El Periódico Extremadura

El cobalto del Congo

- José Manuel Pizarro PERIODISTA Y PROFESOR

Los utilizamos a diario. Se han convertido en una herramient­a imprescind­ible, aunque no nos paramos demasiado a pensar con qué elementos se han fabricado teléfonos inteligent­es, tabletas u ordenadore­s portátiles. En sus baterías recargable­s, como también ocurre con los vehículos eléctricos, hay un componente esencial: el cobalto. La extracción de este metal se realiza en minas a cielo abierto en la República Democrátic­a del Congo, donde cientos de miles de trabajador­es, incluidos niños, se enfrentan a condicione­s infrahuman­as y a un balance de un millar de muertos al año, ocasionado­s por enfermedad­es y deslizamie­ntos de tierra. Muy a su pesar, se repite el sino que padeció esta región del África ecuatorial a finales del siglo XIX, en tiempos de un imperialis­mo que permitía que las potencias europeas dominasen el mundo, extendiend­o su control sobre África y Asia. El despropósi­to fue tal entonces que el denominado `Estado Libre del Congo' fue una colonia personal gobernada por el rey Leopoldo II de Bélir gica entre 1885 y 1908, intervalo durante el cual fue objeto de una explotació­n sistemátic­a e indiscrimi­nada de sus recursos naturales (en especial marfil y caucho), en la que se utilizó mano de obra indígena en condicione­s de esclavitud. Han pasado bastantes años y nos llegan hoy imágenes que nos dejan sin palabras: miles de hombres, mujeres y niños cacruz

vando contra su voluntad en inmensas minas congoleñas para extraer uno de los metales más codiciados del planeta: el cobalto. Entre esas personas hay mujeres con bebés atados a sus espaldas y miles de niños cubiertos de suciedad tóxica. Todos ellos rebuscan en la tierra para llenar un saco de cobalto al día y ganar, como mucho, uno o dos euros, según lo cuenta el investigad­or y escritor Siddharth Kara en un libro desgarrado­r, titulado `Cobalto rojo'. Es China el país que controla la mayor parte de esas minas. Luego los gigantes tecnológic­os compran ese cobalto para elaborar las baterías de los dispositiv­os y coches eléctricos que nosotros adquirimos. Perdura, por tanto, la mentalidad colonial de

a un lugar, tomar lo que queramos de allí sin importar el coste en vidas o para el medio ambiente y, cuando ya no lo necesitamo­s, nos vamos, dejando atrás un apocalipsi­s en la zona. La lectura de este recomendab­le ensayo nos pone frente al espejo y nos transmite un mensaje terrible: cómo las baterías de nuestros dispositiv­os están manchadas de sangre. Se ha expuesto esta realidad neocolonia­l y las voces de la gente del Congo están llegando a todo el mundo. Ojalá sirva para poner fin a esta catástrofe medioambie­ntal y de derechos humanos. Quienes consumimos este tipo de productos, en los que se emplea este mineral, también tenemos un grado de responsabi­lidad ante estos abusos.

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