Posteridad
En el día de ayer, conocíamos la noticia del fallecimiento de Akira Toriyama. A muchos de ustedes su nombre le sonará a chino. Pero he de aclararles que este señor no era chino, sino japonés. De hecho, sin exagerar un ápice, puede afirmarse que es el creador de manga -esto es, de cómic japonés- más reconocido, exitoso y popular del mundo. De entre todas sus obras, destaca sobremanera Bola de Dragón (Dragon Ball). Goku y el resto de los personajes de su universo forman parte de la vida de varias generaciones en todo el mundo. Y estoy seguro de que quienes leímos los tebeos de Bola de Dragón o disfrutamos de su serie animada hemos sentido, al conocer la noticia, como si se nos esfumara algo un poco nuestro, como si, repentinamente, diese a término un pequeño capítulo de nuestra infancia. Sin embargo, sucede algo paradójico cuando tomas conocimiento del fallecimiento de algún creador que, de un modo u otro, estuvo presente en cualquiera de tus etapas vitales. Se siente esa pérdida, pero, al tiempo, se oye hablar tanto tiempo y por doquier de la trayectoria y la obra del desaparecido que se remueven los recuerdos y se despiertan las ganas de revisitar esa parcela de la infancia, ese anaquel de la estantería, esas cintas VHS en que se hallan los productos de la imaginación y el trabajo del difunto creador. Se adquiere, de algún modo, conciencia de que, cuando un creador perece, nunca lo hace del todo, en tanto en cuanto su obra permanece y todo un universo de personajes, historias y aventuras siguen ocupando un lugar en el pensamiento y la memoria de millones de personas. Si reflexionamos acerca de ello, nos percataremos de que la expresión artística es un modo de alcanzar una cierta inmortalidad. Y esto no solo ocurre con los autores de obras que se sitúan en pedestales, tras mamparas de seguridad o en museos, sino también con esos otros creadores de obras que se asientan y crecen en el ámbito de la cultura popular. De modo que Akira Toriyama no morirá nunca del todo, como tampoco lo han hecho Ibáñez, Goscinny y Uderzo, Hergé, Stan Lee o Quino. Y traigo estos nombres a colación por ceñirme a ese tipo de expresión artística que es el cómic. Pero lo mismo podríamos apuntar de infinidad de grandes escritores de todos los tiempos, de pintores, escultores, músicos, cantantes, actores, humoristas, etc. Aunque también hay que decirlo: si se pretende alcanzar un cierto grado de inmortalidad, de pervivencia tras el óbito, y se carece de un talento artístico de relevancia, nada como sembrar de buenos recuerdos a los seres más queridos. Impregnar a las personas a las que se ama de lo mejor de uno mismo es el mayor regalo que puede entregársele y, también, la mejor inversión imaginable si se piensa no ya la posteridad, sino en la vivencia del más importante de los días, que siempre es el día de hoy.