El Periódico Extremadura

Bolitas de alcanfor

El tren de la historia, ese que no se detiene en ninguna estación, tiende al atropello

- FERNANDO Valbuena* ★ *Abogado.

La calle, la droguería y yo. Entré confiado. Larga, honda... repleta. De esto y lo otro. Los ojos en danza. Las droguerías, las viejas droguerías de siempre, son museos de lo cotidiano. De lo excepciona­l y lo cotidiano. Pregunté por las bolas de alcanfor. La dependient­a, la mayor de las dos presentes, me pidió que la siguiera y, como por arte de birlibirlo­que, de detrás de un mostrador sacó un cubo de plástico blanco repleto de bolitas de alcanfor. En eso oí a una señora, algo entrada en años, pedir también alcanfor a la otra dependient­a, la más joven; ésta, un tanto despistada, le contestó con una pregunta: ¿esas que huelen tan mal?

Los que escribimos, los más, escribimos sobre el paso del tiempo. Sus inclemenci­as y su abrupto final. Escribimos de lo que nos va ocurriendo entre medias. Vivir es lo que ocurre entre dos nadas. Vivir, ver y escribir. Poco más que nada y, sin embargo, vivir para ver…

El tren de la historia, ese que no se detiene en ninguna estación, tiende al atropello. La dependient­a, al ver mi cara de asombro, me dijo que su hija, la menor de las dependient­as, abominaba de las bolitas de alcanfor… ¡y del Nenuco! Que lo usó de niña, pero que le ha cogido tirria… Que los murciélago­s huyen de las bolitas de alcanfor… Que las compran los viejos para los cortijos… Que el kilo se vende a diecinueve euros… Y yo, que, para oler tan mal, están caras… No, mentía. No, coma, mentía. En verdad, me gusta el olor del alcanfor. No tanto como el olor a Varón Dandy, pero casi. No tanto como el olor a Nenuco, pero casi. En algo tenía que diferencia­rme de los murciélago­s…

Desde niño le he tenido simpatía al Varón Dandy. En el armarito del baño de casa solía haber un frasco de Varón Dandy. Siempre hubo un Varón Dandy realquilad­o en el baño de mi niñez. Ni bien, ni mal, allí estaba. Quizá no se usara. Ahora oigo decir a menudo que huele a rancio… Manolete usaba Roger & Gallet, pero a Manolete lo mató un toro en Linares allá por 1947. Debería comprar un frasco de Roger & Gallet; tal vez me guste, o tal vez huela a rancio. A mí Varón Dandy no me huele a rancio, me huele aún mejor que cuando yo era un niño que quería ser hombre, un niño en el tránsito del Nenuco al Agua Brava. Ahora me huele a recuerdos… A casa. A peluquería de machos. Y hasta he comprado un frasquito, que no uso pero veo cuando me afeito.

Termino. Al salir iba yo dándole vueltas a lo ocurrido. Iba tratando de convertir la anécdota en categoría. Entre la una y la otra, el paso del tiempo. ¿Cómo es posible que a alguien no le agrade el Nenuco? ¿Acabará el Nenuco como el Varón Dandy? ¿O como el Ron Quina? ¿O como el Floid? Todo puede ser. ¿Lo veremos? Quizá antes se nos acabe el tiempo. Al menos a mí. O no. Le doy vueltas. La anécdota y la categoría. Las opiniones y hasta los valores morales van y vienen. Y hasta los recuerdos. Y lo que ayer era blanco hoy resulta ser negro y lo negro, blanco. Acabarán convencién­donos de que lo que vimos, no lo vimos. Eso iba pensado…

Con el paso de los años aprendemos que, a nuestro alrededor, mutan las opiniones, mutan los valores morales, mutan los recuerdos y mutan incluso las certezas. Se evaporan, como se evaporan las bolitas de alcanfor. La verdad y las bolitas de alcanfor están en solfa. A diecinueve el kilo.

Vuelvo a la calle, a mi intemperie... Vuelvo a casa, que tengo que comprobar la quiniela en el teletexto.

Las opiniones se evaporan como se evaporan las bolitas de alcanfor

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