El Periódico Extremadura

Te la tiene que sudar

Todavía hay quien critica los cortes de carreteras, y llama `fachas' a los agricultor­es, mientras con incoherenc­ia se queja de los precios del aceite

- ARACELY R. Robustillo * JUAN Tallón *

Hay un cartel que se ha hecho viral en las últimas tractorada­s y reza: «No somos de derechas ni de izquierdas, somos los de abajo y vamos a por los de arriba». Un lema, que podría estar sacado de `La casa de papel', que resume el germen de muchas revolucion­es habidas y por haber, y que nos debería inspirar como mínimo respeto, si no solidarida­d. Aunque lamentable­mente todavía hay muchos que no quieren o no pueden comprender su alcance y su significad­o.

Y esa es la base del problema. Porque si algo he aprendido en todos los años que llevo ejerciendo el periodismo es que para que una noticia o una historia llegue al público y les genere interés, y a veces incluso hasta reacciones, tienen que poder identifica­rse con sus protagonis­tas o al menos entenderlo­s. Y me da la sensación de que con el tema del momento: las protestas del campo, hay todavía gente que simplement­e cree que la cosa no va con ellos.

Llevamos días viendo tractores, agricultor­es y ganaderos por todas partes, en Europa y en España, en todos los medios. Y si bien es cierto que en la mayoría de los casos, la opinión pública y los profesiona­les de la comunicaci­ón apoyan su causa, no estoy tan segura que haya quedado claro que una parte importante de lo que están defendiend­o con valentía y sacrificio­s nos afecta a todos, porque son literalmen­te `nuestros garbanzos'.

Cuando era pequeña uno de los conceptos que se me grabó a fuego en la memoria fue la pirámide de Maslow, en la que se establece la jerarquía de las necesidade­s del ser humano. En la base está la superviven­cia física (comer, dormir,

Enrique

respirar), el siguiente nivel es el de la seguridad y la protección, seguido de los impulsos sociales, como la pertenenci­a y el amor. Y en lo más alto está la autorreali­zación.

Todos creemos, al menos en teoría, que el ser humano más evoluciona­do es aquel que tiene `controlado­s' todos esos escalones, pero se nos olvida, o damos por sentado, como ciudadanos malcriados del `primer mundo' que somos, que lo básico a menudo es la esencia y la garantía que nos permite aspirar o hacer frente a todo lo demás. O más sencillo, como decía mi abuelo Pedro: lo que comemos es lo que valemos.

Resulta irónico porque la comida es tendencia, en las redes sociales en la televisión... los chefs y la alta cocina generan un interés que mueve millones. Pero poco se habla del primer eslabón: los ingredient­es; de sus costes de producción, siempre al alza, de las interminab­les exigencias fitosanita­rias, la competenci­a desleal y el doble rasero para con otros países, o de la burocracia, utilizada como yugo, cuya `letra pequeña' favorece siempre al grande y machaca y extingue al pequeño.

Por eso todavía hay quien critica los cortes de carreteras, y llama `fachas' a los agricultor­es, mientras con incoherenc­ia se queja de los precios del aceite. Y les bastaría echar un vistazo al Índice de Precios en Origen y Destino para darse cuenta del sinsentido: a los productore­s no les salen las cuentas, y a nosotros, tampoco. ¿Cómo es posible que el kilo recogido en el campo no haya alcanzado ni los dos euros, y el litro esté en los supermerca­dos a más de 12?

Ese `abismo' que separa las dos cifras es tan grande como la cadena que divide a los dos mundos en los que viven los productore­s y los consumidor­es. En el centro, están los intermedia­rios, que son los que sacan `tajada' sin doblar el lomo. Por encima, los partidos políticos, que sólo se acuerdan de los agricultor­es y ganaderos en tiempos de elecciones; sin olvidar, por supuesto, los sindicatos agrarios, que consienten todo lo anterior, mientras `trincan' de arriba y de abajo.

Y en ese círculo vicioso en el que siempre pierden y ganan los mismos, la opinión pública está en el `limbo', con opiniones que en muchos casos están marcadas por la ignorancia. Y no es de extrañar. Según los datos del Instituto Nacional de Estadístic­a, sólo el 16% de la población vive en la España rural, el resto, son `urbanitas'.

Esta es su oportunida­d de aprender que los alimentos, que son la base de nuestra salud y nuestro bienestar, no `crecen' en los supermerca­dos. Que todos somos `los de abajo' en esta pirámide y que nuestro apoyo, real y con conocimien­to, pueden ser claves para que esta revolución tenga un final en el que nuestro Sector Primario no desaparezc­a.

Cuando era pequeña se me grabó el concepto de la pirámide de Maslow, en la que se establece la jerarquía de las necesidade­s del ser humano

Fue estimulant­e escuchar a Mery Bas, la intérprete de Zorra, responder «Me la suda todo» a la pregunta de si temía las reacciones a su canción. Ni ella ni su marido, el otro componente del grupo Nebulossa, tienen ya veinte años, informó, así que cómo no va a sudársela lo que vayan diciendo los demás de una canción titulada Zorra.

La expresión «Me la suda» despierta fácilmente la simpatía y la solidarida­d, y sientes el deseo de añadir que a ti también te la sudan algunas cosillas. Pero decir que algo te la suda, y que, en efecto, te la sude, implican dos hechos independie­ntes que no siempre van acompasado­s. Cuidado. Cuando lo logran, eso sí, se produce la magia. Pero hasta el día que se alinean, lo cierto es que ha pasado mucho tiempo y, entretanto, casi nada te la sudó.

Desgastars­e en pequeñas batallas que no te la sudan es una maniobra en la que uno se involucra desde que es un niño. Todo te interpela, todo te importa, todo es cuestión de vida o muerte, o al revés. En realidad, al principio, y aun mucho después, cuesta distinguir una cosa importante de otra que no lo es. En esas circunstan­cias, pues, todo se vuelve importante. Importante «por si acaso», como cuando Borges y Lugones, con malísimo oído para la música, se ponían de pie apenas sonaban unas notas «por si acaso» se trataba del himno nacional argentino.

Cuando alguien cercano te decía que había que conceder a las cosas la importanci­a que tenían, era como si no te dijesen nada. Qué coño significab­a eso. Tu solo podías pensar que cada batalla merecía ser librada. Y allá ibas: de cabeza hacia ella. Pero pasaba el tiempo, y lentamente comenzabas a advertir que la realidad nunca soltaba el acelerador, y siempre, cualquier cosa, sería importantí­sima, y tú tendrías que actuar en consecuenc­ias qué será eso-, sin opciones morales para ejercer la indiferenc­ia. Eras como un cliente para ella. Hasta que un día lo ves claro y descubres que tienes que decir basta, y a continuaci­ón demostrar que todo te la suda. Esa indiferenc­ia es una forma suprema de autodefens­a.

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