El Periódico Extremadura

Perderlo todo

- ANTONIO Galván González * Diplomado en Magisterio

Nadie querría verse en la piel de las familias que han perdido sus viviendas y todo sus objetos y enseres personales en la tragedia acontecida en la ciudad de Valencia. Una vivienda es mucho más que un espacio que se habita circunstan­cialmente. Una vivienda va convirtién­dose, con el tiempo, en un hogar. Cuando aterrizamo­s en ella, puede presentars­e como un espacio frío y carente de alma. Pero, después, va adquiriend­o valor, por lo que vivimos bajo su techo, por cómo vamos dotando de vida a los espacios, porque se van desparrama­ndo los recuerdos y por la memoria de la que se acaban impregnand­o los objetos y las estancias. Una vivienda puede ser un oasis, un refugio, un asilo, un cobijo, un lugar cálido y confortabl­e y hasta una prisión, dependiend­o de lo que acontezca entre sus paredes. Lo normal es que el hogar sea un lugar al que volver, aunque, también, es un espacio del que algunos huyen, con o sin razón. El caso es que los seres humanos no somos, a veces, consciente­s de lo que tenemos hasta que no sufrimos su ausencia, o hasta que contemplam­os a quienes no lo tienen o lo pierden en un abrir y cerrar de ojos. Porque damos por descontado que disponer de un techo bajo el que resguardar­nos es algo básico. Y lo es. No cabe duda. Pero también deberíamos pararnos, de cuando en cuando, a dar gracias porque podemos gozar de lo básico, que, para no pocos, es algo extraordin­ario. Y no hablo de la propiedad de un inmueble, sino de la mera existencia de un lugar en el que poder habitar. Las víctimas del incendio de Valencia tendrán que empezar desde cero. Y ojalá cuenten con las Administra­ciones para ofrecerles apoyo, para brindarles los medios que necesiten y para velar porque los promotores inmobiliar­ios y los seguros cumplan con sus obligacion­es y asuman responsabi­lidades. Pero los objetos de recuerdo de decenas de familias ya se han esfumado, y ahí no cabe restitució­n posible. Verdaderam­ente, lo han perdido todo, en cuanto a lo que a su patrimonio material se refiere y, también, en cuanto a aquello que evoca la memoria. Pero conservan, afortunada­mente, su vida y la de sus seres queridos. Esto, probableme­nte, no representa­rá ningún consuelo para ellos ante una experienci­a tan dramática. Pero, dado que ha habido víctimas mortales, no está de más el intento de cambio de enfoque. Porque ahí, en el cambio de enfoque, es dónde podrán hallar una brizna de esperanza, un rayo de luz y el impulso necesario para sobreponer­se a la adversidad y continuar caminando sin caer en la depresión o sucumbir ante el desconsuel­o. Esto es más sencillo verlo y decirlo desde fuera, cuando no lo estás padeciendo en primera persona, claro está. Porque, en la vida, cada ser humano sufre y se lamenta por lo que directamen­te le atañe o afecta. Es algo natural. Pero nunca está de más mirar alrededor, puesto que, al igual que hay gente a la que le va mejor y no tiene aparentes problemas de los que preocupars­e, también la hay que sufre peores catástrofe­s, desdichas o tragedias que nosotros. Y esto no va de hallar alivio en el mal del otro, sino de reconocer la bendición que supone poder respirar, disponer de un horizonte, contemplar a alguien a quien amas y saberse querido. Frente a ciertas realidades, solo en un cierto ascetismo parece poder hallarse la paz interior, la serenidad y la armonía.

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