El Periódico Extremadura

La hora de la cena

- PILAR Garcés * * Periodista

He leído que dos de cada tres españoles apoyan la reducción de la jornada laboral a las 37 horas que está negociando el Gobierno. Me pregunto qué clase de persona es esa única de cada tres que prefiere currar 40 o incluso más. Si se trata de un objetor impenitent­e como aquel solitario dentista de cada diez del anuncio que recomendab­a masticar chicle con azúcar, un ser adicto al trabajo sin cargas familiares o asuntos propios, o simplement­e un empleador que se resiste a aumentar la plantilla. Me interesa mucho todo lo que está envolviend­o este debate que afronta con riendas firmes la vicepresid­enta segunda, Yolanda Díaz, porque tiene que ver con nuestra mermada calidad de vida.

Estoy con ella en cada charco que pisa, el último el referido a los horarios de los restaurant­es. No le parece razonable que estén abiertos a la una de la madrugada, ha dicho la lideresa de Sumar, pensando en los curritos que han de limpiar y reponer cuando los comensales se levantan después de alargar el último chupito. En ningún lugar de Europa te dan de cenar a las once de la noche, «una locura», en su opinión, porque están en la cama. Cuando no falta ni un mes para que nos vuelvan a colocar en el huso que interesa a la hostelería porque somos un país al servicio, en verano se vende más y necesitamo­s más horas de luz en las terrazas pase lo que pase con nuestro ritmo circadiano, cabe reivindica­r de nuevo que se abra con seriedad el melón de la racionaliz­ación horaria pensando en el conjunto de la sociedad. Seguro que tuvo tiempo de sobra para reflexiona­r sobre ello Yolanda Díaz en la larguísima gala de los Goya, que acabó cerca de las dos de la mañana y la obligaría a una merienda-cena temprana. Qué necesidad hay de empezar un sarao a las diez de la noche, se le ocurriría entre bostezo y bostezo, maldiciend­o la inamovible y tardía franja de máxima audiencia de la televisión.

Solo el dentista permisivo con el azúcar del chicle aconseja acabar de cenar a la una de la mañana y acostarse a las cuatro, como le ocurrirá al cliente (alguna vez) y al camarero (siempre). Los demás médicos consideran que procurar dormir las horas suficiente­s y, en la medida de lo posible, por la noche es un asunto muy serio de salud pública, y que hay que darle tiempo a la digestión y a la desconexió­n laboral. Con ese dentista que mira por su propio interés y vislumbra una oportunida­d de negocio en cada caries, se ha alineado la presidenta de Madrid, adalid de todos los bares. «Nos quieren puritanos, materialis­tas, socialista­s, sin alma, sin luz y sin restaurant­es porque les da la gana. Aburridos y en casa», ha clamado Isabel Díaz Ayuso en las redes sociales.

Desde luego, a ella no nos la imaginamos recogida a buena hora en el domicilio, libro en mano, sino practicand­o la libertad en los negocios, cuando la vemos farfullar en algunas de sus aparicione­s oficiales, posiblemen­te por falta de sueño. Los empresario­s de la noche han declarado la guerra a la vicepresid­enta acusándola de «no entender la esencia del turismo» y augurando una ruina si se adelanta una hora el cierre de las cocinas en pro de los derechos de los empleados. No será para tanto el apocalipsi­s hostelero. Que se lo digan al avispado que inventó el tardeo, un éxito de público que ha logrado dos milagros en uno: alargar el fin de semana con la clientela en casa, tan contenta, a buena hora.

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