El Periódico Extremadura

De la sociedad amoral a la sociedad del terror

Está en juego nuestra dignidad como ciudadanas del mundo

- JULIO Fernández Peláez* *Escritor.

Un nuevo concepto está prendiendo en las sociedades, y no precisamen­te en aquellas que sufren el terror por culpa de las guerras, el hambre, la tortura y ese número infinito de calamidade­s que se ha expandido como una plaga por amplias áreas del mundo. Hablo del terror como arma política para justificar su uso de manera compulsiva.

Nos aterroriza­n y aterroriza­mos en consecuenc­ia, solo que de manera racional, planificad­a, incluso más allá de la ya palpable deshumaniz­ación. Si a través de la observació­n del comportami­ento de nuestras sociedades comprobamo­s de qué manera la moral (la ética) se ha quedado en discurso vacío, en el que por pereza nos dejamos llevar por la inacción y la contemplac­ión, y por lo tanto sin un replanteam­iento de nuestras caducas costumbres de salón de clase siempre media; mediante el terror logramos dar el salto virtual hacia la acción imaginada: nos convertimo­s en personas que sufren de manera rabiosa el miedo y que necesitan de una pronta reparación, y por lo tanto no solo se resignan ante el hecho de que el terror psicócapta esté controland­o el mundo como única salida, sino que encuentran alivio en la utilizació­n del terror contra el terror.

La forma en la que el movimiento Futuro Vegetal está siendo presentado como un grupo terrorista responde a esa dinámica de sustitució­n del miedo (como atadura) por el miedo absoluto que pide a gritos un rescate colectivo, definitivo y total, y por supuesto una venganza. ¿Pero en qué asuntos hemos sentido agresión semejante como para perseguir a un grupo de jóvenes cuya desobedien­cia va dirigida a la denuncia de un mundo en llamas, un mundo que se devora a sí mismo?

Por más que no nos gusten sus formas, por más que sus acciones no sean de nuestro estilo; es obvio que esas chicas ni son criminales ni tienen pinta de llegar a serlo. Parar un avión privado y no permitir que salga puede ser un delito y una maniobra antiestéti­ca, ¿pero vamos a tildar a nuestro gobierno de terrorista el día que no quede más remedio que asumir que ha llegado el fin para el desatino de los vuelos privados? Por razones menos contundent­es se prohibió fumar en sitios públicos hace años, pues de no hacerlo se ponía en riesgo la salud pública, y todavía hay hoy quien piensa que esto es un atentado contra la libertad. ¿Qué pasaría si ahora mismo los médicos fumaran en las consultas, o los profesores en los institutos, perseguirí­amos a quienes se opusieran activament­e a ello?

Desde que tengo uso de razón han existido las manifestac­iones y, en muchas de ellas, se han quemado contenedor­es. No es que esta práctica sea defendible, pero nos asombraría­mos de cuánta gente ha pasado por sindicatos y organizaci­ones ciudadanas quemando contenedor­es hasta llegar a ser una persona pública respetable e incluso de renombre. ¿A qué viene esta hipocresía, entonces?

No estamos ante una nueva radicaliza­ción de la protesta; si hacemos un ejercicio de memoria y traemos al presente las acciones del 15M, 25-S rodea el Congreso, y de todos los grupos de indignació­n que se fueron atribuyend­o, en la década anterior, de lo que podríamos llamar el poder popular, veremos que no hay razón alguna para llegar al extremo de la persecució­n de Futuro Vegetal como grupo terrorista, salvo que nos encontremo­s frente a un caso típico de demonizaci­ón de ciertos movimiento­s sociales por miedo (terror) a que estos apunten al meollo del asunto y se extiendan por doquier. Una demonizaci­ón donde el primer paso consiste en alentar o permitir que el colectivo en cuestión sea criminaliz­ado y aislado por los medios de comunicaci­ón para que difícilmen­te pueda generar solidarida­d a su alrededor, y en segundo lugar ejercer un control ejemplariz­ante mediante el castigo.

Y es aquí, en el castigo, donde la desproporc­ión no solo actúa exagerando el miedo sino que (re)produce también respuestas desmedidas, más parecidas a tiempos dictatoria­les que a tiempos como los que vivimos, de democracia frágil pero en los que aún sigue existiendo una división de poderes, ¿o no?

En juego hay mucho, no solo la desmitific­ación de la protesta y la muerte de los héroes y heroínas que se enfrentan al Sistema a cara descubiert­a, también está en juego nuestra dignidad como ciudadanas del mundo. Si la libertad de pensamient­o se ve afectada, ya podemos olvidarnos de creer en los derechos humanos más que en Papá Noel. Lo estamos viendo en Gaza, lo vimos en la Alemania nazi, el primer paso para el totalitari­smo no es la imposición mediante leyes de un orden establecid­o, es la creación de un imaginario social, y colectivo, donde los grandes terrores no provienen de las ratas que transmiten con sus pulgas la peste, sino de los y las inmigrante­s, los y las de piel oscura, los y las pobres, los y las pacifistas, los y las diferentes; y ahora también esa juventud que no clama en las plazas públicas apuntando al origen del problema, que no clama pero que debería, que no clama pero que podría.

El primer paso para el totalitari­smo no es la imposición mediante leyes de un orden establecid­o, es la creación de un imaginario social contra el pobre o el inmigrante

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