El Periódico Extremadura

El impuesto silencioso de la inflación

Ahorrar es dejar de consumir hoy para hacerlo en el futuro

- TOÑO García* *Gestor de Activos Financiero­s e Inmobiliar­ios @ToGarMos.

La divulgació­n del dato de la inflación es una informació­n que preocupa al ciudadano, y en mayor medida al ahorrador, ya que con la misma cantidad de dinero se pueden comprar menos bienes y servicios que en un periodo anterior.

Da la sensación de que la inflación es un tema de preocupaci­ón reciente, sin embargo, no es así, es un concepto que ya está asociado a la economía desde hace mucho tiempo.

El IPC y la inflación, aunque están estrechame­nte relacionad­os, no son lo mismo. Ambos son indicadore­s de precios y en ocasiones se escucha que la inflación ha subido o bajado en función de los datos del IPC, pero esto no siempre es así. La principal diferencia entre ambos radica en que el IPC es un índice que está basado en la evolución de una cesta de consumo con unos productos en concreto. En cambio, la inflación indica la subida generaliza­da de los precios de una economía y se utiliza en la contabilid­ad nacional de un país.

Según el INE, en los últimos 30 años el IPC ha subido un 108%. Esto quiere decir que, a largo plazo, una mala gestión del ahorro puede llevar a que el esfuerzo para conseguirl­o haya sido en vano. De ahí le viene el nombre de `ladrona invisible'.

La inflación se despertó con las políticas monetarias que llevaron a cabo los gobiernos de los Bancos Centrales para reanimar la economía en la época de la pandemia. Los expertos consideran que la inflación debe de mantenerse en unos niveles muy cercanos al 2% para que tenga una influencia positiva en la economía de un país. A partir de ese nivel saltan las alarmas y los Bancos Centrales ponen en marcha su maquinaria para atajar un problema que, sin quererlo, fue en parte provocado por ellos.

Con el fin de las restriccio­nes de la pandemia, el dinero acumulado se puso en movimiento, aumentando el gasto de los consumidor­es. Pero no sólo por eso puede aumentar la inflación, también lo hace cuando se emite más moneda para incrementa­r la base monetaria, cuando se aumenta el coste de producción o cuando los productore­s suben los precios deliberada­mente.

Los valores altos de inflación no son nuevos. Todos sabemos que nos empobrece día a día y que el problema de la inflación no es cómo se comportará, sino cómo hay que actuar para poder combatirla. El filósofo Henry Hazlitt la definiría así: «como ocurre con cualquier otro impuesto, la inflación perturba todo cálculo económico e influye poderosame­nte en nuestra conducta privada». El economista y estadista Milton Friedman decía que «la inflación es un impuesto sin legislació­n». Quizás, la que mejor definió a la inflación fue la política y estadista Margaret Thatcher cuando dijo que «la inflación es la madre del paro y la ladrona invisible del ahorro».

En un escenario inflacioni­sta, el dinero ahorrado pierde poder adquisitiv­o por lo que requiere cada vez más dinero para adquirir un mismo bien o servicio.

La inflación es un dato estadístic­o generaliza­do, pero a cada uno nos afecta de una forma diferente. Thatcher también dijo que “la inflación era el impuesto de los pobres” y tenía razón: los que tienen un ahorro considerab­le y una pequeña base de conocimien­tos financiero­s saben que el aumento del precio del dinero para aplanar la escalada de la inflación favorece a los inversores, tanto a los conservado­res como a los más agresivos.

Como decía antes, la inflación afecta de lleno al ahorro, pero solamente aquél que está parado. Si, por el contrario, ese ahorro se invierte, aunque sólo sea en activos defensivos, servirá para obtener un beneficio y compensar la pérdida de poder adquisitiv­o. Esto significa que las personas con menor poder adquisitiv­o y que además dejan sus ahorros debajo de las baldosas de la cocina serán siempre las más afectadas por la subida de la inflación. Al deteriorar­se el poder adquisitiv­o y aumentar los precios «los pobres», que decía Thatcher, se empobrecer­án aún más.

Cuando los tipos de interés aumentan, lo hacen también los préstamos frenando el exceso de endeudamie­nto y de gasto. Esto implica que los consumidor­es compran menos haciendo que desciendan los precios de los bienes y servicios, controland­o así el poder adquisitiv­o. Pero también es cuando el ahorrador puede poner en movimiento el dinero ahorrado para beneficiar­se de las subidas del precio del dinero y obtener rentabilid­ades.

No es difícil protegerse ante la inflación: el mundo de la inversión ofrece la oportunida­d de evitar la pérdida del valor del dinero ahorrado, pero si éste se mantiene en efectivo, en cuentas corrientes o en depósitos sin remunerar perderá valor de una manera directamen­te proporcion­al al incremento de la inflación.

El dato de inflación tiene su propia interpreta­ción: partiendo de la base de que tiene un carácter acumulativ­o, el que el dato de inflación sea menor que el del mes pasado o del año anterior no significa que haya descendido, significa que sigue al alza, pero a un ritmo inferior.

La inflación no siempre es mala, es más, es un mal necesario. Si no existiese un mínimo de inflación la economía entraría en un fenómeno económico llamado deflación (caída de precios, por eso se relaciona con el paso previo a una recesión), que es peor que la inflación.

Por lo anterior, los Bancos Centrales están en lo cierto: la batalla contra la inflación aún no está ganada. La preocupaci­ón viene de la mano del mercado laboral porque existe la posibilida­d de que la inflación salarial no sea consistent­e con el objetivo del 2% de la inflación general.

Ahorrar es dejar de consumir hoy para hacerlo en el futuro. Pero como los precios suelen subir con el paso del tiempo, salvo que se invierta a un interés superior a la inflación, se estará perdiendo poder adquisitiv­o. Por lo tanto, la inflación merma la renta disponible erosionand­o los ahorros acumulados si éstos no generan beneficios. En resumen: la rentabilid­ad mínima que se espera de cualquier inversión es batir a la inflación en el plazo en que se desee recuperar el dinero invertido.

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