- Ser consciente de que enchufar su teléfono o coche eléctrico matará ese día a varios niños
- ¿Qué puede hacer el consumidor para no contribuir a la violencia en Congo? CIENTÍFICO Y ACTIVISTA CONTRA LA ESCLAVITUD
– «El verdadero infierno sobre laTierra» -Joseph Conrad, 1899-, ¿está todavía en el Congo, tan silenciado y oculto como entonces?
– Sí, el pueblo y sus recursos padecen el mismo sistema de pillaje y explotación desde entonces. Lo único que ha cambiado es que los nuevos colonizadores proclaman su respeto por los derechos humanos y aseguran que protegen la dignidad de quienes participan en la cadena de extracción de recursos.
– ¿Diría que la situación es hoy peor que durante la sangrienta colonización belga?
– Sí, en cuanto que la crueldad se enmascara bajo una hipocresía muy hiriente. Las estadísticas de muertos y de torturas fueron peores a principios del XX: Leopoldo I de Bélgica asesinó a 13 millones de congoleños, pero la desconexión entre nuestro supuesto desarrollo moral hoy y la violencia que está padeciendo el pueblo africano es más inaceptable.
– El problema fundamental -sostienees la falta de transparencia en la cadena de producción: al menos el 70% del cobalto empleado por las tecnológicas procede de la llamada «minería artesanal». ¿Qué esconde ese eufemismo?
– La extracción se practica a mano, sin protección ni medida de seguridad alguna. La imposibilidad de rastrear el origen del mineral está perfectamente diseñada por el sistema de economía global. En el extremo superior de la cadena se echan la responsabilidad unos a otros, pero ¿quién va a enviar a sus equipos al terreno a comprobar que se emplea a niños, discapacitados y niñas y mujeres embarazadas o con sus bebés a cuestas?
¿Quién sería el máximo responsable de este infierno: las grandes tecnológicas, el globalismo, la corrupción de los gobiernos…?
– – Las compañías tecnológicas que crean la demanda. Inventaron la aplicación del cobalto para que las baterías de sus dispositivos y coches eléctricos duren el mayor tiempo posible y sin calentarse.
Leo: «Nunca Congo había sufrido tanto por culpa de tan altos beneficios, todos relacionados con la industria lifestyle». ¿Qué podemos hacer los consumidores para no contribuir a esta catástrofe?
– – Tenemos que ser conscientes de que el acto de enchufar nuestros teléfonos, dispositivos o coches eléctricos matará ese día a varios niños congoleños. Y ser cuidadosos con nuestro consumo: no hace falta cambiar de teléfono cada año por uno mejor; hemos de resistirnos a la persuasión del márketing. De este modo, obligaríamos a una regulación y dignificación de la cadena de extracción del cobalto.
Mister Kara, ¿ha visto usted en sus viajes de investigación a alguno de estos bebés monstruos, nacidos de padres sometidos a la toxicidad del cobalto?
– – Sí, hay muchísima incidencia de malformaciones congénitas nunca antes vistas. La región minera padece, además, una epidemia de cáncer, enfermedades autoinmunes, neurológicas, de piel y del aparato respiratorio.
– ¿Tampoco protege nadie a las mujeres y a los niños de la violencia y los abusos sexuales?
–Es que ni siquiera se habla de ello: es lo normal. Hay miles de niñas adolescentes buscando cobalto en las minas cargando sus bebés a la espalda, y nadie sabe cómo serán las consecuencias a largo plazo. El cobalto es altamente tóxico simplemente al tacto; imagínate respirar ese polvo, ingerirlo, beberlo… La transición ecológica se está llevando a cabo con enorme hipocresía: ¡estamos intentando que nuestros hijos hereden un mundo ecológico a costa de la vida de los niños africanos!
Estima que Congo tiene reservas de cobalto para 40 años más, incluso con un próximo incremento de la demanda del 500%. Llegado ese momento, ¿la región minera habrá sucumbido a su total deforestación?
– – Lo que quedará será el apocalipsis: nada más que suciedad bajo sus pies. Por eso es tan urgente detener esta injusticia inmediatamente.
Congo posee uno de los suelos más ricos del planeta, es la segunda reserva de oxígeno después del Amazonas y, sin embargo, está entre los 20 países más pobres del mundo. ¿Cuándo y cómo empezó esta triste historia?
– – Su riqueza fue su condena, porque atrajo a los peores expoliadores imperialistas: primero fue el oro, los diamantes, el coltán, el níquel, el cobre y, ahora, el cobalto. En 1960 consiguieron la independencia, y el presidente electo, Lumumba, prometió que los recursos serían para el pueblo, pero los poderes del nuevo colonialismo belga lo asesinaron e impusieron a Mobutu, un sanguinario nuevamente a sus órdenes. A lo largo de estos 63 años ningún líder ha logrado la promesa de Lumumba, porque lo asesinan. África está gobernada por las potencias del Norte Global, que permiten la explotación de su riqueza sin el menor escrúpulo. Los africanos han heredado el legado del dolor de generaciones, lo llevan grabado en sus caras, y Congo es todavía una colonia de esclavos en manos extranjeras.
Niños, hombres y mujeres se sumergen en las minas de cobalto en el Congo a cambio de un euro al día. mueren en contacto con este mineral altamente tóxico. y todo para que las baterías de nuestros móviles duren un poco más. Extraen el 90% del cobalto utilizado por las grandes tecnológicas, que juran que respetan los derechos humanos. Kara recorre el infierno sobre la Tierra y lo cuenta en `Cobalto Rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes' (Capitán Swing).
El color de la piel era el factor que organizaba la jerarquía durante los tiempos coloniales, pero según usted esta alienación racial sigue vigente. ¿Serían los chinos los nuevos blancos?
–
«Siempre hay una esperanza: hay más gente de buena voluntad que demonios»
– La jerarquía de la piel sigue en vigor, claro: cuanto más oscuro seas, peor te tratarán; es algo implantado por los europeos. Y los chinos están repitiendo la historia colonialista: es su turno. El 70% de la explotación minera en Congo está hoy en manos de compañías chinas.
– Y en estas circunstancias habla usted de esperanza, en el infierno.
– Sí, siempre hay una esperanza: hay más gente de buena voluntad que demonios en la especie humana. Cuando la gente conozca y tome conciencia del horror en el que está participando no lo va a aceptar.