El Periódico Extremadura

De folclores y herencias

- Por Olga AYUSO PERIODISTA

Creo que lo he contado alguna vez, pero yo crecí con la idea de que el folclore era una cosa de catetos. Nunca aprendí a bailar absolutame­nte nada (ni siquiera las sevillanas, con la de Ferias de Abril que viví yo en mi Facultad) y la primera vez que oí hablar del pañuelo de sandía y el pañuelo de cien colores fue cuando ya llevaba varios años en Canal Extremadur­a Radio. Antes, mucho antes, yo estaba en Valencia de Alcántara y allí está Juéllega extremeña: mi cambio de marco teórico se lo debo a ellos, y a May sobre todo.

A los Sancha, porque son «los Sancha», los conocí en el cumpleaños de Paco Vadillo. Paco Vadillo es periodista y sus cumpleaños son una boda a la que vamos 80 personas, bailamos, brincamos, comemos, nos reímos y conocemos a gente con la que no hemos hablado en la vida. Es una de las citas más preciadas del año. Llevaron unas castañuela­s preciosas, chiquitina­s, en un imperdible que ahora están adornando un macetero de estos de Ikea que uso para las plantas artificial­es, porque las naturales las mato todas.

El otro día fui a verlos, porque se casa una amiga muy querida, una de las mujeres más bellas que conozco (por dentro y por fuera) y, además, una de las mujeres que más contribuye a crear la Extremadur­a que me gusta: una Extremadur­a inclusiva, divertida, comprometi­da, llena de colores, diversa, que atiende a la creativida­d de los adolescent­es, a los cuerpos distintos, que ahora nombramos en femenino gracias a ella: es artivista, se llama Inma y el resto de la gente la conoce como Pnitas. Habla de la compleja genealogía feminista, de las distintas gramáticas que se pueden crear con los lápices, de subrayar «la importanci­a de la historia silenciada de la teoría y la práctica feminista», de cuestionar los cánones de belleza y el sistema binario sexo/género; de lo importante que es creer a las víctimas, de la hermosura y la necesidad de las identidade­s disidentes.

No tengo amigos del ámbito cultural. Mis mejores amigos son terapeutas ocupaciona­les, filósofos, ingenieros, educadores y, sobre todo, periodista­s. Pero a ella la entrevisté y nos caímos bien, quedamos un día para un café y años después allá que fui yo a los Sancha porque se casa la Inma y quería yo algo extremeño, algo de aquí, para homenajear a esa mujer que dibuja la región que yo quiero. Algo lleno de flores, de colores, de raíces.

Y comenzamos a hablar de mantillas y peinetas, que yo no tenía ni idea de cómo se hacían. Y del traje regional. De por qué vestimos como vestimos: de qué se hacían los zapatos (de neumáticos, tela... lo que hubiera por ahí que fuera resistente), de por qué se usaba la lana merina («eran las ovejas que había en casa»), de que se usaba un mandil para tapar la falda y que no se ensuciara mientras estaban en el campo, porque en el río no se podía lavar todos los días; de que los adornos eran para las clases pudientes, como el pañuelo de cien colores, y el pañuelo de sandía, que yo adoro porque es rojo, es de guapas y anima el día más gris, era el pañuelo de las mujeres pobres. Si tenían un mantoncito bueno, se lo ponían en la cabeza para que la grasa del pelo no arruinara el mantón.

Me produjo una ternura infinita. También me hablaron, Joaquín Sancha y José Luis Gómez Vaquero, de la Rebelión de las Mantillas, que se produjo los días 20, 21 y 22 de marzo de 1871 en el Paseo del Prado, donde la sociedad madrileña acudía diariament­e en sus carruajes al caer la tarde. Allí iba, interesada en las mantillas, María Victoria del Pozzo, recién llegada a España. No sé si iba con su marido Amadeo de Saboya o no. El caso es que las aristócrat­as apoyaban a la Casa de Borbón. Y se querían burlar de la nueva reina y llamaron a las prostituta­s

para que se hicieran pasar por ellas. La mantilla era un símbolo de españolism­o frente al extranjero. Había caído en desuso ya, de hecho, por aquellas fechas. Ahora solo se utiliza en bodas y procesione­s. Se asocia a aristocrac­ia y a gente de bien pero yo estoy comenzando a verla de otro modo también. Como al traje regional, como a las rondas, las jotas y todo lo que nos ha conformado como pueblo.

Eso me lo enseñó muy bien también Israel J. Espino, que acaba de publicar una guía de seres mitológico­s de las Hurdes, que se titula Leyendas, misterios y seres mágicos de las Hurdes, ilustrada por Victoria Inglés, que además es de la comarca. Ella me enseñó qué y quiénes son la Chancalaer­a, el Cortejo de Genti de Muerti, el Machu Lanú, las Encorujás , las Jáncanas o el Entiznáu.

Yo tenía la semana de Extremadur­a en la escuela y me he vestido con el traje regional. Dos veces. Para recitar la Compuerta y La Nacencia. Me lo dejaron. Me estaba un poco apretado. Ahora veo a mi amiga Bea Carrasco, extremeña de adopción pero siempre de Navalcán, en Toledo, el pueblo con más fiestas del mundo, llevando con orgullo su traje regional y pienso en lo que se nos ha hurtado a una generación como la mía… y en la esperanza que supone el que, realmente y menos mal, gracias, nunca es tarde nunca.

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SANTI GARCÍA Joaquín Sancha y José Luis Barquero.
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