«El perfil de jugador antiguo era de 45 años, pero muy pronto será de 20»
«Hay personas que usurpan la identidad de otras para entrar a casinos porque son ludópatas y necesitan gastar este dinero, pero esto va más allá», son las palabras de Javier Ponce, secretario general de la Asociación Cacereña de Jugadores en Rehabilitación (Acajer) a raíz de la detención del timador de las tragaperras. «Pienso que es alguien que tiene problemas porque se dedica a estafar a la gente, es un timador que va a intentar siempre aprovecharse de personas vulnerables. Si añades lo de la falsificación de documentos para instalar tragaperras, ya son dos problemas los que tiene. Lo mejor que puede hacer es aceptar que lo tiene y dejarse ayudar», cuenta otro de los usuarios de la fundación, Miguel Borrella.
Ponce precisa que no conoce los números que pueden manejar tanto los bares, como los empresarios del sector del juego. Sin embargo, explica que consideran dos tipos de jugadores de máquinas tragaperras: «el social, que puede gastar algunos céntimos al día pero no le importa ganar o perder; y el patológico, que juega por jugar, no por llevarse dinero, y para el que el dinero es una simple herramienta, como un martillo para un carpintero».
Otro de los problemas que cuenta Ponce es el cambio en el perfil de jugador en las últimas décadas: «Antiguamente era un hombre de unos 45 años que estaba todo el día colgado de la maquinita, esto sí que salía rentable para el bar porque si tenías a dos o tres de estos hacías el agosto. Ahora son jóvenes, menores de 30 años, y muy pronto serán personas de 20».
El otro gran problema actual que tiene el juego para la asociación son las apuestas por interdinero
nas recreativas ha bajado con respecto a hace unos años. El aumento del número de casas de apuestas ha hecho mella y eso provoca «que la gente vaya directamente allí y los ingresos que tengamos nosotros por esto hayan disminuido», señalan los gerentes.
El acuerdo que pactan con el empresario reparte al 50% los beneficios entre ambos. Felipe, el propietario de La Bodeguilla, cuenta que el dinero que puede llevarse varía cada mes: «Algunas veces no llega ni a 100 euros, y otras puedo sacar hasta 400». Por su parte, una trabajadora del Rinconcito de María concluye: «Aquí
net: «Esto tiene tres peligros importantes: que es anónimo, puedes estar con tu familia en el sofá y jugando sin que nadie se dé cuenta; que no cierra nunca, no es como los bares, a los que hay que estar esperando para poder jugar; y que el quizá sería mejor no andarla ni conectando porque hay veces que no sacamos ni para pagar la luz, en la zona de la calle Reyes Huertas no la utiliza casi nadie». Los propietarios de otro establecimiento, también en la calle Gil Cordero, señala que han tenido máquina tragaperras durante 27 años, pero decidieron hace una temporada que, cuando finalizase el contrato que les vinculaba a la empresa Codere, no volverían a instalarla. Cuando el propietario conoció la descripción del hombre imputado por la presunta falsedad de documentos, indicó que un varón de características similares
no es físico, lo peor de todo, que son solo dígitos en una pantalla que no puedes palpar, que ves 5.000 euros pero no los estás tocando y lo convierte en una sensación muy real».
Borrella pasó por un infierno durante sus años como adicto al juego: «Empecé de joven por una cuestión social, en algunos locales no podíamos pasar por edad, pero en otros había máquinas para menores con juegos de paintball. Luego cumplí 18 años y comencé a seguir un patrón por el que realizaba rutas de bares. Detoné en dos ocasiones y me puse en manos de expertos, pero tuve recaídas. En la asociación me di cuenta de que necesitaba ayuda, pero es algo de lo que no te terminas de curar nunca, es para toda la vida», sentencia.
«Para un jugador patológico el dinero es una herramienta, como un martillo para un carpintero»
también le había ofrecido poner una máquina, pero se negó.
Otros bares de la ciudad consultados consideran que es una práctica que en ocasiones sí beneficia a los intereses económicos de los propietarios. En la calle Gómez Becerra, el trabajador de StickCafé Juanma Canelada explica que decidió cambiar el proveedor de la máquina hace una temporada porque antes no le salía rentable, pero «ahora, con Codere, sí que estoy sacando algo de dinero y considero que me da ingresos el hecho de tener una tragaperras instalada en el bar, me da para pagar la luz y me sobra».