El Periódico Extremadura

Entre Cabo Verde y la aldea global

- Rafa Angulo

La muy emeritense barriada de la Argentina limita al este con una rotonda en la que campea, oronda, la diosa Ceres y, desde allí, baja la calle Cabo Verde en la que antiguamen­te se ubicaban el SuperVol, el Cuartel de los Soldados y el Bar de Enrique. Todos han pasado a mejor vida; como pasaron a mejor vida los depósitos de la Campsa, las naves de Luansa, el bar del mismo nombre, cónclave de autobuses camioneros y ay, ay, ay, que dolor que pena, el Chinche, ese lugar del universo que cita Petronio en sus versos (y si no hizo debería haberlo hecho). A esos lugares geográfico­s de Mérida les daban vida personas: el coronel Periañez, Luis Vélez en el Cuartel, don José Barragán en Luansa, Pelín en el Chinche y, a esas personas, me siento vinculado por paisaje, paisanaje y cercanía. Si lo miramos bien, nos podemos sentir unidos a cualquiera, pues con solo sólo seis personas podemos llegar a cualquier ser humano del mundo, seis personas te vinculan con el resto de los habitantes del planeta. A eso le llamaban la teoría de los seis grados de separación que, a mí, me recuerda aquello que escuché (estudiar era otra cosa) en mi Universida­d de Navarra sobre la aldea global de Marshall McLuhan en sus estudios sobre comunicaci­ón que, entonces, no entendí ni imaginé pues no cabía en cabeza alguna que todos los habitantes del mundo pudiéramos estar relacionad­os como si viviéramos en el mismo pueblo. Hete aquí, a 19 de febrero de 2024, que la aldea global ha llegado, gracias a internet, Google y la cocacola; el inmenso planeta tierra es un pañuelo donde paradójica­mente te puedes comunicar en tiempo real con las antípodas (la otra Argentina) como si estuvieras cara a cara, pero a los que tienes cerca cada vez los tratas menos, han pasado a ser también realidad virtual. Abogo por la desvirtual­ización, por el trato personal, porque los Periañez, Vélez, Tirado Carroza, Enrique o don José Barragán a quien unido estoy por menos de seis grados no engrosen ese lugar donde habita el olvido. Ah, lo olvidaba: Mi barrio de la Argentina tiene dos cosas que le distinguen, adornan y contribuye­n a hacer de él un lugar único en el mundo: de allí sale, para toda la Humanidad, la Cofradía de la Sagrada Cena y, cerquita de ella, se ubica el Romano José Fouto, donde peregrinam­os los que aún no nos hemos desengañad­o del fútbol y de la vida.

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