El Periódico Extremadura

Pedagogía: concepto y cansancio

Contra la torticera utilizació­n del electorado y el estrés de las estructura­s del estado de derecho, sin embargo, hay que posicionar­te enfrente. Ya se nota el cansancio de comulgar con ruedas de molino

- ALBERTO Hernández Lopo * * Abogado. Experto en Finanzas.

La tentación en el análisis del resultado gallego es hablar de lo inmediato, explicar la matemática electoral desde la perspectiv­a de los hechos más recientes. Este ángulo nos dirá que es la ley de amnistía uno de los parámetros con los que hay que analizar los votos del domingo. O, al menos, que es el más relevante. También que la famosa «lectura» debe hacerse en «clave nacional». Si uso el entrecomil­lado es para subrayar que estos giros, tan profusamen­te usados, no son otra cosa más que adornados clichés. Y como todos los clichés, en ellos se confunde algo de realidad con una versión maniquea y resumida de la misma. Para mí, los distintos (incluso interesado­s) análisis llovidos desde el domingo pecan de anclarse en esa interpreta­ción.

Hay una tendencia latente que no se explica sólo desde el horizonte de los últimos meses, o, ampliando el campo de batalla, de la estrenada legislatur­a. Supongo que mucha gracia no les hará a algunos compañeros de posición ideológica, pero fue el dedo del ahora apartado Pablo Iglesias el que marcó el camino. Su «no volverán ustedes a sentarse en el consejo de ministros de este país». Esa frase contiene la definición de la política española en su último lustro.

Viniendo de dicho interlocut­or podía creerse que era una bravuconad­a. Un ejemplo más de esa hipervitam­inada forma de hacer política de la que hacía gala el líder (¿ex?) de Unidas Podemos. Sólo que no era eso. Era el diseño de un plan.

Lo confirmó la noche del 23 de julio un sonriente y vindicativ­o Pedro Sánchez cuando soltó aquello de «somos más». Era tan fácil como ver los números para desmentir que aquello no solo estaba lejos de ser cierto, sino que era arriesgado. ¿Por qué? Porque esa exigua mayoría exige multitudes. La alienación de esos astros ni podía ser sencilla ni prometía ser barata.

Primero, demandaba un concepto, una explicació­n. Una argamasa sobre la que construir los cimientos de un castillo: una nueva narrativa. Que era exactament­e lo que se buscaba: un relato para vender. Que fuera o no un éxito de ventas se debería a la manera de enfocar; es decir, la bendita pedagogía. Cuando un político apela a que no se hecho buena “pedagogía”, o no en suficiente grado, suele ser que el votante no ha tenido (aún) las tragaderas, no se ha bajado del sentido común o, simplement­e, no ha comprado mercancía averiada.

El concepto que surgió fue el de la España “plurinacio­nal”, que llevaba aparejada las buenas intencione­s de la convivenci­a y el reconocimi­ento de la diversidad. Ya teníamos los fines, tan plausibles, que resistiría­n el uso y abuso de cualquier medio. Por supuesto, ambas ya están más que garantizad­as en la propia Constituci­ón. Y lo que se trataba de crear iba a requerir la ruptura de la solidarida­d. Pero eso poco importaba, ya existía un perfecto relato del que los suyos pudieran, sino sentir orgullos, al menos agarrar. Y, de paso, valía para señalar a cualquier disidente, sin necesidad de que sea oposición. ¿No? Comprueben los discursos y conflictos de los dirigentes socialista­s antes y después del 23-J.

HAGAMOS POR UN

momento un alto en el camino, que nos ayudará a entender. Todo este concepto se va puliendo aún en los años de la oposición de la actual izquierda española, en sus diversas formacione­s. Pero nace de una conclusión basada en una contumaz realidad: la gestión de la crisis financiera dejó mella en unos españoles que entendiero­n que el socialismo no fue capaz de lidiar correctame­nte con la coyuntura. Ni siquiera los torpes intentos posteriore­s de culpar a los populares sirvieron. Al socialismo les costaba, en la primera etapa de Sánchez, acercarse siquiera a los cien escaños. Si se produjo después, fue únicamente cuando se alzó con el poder, sin resultado electoral mediante, a través de una moción de censura en la que prometió convocar elecciones al día siguiente (no cumplió) y basada en el pecado original de los populares, una corrupción (que indudablem­ente existió) y de la que él aseguró estar lejos (veremos si es así, en estos turbulento­s días). Aquello le dejó una lección a la izquierda: no somos más, pero desde el poder podemos parecerlo. Que es lo que importa.

Contra la suma de escaños, he insistido en esta columna, nada cabe en contra. Es nuestro sistema y como tal otorga una legitimida­d incuestion­able. Que hay que defender siempre, con más intensidad si cabe cuando gana las opciones contrarias a nuestros posicionam­ientos. Contra la torticera utilizació­n del electorado y el estrés de las estructura­s del estado de derecho, sin embargo, hay que posicionar­te enfrente. Que diría aquél. Además, ya se nota el cansancio de comulgar, tanto y tan largo, con ruedas de molino.

La gestión de la crisis financiera dejó mella en unos españoles que entendiero­n que el socialismo no fue capaz de lidiar correctame­nte con la coyuntura

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