, y éste le dice: «Ha escrito usted por lo menos tres libros. Uno trata del franquismo, otro trata de este tiempo y hay uno más que trata de la vida cotidiana en una ciudad, que es esta en la que usted habita y escribe». «Sí, pero mira, a mí me da apuro ahora afrontar todas esas cosas», confiesa Mendoza. «Y lo paso mal en las entrevista­s porque de pronto no tengo nada que decir del libro. En realidad, el libro salió solo. Es un libro hecho por otro. Yo había decidido no escribir más, que hay un momento en que se ha de parar... Hay gente que piensa `¡qué pena que no haya parado ya, después de su último libro, en lugar de ponerse con este, que no solo es malo sino que ya es como los anteriores'... Todo eso pensé, y me dije: `No, no voy a escribir más'. Y al día siguiente, ya ves, pensé en qué iba a dedicar los días siguientes y me puse a escribir a lo tonto, a lo tonto. Y cuando me di cuenta ya estaba metido en la novela. Y no sé qué me ha salido».

– Ya le digo, le han salido tres libros.

– En todo caso, es como si fuera un libro hecho por otro.

A lo largo de toda la novela, la escritura combina sátira y alegría. Y desde el principio usted no deja de hacer reír, y de reír. Como si estuviera acompañado por la inspiració­n de Azcona, Mihura, Berlanga o, por ejemplo, Mortadelo y Filemón.

– – Todos esos están muy presentes. Fueron parte de mi educación sentimenta­l y literaria y nunca los he abandonado. Mihura es un referente, injustamen­te olvidado. Mortadelo ya me pilló crecido. Yo soy de la generación anterior: Don Pío, el repórter Tribulete, Doña

Urraca. Siempre se vuelve al primer amor, como dice el tango.

– Barcelona está de lleno en el libro, desde que empieza hasta que acaba. Esa Barcelona que describe es la de ahora, pero arranca de la que ya está en `El caso Savolta'.

¿Qué parte de la evolución ha dejado sin su rostro a Barcelona?

–Es un diagnóstic­o que no me atrevo a hacer. La Barcelona que yo descubrí, en la que me crié, ya es cosa del pasado. Hoy hay otra Barcelona. Mejor o peor no es un juicio de valor que una persona pueda hacer. Todo depende de lo que uno busque y lo que uno sea capaz de aportar. Sé que hay gente nueva, distinta, en barrios nuevos. Yo prefiero quedarme en casa.

«Lo que sucedió en 2017 es una mala reacción a un problema de hace siglos»

«Las ciudades cambian. No como nos gustaría. La pela es la pela»

– La Organizaci­ón a la que usted alude nace del franquismo, y has

ta 2022, como se dice al principio, se mantiene ahí. ¿Qué permanece de Barcelona, qué se ha roto?

– Espero que del franquismo quede poco. Pero algo queda, sin duda. La corrupción, supongo, aunque no creo que eso sea herencia del franquismo. Más bien el franquismo es herencia de la corrupción. Y los viejos intereses y los viejos impulsos que llevaron a Franco al poder y a gobernar cuatro décadas siguen ahí, claro.

Entre los sucesos que marcan la ciudad está todo lo que pasó en torno a 2016. ¿Se ha diluido aquel fenómeno? ¿Qué huella ha dejado?

– – Otra pregunta que no me atrevo a contestar. Sé lo que sabe todo el mundo. No estoy en contacto con el mundo político. Lo que sucedió en 2017 es una mala reacción a un problema que lleva ahí desde hace siglos. Mal entendido y mal gestionado por todas las partes interesada­s. En su momento dio origen a una grave fractura social, mucho sufrimient­o y mucha energía malgastada. Quiero creer que el tiempo ha suavizado las aristas.

Son 407 páginas turbulenta­s. Ahora que ya es evidente que es su libro, en el que hay franquismo, ciudad y tiempo, ¿entiende también que está escrito con un humor que sí es el suyo?

– – El humor es mío, sí. O yo soy suyo. Es el cauce natural de mi expresión literaria. A veces me he propuesto escribir en otra clave y al cabo de poco me he encontrado metido en esta atmósfera de humor. Supongo que es mi manera de ver las cosas.

– Juan Marsé es un compañero y un antecedent­e de este modo de fijarse en los personajes.

– Juan Marsé me enseñó muchas cosas. Una forma de narrar que en aquellos años no estaba de moda, pero era la que a mí me gustaba. Marsé tenía los mismos referentes que yo, y que muchos de mi generación: los tebeos, las películas del cine de barrio. Recuerdo haber comentado con él nuestro amor sin límites por Fu Manchú. También tenía un oído muy fino para el lenguaje de la gente. Con la forma de hablar de la gente de la calle podía contar la historia íntima de esa gente. Siempre he intentado hacer eso.

– Este periodista ha subrayado algunas frases que son desternill­antes. Espero que usted lo corrobore, o, en todo caso, dígame cuál es el grado de risa que usted se otorga a la hora de escribirla­s. «En una boda que se precie, en el Sudán no puede faltar una lata de berberecho­s Fernández». «Como soy de familia acomodada me divierte

un montón la vida de los pobres. ¿Cuánto tiempo lleva el yate?». «¿Tú con quién te identifica­s, con Sócrates o con James Bond?»...

– Me gustan las frases lapidarias y absurdas. En mi formación literaria están muy presentes los humoristas. Los de monólogo, micrófono en mano. Gila, Eugenio, Cassen. Y los grandes humoristas americanos que tuve la suerte de ver en Nueva York en la época en que viví allí.

«Marsé tenía los mismos referentes que yo: los tebeos y las películas del cine de barrio»

Esa risa a la que usted nos somete surge también con solemnidad­es presentes, como el fútbol, la Eurovisión, el Barça... ¿Se están rompiendo pasados de oro y ahora todo tiende a ser de hojalata?

«El insulto y el descrédito como argumento político me producen urticaria»

– No lo sé. Solo sé que la hojalata está muy presente. Y es tan fácil consumir comida basura que hay que hacer un gran esfuerzo para desenterra­r un oro que nadie valora. No quiero caer en un discurso pesimista, pero me temo que hoy en la educación (y no me refiero solo a las escuelas y universida­des) no hacen diferencia­s y se guían por la ley del mínimo esfuerzo.

Hay zonas del libro que alternan la risa que producen su capacidad con el humor con hechos que son más serios o preocupant­es. El racismo, el supremacis­mo, y hay también alusiones a lo que la ultraderec­ha de la que proviene la Organizaci­ón a una frase que ahora está de nuevo presente, la que alude a que hay que limpiar España, o que se rompe España... La presente conversaci­ón nacional forma parte del libro. ¿Cómo ve usted este tiempo, o temporal?

– – No me gusta. El griterío, el insulto y el descrédito como argumento político me producen urticaria. No tanto que lo usen los políticos, sino que lo usen porque eso es lo que les da dividendos. Porque es lo que la gente quiere oír. Si a todos nos reventara esa actitud, los políticos tendrían otra.

«Barcelona», dice el jefe de los personajes de la Organizaci­ón, «recupera momentánea­mente su antigua imagen: la ciudad provincian­a, insana, sórdida, y petulante de mi juventud», y acaba: «No nos dejemos llevar por la nostalgia. Lo mejor es enemigo de lo bueno y quejarse por lo que no tiene remedio es propio de viejos es propio de idiotas». ¿En qué momento está, Mendoza, esta ciudad de la que es mejor no guardar nostalgias?

– – Cualquier cosa menos la nostalgia. El jefe de la Organizaci­ón es hombre de tópicos y banalidade­s. Yo también, pero menos. Las ciudades cambian. No como nos gustaría. La pela es la pela. Pero yo le he sacado mucho provecho a esta ciudad. Ahora vivo más retirado. Otros vendrán que dirán cómo es este momento.

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El escritor Eduardo Mendoza, retratado en el Hotel Alma, en Barcelona.
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ELISENDA PONS

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