La novela nonata que sacudió a la ‘jet set’
Nunca hubo libro más esperado. 1966 fue un annus mirabilis para Truman Capote. En enero firmó el contrato por la que iba a ser su novela definitiva, Plegarias atendidas, en el que se comprometía a entregarla dos años más tarde. Prometía una obra de no ficción que retrataría el vacío existencial colocando como telón de fondo la exquisita fauna de las socialités de los salones neoyorquinos que el autor conocía de primera mano. Iba a ser una especie de En busca del tiempo perdido puesto al día.
Pocos meses después apareció su obra maestra, A sangre fría, disparo de salida de lo que luego se conocería como nuevo periodismo, cuya recepción habría sido un éxito que abrumaría a cualquier otro autor pero no para el pequeño –de talla– Capote, para quien toda notoriedad era poca. Hábil estratega de la promoción, su foto aparecido en todas las portadas y el libro se mantuvo en la lista de los más vendidos durante 37 semanas. No contento con ello, en noviembre organizó la legendaria fiesta en blanco y negro en el hotel Plaza de Nueva York, la apoteosis de la autoexaltación de su fama que congregó a toda la jet set neoyorquina, en especial a esas mujeres ociosas y multimillonarias como Gloria Vanderbilt, Slim Ketih, Babe Paley y Lee Radziwill, hermana de Jackie Kennedy, a quienes él llamaba sus cisnes. Pero olvidó que los cisnes pueden ser muy hermosos pero agresivos si se sienten atacados. Y si no, al tiempo.
Encumbrado, el autor de Desayuno en Tiffany's hablaba de sus plegarias en las numerosas entrevistas plagadas de esas frases ingeniosas y afiladas que tanto divertían a sus ricas amigas que le reían las gracias a cambio de sincerarse con él y contarle sus más ocultas intimidades entre martini y martini.
Pero el libro no llegaba. En 1968, Capote no lo entregó a su editor, pero no por ello dejó de hablar de esa obra que iba a ser el espaldarazo definitivo. «Están la empuñadura, el gatillo, el cañón y, finalmente, la bala, y cuando esa bala se dispare saldrá con una potencia como nunca antes se ha visto», pronosticó a un periodista. Fue una profecía autocumplida, pero no en la forma en la que él imaginaba.
Plegarias atendidas toma su título de una sentencia presuntamente
El trasfondo mundano de la obra inacabada y póstuma de Capote, `Plegarias atendidas', regresa gracias a la segunda temporada de `Feud'
atribuida a Santa Teresa: «Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que no lo son». En 1973, dado que no se culminaba la obra, el plazo del contrato sufrió distintas renovaciones hasta situarse en 1981, fecha que tampoco se cumplió. La editorial Random House ya le había pagado a Capote un adelanto de 250.000 dólares y acabó prometiendo un millón tras la entrega de la misma.
En medio, el autor tomó una decisión que no iba a ayudar: adelantar en la revista Esquire algunos capítulos: Mojave, un fragmento a modo de relato que acabó integrándose en la posterior Música para camaleones, y, muy especialmente, La Côte Basque, en el que las celebridades que habían adoptado como confesor a Capote se vieron traicionadas al ver reflejadas ahí sus miserias sin misericordia. Fue un terremoto. Una viñeta de The New York Times dibujó al autor como un caniche feroz enseñando los dientes a los asistentes a una fiesta. Lo cierto es más que morder la mano de los que le habían dado de comer, la arrancó de cuajo y la hi
zo picadillo.
Una de las afectadas, la muy deprimida Ann Woodward se tomo una sobredosis fatal de pastillas al revelar el relato que había ejercido la prostitución, había sido amante de un gánster y muy posiblemente ejecutora de la muerte de su último marido, un lord inglés, que oficialmente había sido considerado un accidente. «Ese asqueroso renacuajo no vuelve a mis fiestas», soltó otra de las damnificadas. A Capote se le expulsó del Olimpo.
«Ese asqueroso renacuajo no vuelve a mis fiestas», dijo una damnificada
El escritor se vio abocado a la depresión, el alcoholismo y las pastillas
Aparente indiferencia
El escritor respondió con una aparente indiferencia –le gustaba recordar la frase de Marcel Proust: «En la alta sociedad una gran amistad no significa gran cosa»– pero su frágil salud mental, acuciada también por una serie de relaciones sentimentales desastrosas, se resintió. Mientras hablaba de ese potencial libro que no llegaba nunca, se sometía a sí mismo a una gran exigencia que desembocó en una crisis creativa.
Y es que el estilo de los fragmentos aparecidos distaba mucho de ser la obra maestra prometida y él se vio abocado a la depresión, el alcoholismo y las pastillas. Hasta 1977 siguió hablando del libro, después calló. Su editor, Joseph M. Fox, y los amigos que le quedaban explican cómo había detallado tan nítidamente los capítulos inéditos que ninguno de ellos dudaba que el libro no estuviera escrito.
A su muerte, en 1984, a punto de cumplir 60 años, estaba destrozado por sus adicciones. Entre sus papeles se buscó infructuosamente el legendario manuscrito de Plegarias atendidas, pero no aparecieron más que los capítulos ya publicados. El misterio disparó las teorías: un amante despechado podría haber quemado la obra, quedó ocultó en la consigna de una estación, fue Capote la destruyó. Lo más probable es que el escritor se diese cuenta de que en su pulso contra Proust, él iba a quedar vencido y no escribió una línea más. Lo que hoy puede leerse, apenas los tres capítulos reunidos póstumamente en 1986, son las ruinas de ese sueño.