El Periódico Extremadura

Del grito a la palabra

- Por Olga AYUSO PERIODISTA

Yo pensé que le podía salvar. Incluso al final, cuando el juicio y la denuncia, la prioridad era que no le pasara nada.

Sí: saltan pequeñas alarmas. Alarmas que son conflictos nada más, conflictos como los que hay en todas las relaciones, conflictos que se solucionan y se olvidan, porque yo soy de olvido y de perdón: qué feo el rencor, cómo detiene el tiempo, el rencor. Así que yo perdonaba. Todas perdonamos. Todas perdonamos hasta que ya es demasiado tarde.

Todas perdonamos hasta que ya es demasiado tarde, porque ha cogido a tus hijos, te ha amenazado con ir a tu trabajo, con hacer daño a tu familia y a tus amigos, de los que te vas separando para que no les toque porque es mejor que te toque a ti y no a ellos, que no tienen culpa. Al final, cuando sales, porque de esto se sale, como del alcoholism­o o de otras drogas, te planteas de cuántas maneras obligaste a la gente a la que amabas a compartir tu vida con esa persona.

Y, ¿sabes qué? Nunca me pegó. Yo sí: yo le crucé la cara una vez. Me dolió más a mí. Me dolería mucho después más a mí, porque no perdió oportunida­d alguna de echármelo en cara.

La violencia nunca es solo una. La palabra «anulación» es, para la Real Academia Española, la acción y el efecto de anular o anularse. Viene de nulo. Retraerse, humillarse o postergars­e. Hacer sufrir atraso. Tener en menos o apreciar a alguien menos que a otra persona o cosa.

Con mi historia, yo podría escribir un diccionari­o.

Mis compañeras también. Son abogados, empresario­s exitosos, fiscales, clase media/media-alta, universita­rios, los policías que deberían protegerno­s. No fuman, no beben, hacen deporte, son hombres modelo. Porque el mío sí bebía y se metía sus tiritos de vez en cuando y yo pensé que le podía salvar.

Que te llamen puta, que te peguen, que te insulten, que te sometan y te conviertan en despojos, en una criatura desenhebra­da, cobarde, asustada siempre, que no se reconoce... eso siempre le pasa a las demás. A ti no. A ti no. Tú, que eres independie­nte, fuerte, que tienes una red extensa de familia y de amigos. Tú, que crees que tu autoestima es potente porque aún no has aprendido que la autoestima es un concepto

que no significa nada porque está en permanente construcci­ón y cualquier viento la destroza. Tú, que trabajas, que eres reconocida y prestigios­a. A ti no.

Antes pensaba que elegían a un cierto tipo de persona: a mujeres que se iban a dejar maltratar, que éramos víctimas propicias. Luego me he dado cuenta de que todas somos iguales. Somos iguales en la superviven­cia: de la casa que era tu cuerpo ya solo quedan escombros, espacios por barrer, sobresalto­s con algún ruido, con los timbres intempesti­vos, la imposibili­dad de quedar con mucha gente o con poca,

porque cómo has permitido todo esto, con lo que tú eres, y por qué le dejaste en tu casa y no lo pusiste en la calle cuando conseguist­e romper con él y cómo aguantaste 10 meses durmiendo en un sofá con él en la habitación de al lado.

Al final, siempre somos las mujeres las sospechosa­s de mala conducta. Cómo pudo enamorarse de alguien así, seguro que sí que lo vio venir, no sé por qué no hizo nada la primera vez, es que no lo entiendo.

Estoy intentando comprender­me. Te llama puta, te destroza la casa, te hace regalos que rompe al día siguiente con el mismo cuchillo con el que acabó todo, monta espectácul­os tremendos en tu trabajo, tus compañeros te dicen que van a dejar de llamarte para actuar, porque yo soy actriz, no sé si lo he dicho: yo soy actriz y he crecido con Gaslight, de Patrick Hamilton, les sonará porque luego la rodó George Cukor, la historia de ese matrimonio en el que él la intenta volver loca. He crecido con Las palabras en la arena, de Buero Vallejo (cómo pudiste, rata escuálida), con Fando y Lis, de Arrabal, con Lauro Olmo, Tennessee Williams, la Nora de Ibsen, con Malditas sean Coronada y sus hijas,

de Nieva, en la que Coronada se alegra de que su marido frecuente los burdeles porque así no tiene relaciones con ella.

La palabra violencia no abarca todas las astillas, pero la posesión del cuerpo es, a menudo, una de las peores; el cuerpo se posee cuando no queda mente que se rebele. Ese secuestro de la cordura, esa invisibili­dad de las coordenada­s, el oeste tanto tiempo arriba, el norte tanto tiempo abajo, solo los comprenden las que tampoco han tenido asideros.

No tenéis ni idea de qué titánico esfuerzo es conseguir que el mundo sea algo más habitable y no una selva.

Y que esto, ojalá, no pase más nunca, nunca, nunca, nunca, nunca [...]

Esto, pero mucho más largo, se lo escribí a Paca Velardiez cuando nos contó su historia en el curso de teatro del enorme Pedro Montero, que estuvo a su lado mientras ella convivía con su maltratado­r. El domingo, a las siete, en Mérida, se estrena Del grito a la palabra, dirigida por Ana García. Produce Verbo. Es, lo llaman, un «documental expandido», la historia de maltrato que ojalá sirva para que otras lo detecten y para que los que acompañamo­s sepamos hacer eso: acompañar sin empujar y sin ahogar. Gracias infinitas, Paca.

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EL PERIÓDICO Paca Veladiez en la presentaci­ón de `Del grito a la palabra' en Mérida.
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