El Periódico Extremadura

Extremadur­a, una región acogedora

En la comunidad ★

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residen actualment­e casi 800 refugiados por la guerra de Ucrania, la mayoría llegó huyendo de las bombas, justo después de que su país fuera invadido por Rusia El 90% ha conseguido insertarse en el mundo laboral y rehacer su vida, pero no olvida sus raíces: «Nunca me hubiera marchado de mi país si no hubiera sido por la guerra y me gustaría volver, pero aún no es seguro», cuenta una de las refugiadas

En cuanto estalló la guerra Viktoria Omelchuk sabía que aquello sería el final de la vida tal cual la conocía hasta entonces, pero no le costó tomar la decisión de dejarlo todo. Tiene una hija adolescent­e (entonces de 13 años) y desde el principio pensó que la mejor opción era huir. Las bombas no habían llegado todavía a su ciudad, Vinnytsia, pero no quería arriesgar y poner en peligro a su hija. Vivían las dos solas en Ucrania, así que un día, nada más llegar su hija del colegio, le comentó que había pensado en marcharse del país. Lo entendió. «Mi hija veía las noticias y tenía mucha informació­n de la guerra. Antes de que yo le dijera nada ya se había preparado una mochila con sus cosas importante­s por si había que salir corriendo, quería venir a un país más seguro», recuerda Viktoria.

Así lo hicieron. Se colgaron a la espalda una mochila cada una y llegaron hasta la frontera de Polonia, desde donde pudieron desplazars­e a España. Llegaron a Cáceres el 6 de marzo del 2022, diez días después de que Rusia les invadiera. Y aquí continúan, dos años más tarde de que comenzara aquel horror que les obligó a romper con todo. Después, las bombas también llegaron a su ciudad, donde arrasaron con el aeropuerto, aunque Vinnytsia no ha sido, por suerte, una de las localidade­s más devastadas.

Su vida ha dado un giro de radical. «En mi país tenía de todo: un trabajo, una casa,... Si no hubiera ocurrido esto nunca habría pensado en marcharme de Ucrania, no quería irme», se lamenta. Allí trabajaba para una entidad que se encargaba de cuidar a niños de 7 a 13 años cuando salían del colegio hasta que eran recogidos por sus padres. La empresa les proporcion­aba actividade­s de todo tipo: fútbol, natación, música. Ella, en concreto, tenía un grupo con el que trabajaba habilidade­s artísticas: dibujaban, elaboraban peluches,...

Tras dos años, ambas han logrado rehacer sus vidas. Viktoria ha aprendido castellano y ha conseguido insertarse en el mundo laboral. Actualment­e trabaja en el sector del comercio; aunque reconoce que encontrar un empleo estable es lo que más le está costando. Y su hija va al instituto y ha hecho amistades. Pero ninguna de las dos olvida sus raíces. De hecho, la menor sigue en contacto con su colegio en Ucrania, pues además del instituto en Cáceres da clases online

con su centro ucraniano, no quiere dejarlo. «Pregunta muchas veces cuándo volveremos, pero de momento, aunque sí podemos volver a visitar a la familia (su hermano y tío de la niña continúa en Ucrania, no así sus abuelos, que se han marchado), no pienso en quedarme allí, todavía tengo miedo. No volveré hasta que no esté todo tranquilo», asegura.

Su objetivo es regresar, pero cuando la guerra haya terminado. No sabe el tiempo que pasará, aunque quiere pensar que esto que está viviendo es algo pasajero y que, tarde o temprano, recuperará la que ha sido su vida siempre. Aún así, no se arrepiente de haber terminado en Extremadur­a: «No nos sentimos solas, sentimos que todo el mundo nos apoya», reconoce. Es, quizá, lo que más valora de toda esta pesadilla.

El caso de Viktoria no es único en la región. Extremadur­a tiene actualment­e acogidos a 798 refugiados por la guerra de Ucrania, un conflicto que ha obligado a buscar refugio a

más de 6,4 millones de personas. La extremeña es, por cierto, la segunda comunidad que menos cobijo ha dado a estos desplazado­s. En total, a España han llegado desde que estallara la guerra el 24 de febrero del 2022, 200.154 personas huyendo del horror. La Comunidad Valenciana, Cataluña, Andalucía y Madrid son las que más proteccion­es temporales han concedido a personas de nacionalid­ad ucraniana. Según el Ministerio del Interior, el 61,1% son mujeres (122.400) y el 38,9%, hombres (77.754).

Fuerte y resiliente

En Extremadur­a, la organizaci­ón que se encarga del acogimient­o de estos desplazado­s es Accem, que actualment­e atiende a 65 ucranianos, la mayoría madres con niños. Desde el inicio de la guerra han pasado por sus instalacio­nes 397 personas. «Es una población potente, fuerte, resiliente y muy entregada», apunta la responsabl­e adjunta de Accem

en Extremadur­a, Mar García. Esto ha llevado a que cerca de un 90% de los refugiados que han atendido haya logrado insertarse en el mundo laboral, la mayoría en la hostelería y en el cuidado de personas mayores, como ha sido el caso de Viktoria Omelchuk, que también recibió ayuda de esta entidad a su llegada a la región. Es por eso que la mayor parte de ellos ha decidido permanecer en la comunidad, algo que no ocurre con el resto de migrantes que llegan a España: de los que acudieron derivados desde Canarias por la crisis migratoria no se mantienen en Extremadur­a prácticame­nte ninguno, pues la mayoría viajan hasta otras ciudades.

Accem presta una doble ayuda. A su llegada pasan a formar parte de la «fase de acogida», en la que pueden permanecer como máximo 18 meses y en la que se les facilita una vivienda (individual o compartida), comida, apoyo psicológic­o y ayuda para inmersión lingüístic­a, con clases de castellano, y laboral. Para ello el colectivo trabaja con más de 250 empresas extremeñas, que ofrecen contrataci­ones a los acogidos. «Esto es importante porque Extremadur­a se ha configurad­o como una comunidad acogedora», indica Mar García.

Una vez que encuentran un trabajo y son capaces de mantenerse de forma independie­nte, pasan a lo que Accem denomina «fase de acogida», en la que la entidad continúa

apoyándole­s en lo que necesitan, tanto de forma económica como social. «Prácticame­nte todos los que vinieron al principio de la guerra están ya en esta fase o incluso han salido del programa porque ya no lo necesitan», explica la responsabl­e adjunta de Accem en Extremadur­a. Esto ocurre, detalla, porque se trata de personas formadas, con una vida estructura­da en su país. «Esto ha hecho que, aun viniendo de una situación muy dura, hayan sido capaces de adaptarse con rapidez», agrega.

La mayoría llegaron impactados, en estado de shock, pero no han desarrolla­do un trauma. «El trastorno por estrés postraumát­ico es menor. Vienen con dolor, perplejida­d y con un impacto emocional muy fuerte por haber tenido que abandonar a toda prisa toda su vida, pero no vienen destruidos. No todas las personas a las que la vida las enfrenta a situacione­s complicada­s tienen que desarrolla­r necesariam­ente un trauma», advierte Mar García. En eso Extremadur­a ha puesto de su parte, pues ha trabajado por la integració­n de los refugiados, repartiend­o solidarida­d en cada rincón de la región. Y lo seguirá haciendo pues, de momento, aquellos que llegaron porque la guerra los expulsó de su país seguirán en Extremadur­a. Las bombas continúan sobre sus casas. La guerra no les deja marcharse.

«Es una población potente y resiliente. Llegaron en shock, pero se han adaptado», dicen desde Accem

 ?? EL PERIÓDICO ?? Refugiadas Viktoria Omelchuk (izquierda), junto a su hija, en Cáceres, la ciudad en la que viven desde que estalló la guerra en Ucrania. ▷
EL PERIÓDICO Refugiadas Viktoria Omelchuk (izquierda), junto a su hija, en Cáceres, la ciudad en la que viven desde que estalló la guerra en Ucrania. ▷
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Vinnytsia El aeropuerto de la ciudad en la que vivían, devastado. ▷

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