Memoria e ignorancia históricas
Los que tanto daño han hecho, y tanto daño hacen aún, a nuestro pueblo
No hay nada más enojoso que leer o escuchar a un ignorante dándoselas de leído. Esta es la sensación que tuve al leer la `tribuna' del pasado 26 de febrero, en este mismo diario, del señor Álvarez-Ocaña,al que no tengo el gusto de conocer y con el que no tengo nada personal, salvo por sus palabras vertidas en susodicho artículo.
En él, apelando a una obra de referencia en la cultura occidental, aunque ya muy revisada y cuestionada desde hace tiempo, pero que mantiene, no obstante, su valor fundacional respecto del conocimiento de la psique de los sujetos europeos occidentales de clase alta en las sociedades urbanas de finales del siglo diecinueve y del siglo veinte, Sigmund Freud, este conspicuo representante de Vox trataba de invalidar el derecho y la necesidad de la «memoria histórica» paracompletar el desarrollo de una sociedad democrática como la nuestra.
El primer error de bulto del señor Álvarez-Ocaña, citando de oídas al fundador del psicoanálisis –porque, por lo que dice, no creo que haya leído más de un par de líneas, en algún Reader's Digest aluso– consiste en confundir dos realidades o dos fenómenos de niveles, desde un punto de vista gnoseológico, muy diferentes: la «memoria individual» y la «memoria histórica», pues la «memoria colectiva», de la que habla, no existe como suma de memorias individuales, tal como asegura (eso se lo podría haber explicado una lectura real y en serio de Freud), sino como «memoria social o histórica».Y, así como la memoria individual se construye sobre la base de experiencias personales e intransferibles, algunas de las cuales pueden tener la cualidad de traumas, con todo el poder desestabilizador de los mismos, la «memoria social e histórica» se construye con datos materiales (pues la materialidad es la cualidad esencial de lo `histórico') y, en este caso, además, documentales.
Para que lo entienda este señor y todos los que piensan como él, pongamos que mi abuela Lucía, con la que me crie en Cáceres, me hubiera hablado alguna vez del asesinato de mi abuelo Matías en la Navidad de 1937, en la ciudad. Algo que nunca hizo, estoy convencido que por mantenerme, como niño que era, al margen de tanta oscuridad y dolor; supongamos que lo hubiera hecho, como mi padre lo hizo, luego, cuando yo ya era mayor para comprenderlo, al recordar, él mismo, cómo, esa noche de Nochebuena y la madrugada del día de Navidad de ese año de 1937, siguió, por recomendación de su madre, mi abuela –ya que él era el mayor de los cuatro hermanos: contaba con once años de edad–, a la partida de falangistas y militares que apresaron a su padre en casa.
Concedamos la posibilidad de que el dolor y la rabia de mi padre, y su memoria infantil de un niño de once años que ve cómo se llevan al suyo, para matarlo, a la antigua prisión provincial, modificaron algún detalle en el recuerdo de esos hechos, al contármelos: que el trauma influyera en su evocación de esa noche fatal y terrible. Esa conversación entre mi padre y yo sí entraría en la cadena de transmisión de las memorias familiares e individuales; pero, he aquí, señor Álvarez-Ocaña, que de esos hechos y de esa noche hay constancias materiales, es decir, `históricas', y documentales, pues los asesinos de mi abuelo y del resto de esas ciento noventa y seis personas fusiladas –desde la misma madrugada de la Navidad, en la que fueron fusiladas ya cerca de cuarenta, al 21 de enero de 1938–, por sujetarse a las normas militares y en la seguridad de que jamás nadie les pediría cuentas de aquellos actos, documentaron fielmente su atrocidad: documentos y expedientes (como el de la parodia de juicio sumarísimo en el que obligaron a participar a mi abuela, al día siguiente, cuando ya habían matado a su marido), que usted y cualquiera puede consultar en los archivos históricos correspondientes de la administración del estado y del ejército español, si no le apetece leer la amplia bibliografía universitaria que hay al respecto, entre la que se encuentran los libros del profesor de la Universidad de Extremadura, Julián Chaves.
Así, pues, señor Álvarez-Ocaña, además de recomendarle que lea más o mejor y que no cite de oídas, y que piense en las consecuencias de mezclar dos realidades fenoménicas de niveles epistemológicos diferentes, le aclaro que la Ley de Memoria Democrática no es ningún `trágala', como usted, afirma, es solo una de las vías que la mayoría de los ciudadanos de este país nos hemos dado para defendernos de la ignorancia histórica y de los ignorantes que tanto daño han hecho, y tanto daño hacen aún, a nuestro pueblo.
La «memoria social e histórica» se construye con datos materiales y, en este caso, además, documentales