De cultura y no
Aveces me gustaría no escribir sobre Cultura. A veces me gustaría decir: «Pero Alberto [Garzón, of course], cómo se te ocurre decir que la izquierda fagocita -o lo que haya dicho, no quiero volver a leer esa carta, qué vergüenza ajenacuando aceptas un puesto de trabajo en un lobby habiendo sido ministro de Consumo». Y recordar ese momento mío, dos años en paro, mi amiga más antigua y la mejor (hola, Pupe) pagándome todos los cafés y las cenas, y las salidas... Ese momento, decía, en el que había mandado seis mil cartas de presentación molonísimas, citando escritores y sacando mi artillería («miren, contratadores, sé escribir, páguenme») en el que lo único que me salió fue en una productora que cubría noticias del corazón y dije que no, porque, a ver, no. Tengo amigas que han cubierto mucho corazón (hola, Vane), pero yo no. No sé, no tengo estómago, no me interesa. Y esa reunión con aquel responsable de Izquierda Unida que me dijo: «Virgen no quedamos nadie», al que le contesté: «No quedarás tú. Yo sí. Yo no me he vendido nunca».
Coño, que parece que el estirar siempre los límites de la ética propia y comunitaria solo les está permitido a los mismos. A los privilegiados. A los ricos (sí, comparado conmigo, un ministro, un diputado y un consejero son ricos). Lo aseguro, en la productora de noticias del corazón me iban a pagar mucho menos, sospecho, que al ex ministro. Y ojo, yo soy la primera que considera un error que se pierda el capital de conocimiento: no entiendo cómo no se crean plazas universitarias para ex presidentes de Gobierno autonómicos, etc. Crearlas con nombres y apellidos. Pero ¿Acento? Qué se le habrá pasado al ex ministro por la cabeza, ejem.
Pero aquí estoy, que tengo que hablar de cultura cuando llevo dos días anonadada con esto y cloqueando como las gallinas. O Rafa Nadal, que ha dicho que no cree que Arabia
Saudí le necesite a él para limpiar su imagen. Qué se le habrá pasado al deportista por la cabeza, ejem.
Luego oigo el acento del Capullo de Jerez y se me pasa. Ay, pienso: un señor hablando con acento de Jerez, que dice (lo dijo en Canal Extremadura Televisión) que canta todos los días, que canta cuando come, cuando sale y cuando entra y que un día pensó: «Yo empecé a cantar en las bodas y los bautizos de los gitanitos en la calle Nueva y la gente se volvía loca conmigo y digo: `Buf, pos yo canto bien', lo que pasa es que yo nunca me lo he creído, ¿me entiendes? Y cuando voy a un festival y veo que el festival está lleno de gente y salgo y me encuentro con salud y con fuerza yo digo: `Esto es mío ya to'. Na más que me siento la fibra, digo: `Esto es mío'. Y de momento, empiezo a cantar, me siento la voz y digo: `A este público lo levanto yo de la silla'». Le escuchas, va a estar en Don Benito a las nueve de esta noche en el auditorio de la Institución Ferial de Extremadura, y piensas: ay, un señor que canta y que habla así de inseguridades antes de salir a un escenario y de cómo las supera.
Estos días ha circulado por redes (por las mías: cada uno tiene unas redes) un vídeo de Henar Álvarez hablando de empoderamiento. Las mujeres le han contado algunas, como ser una súper mamá. «Esto no te empodera, esto cansa». Y hablaba de lo lógico: empoderar, empodera el sueldo. Y las amigas. Y hacer una buena terapia, si una la precisa, también empodera porque conocer los principios del aprendizaje y por qué haces lo que haces y qué mantiene tus comportamientos. Y llega un señor y dice: «No me lo creía, pero si estoy bien, levanto a la gente de la silla». Ole, miren.
Hace cuatro años dije que Tomaz Pandur me hizo entender a Medea del todo y que estuve esperando diez años a que Fermín Solís acabara Medea a la deriva; «Una Medea en un resto de un glaciar
que se va derritiendo cada día más y a la que hace decir: «Es cierto que soy despreciable. Tanto o más aún que las horribles criaturas que se deslizan bajo las profundas aguas de este mar que me rodea. Yo he estrangulado a seres inocentes mientras dormían con estas manos. He traicionado, asesinado, descuartizado, odiado e incluso amado. Y amar, sin duda, ha sido el mayor de mis pecados».
Recordé esa frase mítica: “De todo lo que tiene vida y pensamiento, no hay nada más digno de compasión que nosotras, las mujeres”.
Mientras la leí, mientras me asombré con ese final abierto, maravilloso y evocador, pensé: «Esto es una obra de teatro». Y lo fue, después. La pusieron en escena el propio Fermín Solís, Isidro Timón a la dirección y los textos y Amelia David como Medea. Y qué Medea.
Soy muy fan de Amelia David (hola, Amelia). Me quedo subyugada viendo lo que hace esa mujer con el cuerpo, la delicadeza y la fortaleza que desprende, esa gracilidad que solo tiene ella, esa voz cambiante, ese poderío, en definitiva. Isidro Timón contaba que, en las primeras representaciones, la gente sabía que la obra había acabado, pero no se levantaba de la silla. Me pasó. La pueden ver a las ocho y media en el Gran Teatro de Cáceres esta misma tarde. No se la pierdan. De verdad.