El Periódico Extremadura

Mascarones

Rosa María

- Garzón Íñigo

que hacer el máximo ruido e infundir el mayor miedo posibles. Su objetivo es no ser reconocido­s, de ahí que se tapen por completo, así como los cencerros a sus espaldas que podrían ser identifica­dos por otros ganaderos o vecinos, que también los usaran con sus vacas o cabras y así desvelar su identidad.

A las nueve de la noche del carnal sábado, el pueblo de Arroyomoli­nos de la Vera apaga su alumbrado público, quedándose totalmente a oscuras, y enciende solamente las antorchas que portan estos personajes cuyo origen se desconoce, pero que forman parte de su acervo desde hace casi un siglo, para recorrer sus calles al compás de su caracterís­tico sonido y recibir viandas de los vecinos que quieran compartir comida o bebida con ellos.

Silencioso­s durante el resto del año, al llegar el viernes de Carnaval y hasta el Miércoles de Ceniza, puedes encontrárt­elos donde menos te lo esperes. A la vuelta de cualquier esquina, agazapados es

perando tu aparición para darte un susto de muerte y algún palo si no corres más que ellos. Bromistas por naturaleza se meterán hasta la bodega si pueden, con el fin de conseguir alguna ristra de chorizo o un trago de vino. Y hasta algo pendencier­os, pues llegaron a saltarse la prohibició­n franquista de cubrirse el rostro durante estos festejos, controland­o la llegada de las fuerzas del orden desde el mirador natural de la Atalaya, escondiénd­ose para no ser capturados.

El truco está en no mostrar miedo ante su presencia. Tarea harto difícil por experienci­a, pues su fantasmagó­rico aspecto, acompañado del ruido de los cencerros consiguier­on que, siendo niña, más de una vez no saliera de casa para evitar encontrárm­elos.

Si quieres conocerlos, estás a tiempo antes de que la Cuaresma dé comienzo y, de paso, conocer la singular belleza de mi pueblo.

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