Farragua, el asturmeño
Rosa María
dera allá donde va y al lugar que le ve crecer y desarrollar toda su creatividad, suma de mangurrino y culo moyáo.
Su apariencia quijotesca, coronada por su toque blanco plisado, le infiere un aspecto de sabio alquimista conocedor amante de lo suyo: el arte de los fogones, que practica en su acogedor restaurante, situado en el corazón de Xixón: Farragua, fruto de mucho esfuerzo y tesón. Más allá de un restorán, es el espacio donde su obra se abre al mundo y a los sentipara mostrar esa mezcla de territorios y concentrar, en un solo bocado, montones de Magdalenas de Proust de quienes tienen el privilegio de probar sus elaboraciones, sobre platos de ceniza de encinas y lodos asturianos. Lejos del desaliño, los detalles no solo decoran sino que transmiten sus sentimientos. Encinas, olivos, higueras o sarmientos de alambre, hechos a mano por su madre y el alma de su padre, junto a las servilletas que él mismo cortó y cosió, dan paso a un auténtico festín gas
tronómico, servido por un exquisito equipo de profesionales perfectamente sincronizado, orquestado por su chef: Ricardo Señorán, quien consigue deleitarnos durante horas de inolvidable placer.
Un Sol Michelín avala su trabajo. Pero también una burrina tocada, logo de su novedoso proyecto culinario Arrieros: homenaje a aquellos comerciantes que recorrían con duro y sincero trabajo la Ruta de la Plata y cuyo espíritu consiste en conectar gentes y culturas a través de la comida y bebida de dicha ruta. Con menús como: de Jalamío, El Miajón, Asina o Mangurrino y saborear el sorprendente Badila Verata de postre y su puesta en escena, por ejemplo. Una auténtica catarsis.
Y es que, cuando algo se hace con tanto amor, sólo puede ser muy bueno. Pues como dijo A. Camus: «Crear es vivir dos veces», así que, si podéis, id y vividlo.