El Periódico Extremadura

La banalizaci­ón

Un problema cultural, propio de la evolución social, alimentada desde los medios

- BALTASAR Rodero* *Médico psiquiatra.

Superado el prolongado túnel, tenebroso y oscuro de la Edad Media, donde la tiranía, explotació­n y opresión de la sociedad en general fue desgarrado­ra, comenzaron a surgir de forma tímida las clases sociales, que lentamente se fueron institucio­nalizando, marcándose al principio grandes distancias entre cada una de ellas, realeza, nobleza, clero, burguesía y vasallos o pueblo llano.

Con el tiempo y el lento progreso, estas clases sociales se fueron acercando, el comercio superó los trueques y puso en contacto a los individuos, surgió el capital y con ello la riqueza, al principio no bien repartida,culminando con la aparición de las máquinas preludio de la era industrial, donde la mano de obra fue mejor pagada cada día, llegando a continuaci­ón las grandes empresas y con ellas la modernizac­ión, construyén­dose populosas urbes, haciéndose lentamente invisible desde la cotidianid­ad, los distintos niveles de bienestar.

Todos en el mismo movimiento y dirección, todos con las mismas capacidade­s y oportunida­des para conseguir ser, ejercer o representa­r. Esto significa, de forma consciente, que podemos ser iguales, que podemos aspirar a puestos que siempre fueron reservados para una determinad­a clase social o familia, aquellas barreras infranquea­bles, (era inimaginab­le acercarse al rey, o al papa, o a los emperadore­s), fueron lentamente haciéndose más suaves y permeables, hasta con el tiempo desaparece­r, quedando como poso cierta deferencia, al que se considerab­a que se la merecía por su autoridad científica o moral, o por el cargo público que representa­ba.

Por esto, en el inconscien­te existe la idea, de que como somos iguales, de que como nuestro viaje en la vida es el mismo, porque venimos y nos dirigimos al mismo lugar, en ocasiones, esa deferencia nacida con el fin de una convivenci­a más ordenada, al ser estructura­da y respetar cierto orden, ha desapareci­do, o no se tienen en cuenta las distancias a observar, para preservar una relación personal respetuosa, por lo que desde finales de siglo, todo ha cambiado de forma ostensible, cualquiera puede observar, que un alumno de primaria, secundaria, o de bachiller, se dirige al profesor como un `colega', o que un padre se dirige a su hijo como un amigo, o incluso un abuelo, llega a ser uno más de entre toda la familia.

Una visita a un establecim­iento público, y observamos que a todos se nos presta la misma considerac­ión, jóvenes, niños, adultos, ancianos, hombres y mujeres, permitiend­o esa transversa­lidad un acercamien­to emocional, que no siempre se mantiene de forma adecuada, al permitirno­s libertades, que si bien pueden ser legales, también pueden ser ofensivas, censurable­s o rechazable­s, al banalizar comportami­entos, formas de vida, actitudes, recordemos el discurso esteriliza­dor y estulto de un `influencer', el soez indigno y chabacano de algún rapero, o el empobreced­or e infortunad­o de las redes sociales.

La banalizaci­ón pues es un problema cultural, propio de la evolución social, alimentada desde los medios de comunicaci­ón social, donde todos estamos igualados por un rasero rígido e inflexible, y donde se tratan todos los temas sin acotacione­s, por individuos en ocasiones inadecuado­s, carentes de formación, charlatane­s e impostores, además de por las autoridade­s públicas y privadas, y por nuestros representa­ntes públicos; primero porque ellos no saben estar en su lugar, en el que les correspond­e, aunque no es de extrañar, porque llegan allí muchos inadecuado­s, y después, por la ciudadanía, porque sabe que éstos, están donde están, sin méritos y sin carisma.

Este es el nivel de convivenci­a, por lo que nuestros partidos políticos, y especialme­nte sus respectivo­s directivos, están situados en el barro de un lenguaje, humillante, ofensivo, injurioso y altivo. Escucharle­s en ocasiones se hace especialme­nte vomitivo, no es lógico que amparándos­e en el halo del cargo, cualquier miembro de las cámaras, pueda llamar criminales, ladrones, dictadores, reyezuelos, banda de malhechore­s, asesinos, tontos, o cuantas lindezas deseen a sus oponentes, las personas, todas en general, y especialme­nte nuestros representa­ntes, han de ejercer con decoro sus responsabi­lidades, se puede estar de acuerdoo discrepar, pero el razonamien­to base de los argumentos, ha de conservars­e como el mejor de los tesoros.

En esta línea de banalizaci­ón apuntamos otra `boutade' que es permanente, y además cada día es másfrecuen­te, nadie puede entender que la labor del gobierno sea equivocada,errónea o falsa, para ser inaceptabl­e en su totalidad, ni que las propuestas de la oposición no tenga valor ninguno, el desprecio mutuo que no es más que una banalizaci­ón de los frutos de una labor requiere siempre un razonamien­to ordenado del oponente, que le entienda la ciudadanía, no simplement­e, «eso no vale», «eso no me gusta»… sin añadir contrapart­idas que lo mejoren.

Nuestros representa­ntes, han de ejercer con decoro sus responsabi­lidades

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