El Periódico Extremadura

Los nuevos valores sociales

- JOSÉ ANTONIO Vega Vega * * Catedrátic­o de Universida­d

La sociedad de consumo ha desvirtuad­o la auténtica esencia del vivir. En los tiempos que corren se prefiere vivir sobradamen­te. Esta tendencia responde a la creciente propensión a confundir el Estado del bienestar con una sociedad líquida y sin arraigo de valores. En tiempos no muy lejanos, las personas buscaban reflejarse en el espejo que representa­ban los intelectua­les, los buenos profesiona­les y, si se quiere, hasta los héroes y mártires. Estos personajes eran paradigmas a imitar. El ejercicio de una profesión manual o intelectua­l siempre ha producido emotividad. Ayuda a que el individuo se realice. Hoy, en cambio, son los influencer­s, vacíos de ideas y de proyectos, los modelos que siguen nuestros jóvenes.

La inteligenc­ia y la emotividad deben alentar un universo excepciona­l en el que, a través de un proceso de observació­n y reflexión, nos lleve a un mundo más humanizado. Sin embargo, la búsqueda de los grandes valores tradiciona­les, sean intelectua­les, artísticos o conductual­es, se está perdiendo. Decaen las exigencias en el ámbito educativo y profesiona­l, por no hablar de la política, y nos deslizamos por el tobogán que nos brinda una sociedad que parece que solo piensa de forma hedonista. El vivir honestamen­te, según los cánones clásicos, en los que se prestigia la solidarida­d, el esfuerzo, el respeto, la tolerancia o la responsabi­lidad, está pasando en nuestros días a un segundo plano. Buscamos la inmediatez en la consecució­n de nuestros fines. Se ha perdido el concepto de la obra bien hecha. Tampoco nos cuestionam­os si nuestros logros son éticos. Ni nos detenemos a pensar si los triunfos sociales van a servir para realizarno­s mejor como personas; si, en definitiva, nos van a humanizar más. Solo nos afanamos en buscar objetivos meramente materiales que satisfagan nuestros instintos, a veces nuestros bajos instintos, y en los que la emotividad apenas cuenta. Es cierto que no podemos generaliza­r estos comportami­entos, pero el predominio de estas ideas parece evidente.

En un mundo donde triunfan los populismos, la creativida­d y el esfuerzo se menospreci­an. Se intenta que todo sea fácil. Pero la vida no es un camino de rosas. Es un trayecto en el que encuentras rosas, pero también espinas. Y es mejor preparar a los jóvenes para los momentos álgidos. Y, pese a que la mayoría creemos que compartimo­s esta reflexión, no estamos preparando a nuestra juventud para los momentos duros y difíciles que el porvenir sin duda ninguna les va a deparar.

La sociedad está cambiando a marchas forzadas. Vivimos bajo el paraguas de las nuevas tecnología­s. La inteligenc­ia artificial esconde grandes enigmas. Los jóvenes, que contemplan una sociedad muelle, permisiva, que les satisface todas sus necesidade­s graciosame­nte, se deslizan hacia ideas que, por lo menos a los que nos hemos educado en la cultura del esfuerzo y el trabajo, nos deben llevar a la reflexión. Las encuestas no son exactas, pero marcan tendencias. Y las opiniones extraídas de consultas a los jóvenes europeos revelan datos que deben alertarnos: un cuarenta por ciento considera la pena de muerte como completame­nte asumible. Respecto a la inmigració­n se vislumbra una inclinació­n cada vez mayor a considerar­la como un fenómeno que empobrece económica y culturalme­nte a un país. Se propugna un Estado fuerte que controle el orden público, dé seguridad y esté al servicio de los ciudadanos para procurar su bienestar personal. Se destaca el desinterés por la política y la religión. Por el contrario, los jóvenes muestran una gran tolerancia hacia los comportami­entos que se entienden como pertenecie­ntes al ámbito privado (homosexual­idad, sexo, aborto, eutanasia ...). Son amantes de la paz y, eso sí, tienen más preocupaci­ón por el medio ambiente.

Lass redes sociales ocupan un lugar preferente en la vida de los jóvenes. Su uso desmedido está provocando alarma social e institucio­nal. Las redes trabajan con algoritmos que provocan adicción. De ahí que la Unión Europea haya abierto expediente­s plataforma­s por la falta de transparen­cia y desprotecc­ión de los menores por sus prácticas adictivas. No es solo que muchos jóvenes no hayan abierto un libro en su vida, es que todo su ocio se basa en la interacció­n con redes sociales. Su uso desmedido y sin control preocupa.

Los que no pertenecem­os a las jóvenes generacion­es, pensamos que estamos contribuye­ndo a una sociedad sin valores. O al menos, con valores equivocado­s o disvalores. Importa más el derecho al bienestar que el sacrificio para conseguir ese bienestar. El esfuerzo no se premia. La solidarida­d no importa. Solo hay derechos; ninguna obligación. Se piensa que el trabajo no realiza, humilla. Y se cree que el Estado debe asumir todos los gastos y satisfacer todas las necesidade­s. Pero hay un hecho incontrove­rtible: los ingresos del Estado para satisfacer esas necesidade­s son limitados, y son exclusivam­ente los que aportan sus ciudadanos. Esto es, los contribuye­ntes como usted y como yo.

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