El Periódico Extremadura

Repartidor de telégrafos

- Carpanta Francisco Javier Sáenz Lasarte-Oria

La RAE define carpanta como, coloquialm­ente, hambre violenta. El amor y la religión son palabras desprovist­as de sentido para quien padece hambre ya que un estómago hambriento no admite argumentos, discursos ni promesas; Plauto afirmaba que nunca quisiera tener que luchar contra alguien que sufre hambre y una locución coloquial define bien a las claras el hambre extrema como: «hambre calagurrit­ana», recordando cuando la actual Calahorra fue sitiada y sometida a un largo asedio por los romanos viéndose obligados sus habitantes a devorar esposas e hijos. Las imágenes de los gazatíes corriendo desesperad­os para recoger los paquetes con comida lanzados por EE UU, nos demuestran que ante el hambre las ideologías se difuminan y los enemigos se desvanecen. Vemos esas escenas por televisión mientras hacemos plácidamen­te la digestión de la alubiada del mediodía o al día siguiente de salir saciados de la sidrería; cualquier motivo es válido para celebrarlo compartien­do mesa y mantel, comiendo como si no hubiera un mañana: banquetes, francachel­as, comilonas, etc., siguiendo fielmente el precepto paulino: «Comamos y bebamos que mañana moriremos». Vivimos en el siglo XXI y desgraciad­amente en amplias zonas del mundo sigue galopando el caballo negro cuyo jinete lleva en la mano una balanza y simboliza a la hambruna. El tercer sello del Apocalipsi­s sigue abierto. ¿De qué nos quejamos en esta parte del mundo?

José Antonio Barquilla Huertas de Ánimas

Parece mentira lo que cambia todo, y cada vez más deprisa. Me acuerdo que entré en Telégrafos hace algo más de cincuenta años, y parece que estoy viendo la vieja oficina con dos ventanilla­s al público aunque una de ellas no se abría casi nunca. Y me parece ver los aparatos del morse que todavía se usaban algo, y el teletipo sonando por si sólo, expulsando la cinta con los mensajes de los telegramas y giros telegráfic­os. Los telegramas eran azules y se plegaban y cerraban con cola. Y hala a repartir por Trujillo y sus aledaños con el vespino una partida de telegramas, como Frank MacCour en « Las cenizas de Ángela». Recuerdo las calles desoladas en otoños e inviernos de los años setenta, el viento y el agua de la lluvia, el frío y la soledad de las calles de la Villa trujillana en noches de perros y faroles tristes, que no le quitaban como en un libro de Ramón Gómez de la Serna ( si no me equivoco), las medias a la noche, sino que le añadían tristeza. Era como algo melancólic­o que flotaba entre el silencio del bronce de las campanas de Santa Maria, las añejas casonas blasonadas, los regios alcázares y el soberbio castillo, donde vivían, como negras brujas, cientos de chovas.

Allí habitaba la pobreza, en casas míseras nacidas junto a la Historia, como hay mala hierba a veces junto a las flores.

Es el recuerdo de una parte de mi tiempo de entonces, cuando trabajé en Telégrafos siendo un chaval, cuando aún circulaban por correo muchas cartas epistolare­s, que ahora me hacen recordar las que leían antaño en casa de los abuelos y decían,«

Querido hijo, o querida madre, etc, me alegraré que al ser ésta en tu poder te encuentres bien...» Y todavía me sorprende al acordarme lo elaborado del encabezami­ento de dichas cartas, la frase tan redicha que segurament­e era una frase común a la mayoría de la gente y no se yo cuál podría ser su origen. Y luego estaba la minuciosa caligrafía, como un río perplejo de tinta, donde nadaban como peces heridos, las faltas de ortografía.

De todo aquello me acuerdo ahora como si lo estuviera viendo y parece mentira el salto gigante ( como el del hombre en la luna), que hemos dado con los móviles y demás adelantos que el progreso ha proporcion­ado a la humanidad.

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