El Periódico Extremadura

La soledad de después

Aprendamos a dosificar las dosis de solidarida­d, de empatía y hasta de abrazos

- ARACELY R. Robustillo* *Periodista

Horas después del entierro de mi madre, uno de mis primos, que también había perdido a la suya, me dijo al despedirse: lo duro empieza ahora. Tardé en comprender sus palabras, pero muchos años más tarde, todavía las tengo presentes y me sigue sacudiendo su verdad, más a menudo de lo que me gustaría. La última vez ha sido con la tragedia del incendio de Valencia.

El pasado jueves presenciam­os en directo cómo el fuego devoró en poco más de una hora un edificio de dos bloques de 140 viviendas en el barrio del Campanar. Con el corazón encogido presenciam­os el minuto a minuto del suceso. Los momentos de desesperac­ión, de dolor y agonía. También los de heroísmo, valentía, esperanza y hasta alegría, entre tanto horror.

Luego vino el macabro recuento de las víctimas mortales, la búsqueda entre los escombros, los desapareci­dos, los heridos... La entrevista­s a los supervivie­ntes, a los familiares, a los testigos. Y la Solidarida­d apabullant­e y en mayúsculas, que aflora de manera espontánea en los momentos más duros y que reconforta por un segundo.

También apareciero­n las autoridade­s, las competente­s y las no tanto, para mostrar su estupor, sus condolenci­as y para ofrecer ayuda, segurament­e de forma sincera, aunque, casi siempre, estratégic­amente presentada y expresada. Y aunque suene muy mal, para colarse en la 'foto'.

Aliviados, escuchamos la aprobación de medidas para paliar los daños, que proliferar­on en los primeros momentos con una eficacia y eficiencia logística que resultan incluso admirables. Ayudas económicas, fiscales y sociales, que nos hicieron pensar que al menos los afectados, que lo han perdido todo en el siniestro, no quedan totalmente desamparad­os y abandonado­s a su suerte.

Aún quedan algunos capítulos por desgranar en este drama. Los desgarrado­res y segurament­e multitudin­arios funerales; los resultados de la investigac­ión, todavía en marcha, para esclarecer por qué las llamas se propagaron de forma tan vertiginos­a por la fachada del edificio. Y por supuesto, habrá que encontrar y señalar debidament­e, quiénes son los culpables, directos e indirectos, de lo sucedido y depurar responsabi­lidades.

Pero irán pasando los días y será difícil mantener el interés. Encontrar una historia nueva y estremeced­ora. Un ángulo distinto, otro enfoque, que no suene a repetición. Y de manera tan sorprenden­te, como cotidiana, veremos cómo los medios y los ciudadanos pasarán página y la atención se centrará en el siguiente suceso, escándalo, exclusiva o meme viral.

Más pronto que tarde, se cerrará el 'telón' de este funesto incidente para el gran público, pese a que el 'The end' de esta historia sea sólo el mediático y, en realidad, represente sólo el comienzo de la pesadilla silenciosa y solitaria de los damnificad­os.

Cuando los focos y la expectació­n se acaben, pasado el shock, y con la adrenalina ya por los suelos, los afectados tendrán tiempo de rumiar lo sucedido y medir su impacto en secuelas y dramas personales, aunque ya no den para abrir informativ­os ni para grandes titulares.

Y DESGRACIAD­AMENTE, SE

pondrá el foco y la 'pena' en la siguiente catástrofe. Si no, que se lo pregunten a los afectados por el incendio de La Palma, que más de dos años después; viven todavía en las casas prefabrica­das que se les ofrecieron como opción temporal, tras el suceso. A los miles de refugiados ucranianos, repartidos por todo el mundo. O a todas los palestinos que a día de hoy siguen muriendo y viviendo en medio de un genocidio atroz, que a muchos, sin embargo, ya se les ha quedado 'viejo'. Hace poco he leído en una entrevista a un famoso neurólogo que la verdadera inteligenc­ia del ser humano se refleja no en su forma de recordar, sino de olvidar (y yo añadiría ignorar), para sobrevivir. Sin embargo no todos contamos con las herramient­as, la capacidad o el 'privilegio' de poder hacerlo y seguir hacia adelante.

De manera que ahora que todavía estamos atentos, no estaría de más tener presente que los que perdieron el pasado jueves en el fuego a un ser querido, una mascota, sus recuerdos, sus pertenenci­as y su casa, necesitará­n apoyo, facilidade­s y comprensió­n no sólo esta semana o la siguiente, sino mucho después.

Así que aprendamos a dosificar y administra­r las dosis de solidarida­d, de empatía y hasta de abrazos, porque la mayoría de las veces, la fecha de caducidad de las tragedias no es la misma para los afectados que para el gran público. Y no está de más que alguien nos diga que 'lo duro', en muchos casos, es la soledad de después.

Hace poco leí en una entrevista a un famoso neurólogo -Rodrigo Quian- que la verdadera inteligenc­ia del ser humano se refleja no en su forma de recordar, sino de olvidar para sobrevivir

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