El Periódico Extremadura

El Duque (V)

- Fernando ARQUEÓLOGO

Cosme de Medici empleó toda la primera mañana de su estancia en Badajoz recibiendo el saludo de varios personajes notables de la ciudad y que, o bien residían aquí o bien estaban momentánea­mente desplazado­s, por motivos en general castrenses. Algunos de ellos eran italianos, súbditos de la corona española. Magalotti se fijó en uno, un tal Lorenzo Porsi Pistoiesa, un joven que servía desde los seis años (¡!) en el ejército del Rey y en ese momento había quedado exento, al licenciars­e una parte importante de las tropas reclutadas durante la fracasada campaña contra Portugal. El buen hombre permaneció pressus servicios como ingeniero. Siempre me ha sorprendid­o la cantidad de apellidos italianos en nuestra ciudad. No me atrevería a atribuirlo­s a un tiempo tan lejano como la segunda mitad del siglo XVII, pero me resulta difícil calcular su momento de llegada. La mayoría de ellos pertenecen a famitocola­rios

lias radicadas aquí desde hace mucho tiempo.

Después de almorzar, su Alteza don Cosme expidió una carta a Madrid, para agradecer al Rey y a la Reina las atenciones de que le habían hecho objeto. Era consciente del difícil momento político entre ambos estados. Y, luego, se dirigió al desapareci­do convento de San Francisco, en el área ocupada por la actual plaza homónima y alguno de los edificios aledaños. Era la ocasión de saludar al clero. En la sacristía de la iglesia conventual lo recibió Francisco de Rois y Mendoza, obispo de Badajoz, después de haber sido fraile cistercien­se y catedrátic­o en Salamanca. Y pasados estos actos protando

se dio un garbeo, para contemplar las murallas, y acabó subiendo, en carroza, al Fuerte de San Cristóbal. En la ilustració­n de Baldi se distingue perfectame­nte su perfil. Había sido un elemento importante durante la guerra entre las dos coronas peninsular­es. Y como allí se les hizo de noche, el duque y varios caballeros que lo acompañaba­n por cortesía -quizás, también, lo vigilaban- volvieron al alojamient­o de San Agustín. Y acabó la visita oficial. Quiero suponer que contemplar­on desde lo alto del pequeño reducto la espectacul­ar puesta de sol. Yo les invito a ustedes a hacerlo, cuando puedan. Lástima de sitio sacrificad­o al delirio administra­tivo.

Siempre me ha sorprendid­o la cantidad de apellidos italianos en nuestra ciudad

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