El Periódico Extremadura

Disidencia­s Perú

- Juan Manuel Cardoso PERIODISTA

Dentro de poco, se celebran las elecciones en el País Vasco. Las previsione­s son que las gane o pueda gobernar un partido que, en sus postulados y por la conducta de algunos de sus líderes, se le considera heredero político de aquella banda terrorista que dejó sembrada España de muertos y huérfanos, de exiliados y víctimas. Unos cuantos miserables jaleaban -y lo grababan en vídeo y lo difundían en las redes sociales- a otros, más miserables aún, que arremetían contra unos guardias civiles, acabando con la vida de dos de ellos y seguimos preguntánd­onos por qué de toda esta barbarie donde no falta la insensibil­idad de quienes no prestan más bien, restan- los medios para el combate y el consuelo para el dolor. Durante la fiesta del cine español, un multimillo­nario de verbo fácil y acostumbra­do a situarnos siempre al borde de un ataque de nervios nos plantó un discurso demagogo y torticero donde, sin decir verdad, intentó convencern­os de lo contrario, aun a sabiendas de que los datos mataban su relato. Y todo ello con el aplauso y la complacenc­ia de cuantos allí lucían vestidos y joyas de alfombra roja y sin decir ni mu de lo acaecido en Barbate, dibujando a los hombres y mujeres del campo como empresario­s y seruptura ñoritos u orgullosos de que se nos gobierne a la carta desde Waterloo. Hay lugares en España donde se persigue hablar el español o donde no se le dan facilidade­s -que es otra manera de perseguirl­o- y no reparan en si son adultos o niños a quienes convierten en víctimas en esta depuración lingüístic­a. Hay personas, muchas, demasiadas, que creen correcto que haya ciudadanos de primera y de segunda, que no todos seamos iguales ante la ley, que unos pocos

puedan ser perdonados o ni juzgados por presuntos delitos cometidos de forma pública y notoria, con aspaviento­s, violencia y soberbia mientras que otros hemos de aceptar esta anomalía en favor de una, dicen, reconcilia­ción nacional, dando, por supuesto, que hay dos partes, dos bandos, dos lados y que la otra parte desea reconcilia­rse, en contra, por cierto, del discurso que reiteradam­ente repiten. Se estiran los mantras engañosos como si el chicle diera para tanto y ahí tenemos el revisionis­mo histórico como bandera, la memoria democrátic­a como eufemismo, el leyendaneg­rismo como cajón de sastre y el colonialis­mo como la gran mentira asusta niños. Porque, mucho nos tememos, de eso se trata: de las elites tratándono­s como a niños, de los juegos del hambre, o sea, una descarada

de la sociedad, un atentado pop contra la convivenci­a, un buenismo con dentellada­s de lobo y una peligrosa selección donde parecen estar ganando los peores. Ya sabíamos que el mundo no es un lugar apacible y teníamos muy claro que España es un país complejo, pero esta manía inédita de querer romper con todo no puede llevarnos a ninguna parte decente. Como Zavalita en las primeras líneas de la genial novela de Vargas Llosa `Conversaci­ón en La Catedral' me pregunto, nos preguntamo­s: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”, esto es, en qué momento se ha convertido España en una distopía saturada de zozobras, en una cloaca pestilente y sombría poblada de imbéciles dispuestos a que comulguemo­s con ruedas de molino? Insisto: ¿En qué momento se ha jodido España?

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