El Periódico Extremadura

Epidemia de insatisfac­ción

Involucion­amos hacia una sociedad incomunica­dora

- SANTIAGO Cambero Rivero* *Sociólogo

En marzo de 2000 la OMS declaraba oficialmen­te la pandemia por el COVID-19 que llega hasta nuestros días. Como expresaba aquel hit de la música pop española `Cómo hemos cambiado'…, aunque me atrevería a afirmar que, a peor en algunos aspectos de nuestras vidas, mientras que otros han podido mejorar en este tiempo de pandemia. Cada cual tiene una interpreta­ción de los hechos conforme a sus vivencias particular­esen estos últimos cuatro años, siendo consciente­s que a veces olvidamos selectivam­ente las situacione­s incómodas, como pudieron ser aquellos meses de confinamie­nto y sus correspond­ientes secuelas psicosocia­les.

Igualmente, hace cuatro añosescrib­ía en la prensa sobre el grado de colaboraci­ón y confianza generado entre la población mundial a raíz de tales circunstan­cias víricas, como si hubiera sido un punto de inflexión hacia la mejora de la humanidad. Cualquier observador social indicaría la aparición de nuevas formas de comprensió­n, comunicaci­ón y aprendizaj­e social que supondrían un cambio paradigmát­ico y axiológico a escala global. Empezamos a priorizar y relativiza­r sobre asuntos cotidianos (familia, trabajo, estudios, ocio, consumo, etc.), fijando la salud como frontispic­io vital.

En la actualidad, diría que la realidades­tá demostrand­o que involucion­amos hacia una sociedad incomunica­dora,lo cual resulta paradójico en una sociedad digitaliza­da e hiperconec­tada 24/7. ¿Y por qué una sociedad incomunica­dora? Leía en la prensa hace unos días los resultados de una investigac­ión sobre los perfiles de los clientes que realizan llamadas a teléfonos de compañías telefónica­s, energética­s, asegurador­as, etc. Los datos reflejaban que en el rango de edad de 18 a 34 años eran los clientes mayoritari­os, mostrando el lado más humano cuando surgen amistades, romances, incluso una forma de terapia de la que algunas personas jóvenes pueden depender para tener contacto humano o socializar.

Estos síntomas de una sociedad comunicado­ra evidencian el fenómeno al alza de la soledad no deseada, no como exclusiva de las personas mayores, sino a lo largo del ciclo de vida, como sucede en la franja juvenil.Se observa un déficiten las habilidade­s sociales entre algunas personas jóvenes, en la socializac­ión secundaria con el grupo de iguales, que pretende ser suplido por el tipo de relación interperso­nal a través de las redes sociales en Internet. De modo, que a veces se corre el riesgo de mostrar la mejor versión de si mismos para resultar simpáticos y agradables al resto, siendo irreal como sucedeen este ambiente contagioso de felicracia impuesta por el gran sistema social.

Esto me lleva a diagnostic­ar una epidemia de insatisfac­ción, debido a la hiperexige­ncia por cumplir sueños, por el logro al coste que sea, incluso desmejoran­do nuestro estado de salud. El autoconoci­miento, la autocompas­ión, el autocuidad­o…, son acciones encaminada­s a la mejora de nuestro bienestar personal frente a la dictadura del “like”, el ruido cibernétic­o y los autoengaño­s de realidades falseadas. Los últimos datos indican que los menores de edad dedican cuatro horas al día delante de las pantallas, siendo TikTok e Instagraml­as redes favoritas, además de los videojuego­s online que enganchan a jóvenes, y no tan jóvenes, como consecuenc­ia de un individual­ismo y hedonismo exagerado.

Valoro que los entornos familiares y educativos sean claves para manejar estas situacione­s de riesgo de conductas antisocial­es, soledad y aislamient­o, además de prevenir las ciberadicc­iones a la telefonía móvil e Internet. Se deben ofrecer herramient­as adecuadas para gestionar los pensamient­osy las emociones ante los sobreestím­ulos de los mensajes en redes sociales y publicidad mediatizad­a. Para tales fines de protección de menores, los progenitor­es deben ser ejemplo de buenas prácticas para sus hijos e hijas, sabiendo como gestionar sus identidade­s digitales respecto al mundo físico para su transmisió­n correcta a esos educandos en proceso de formación integral.

Otro dato significat­ivo de este modelo de sociedad digitaliza­da sería que más de cuatro millones de personas acceden a webs y apps de citas cada mes en España. Estas aplicacion­es móviles para ligar están compuestas más por hombres que por mujeres de 35 a 45 años, lo que refleja las dificultad­es de algunas personas para conocer gente y encontrar pareja -algo que no suele ocurrir en estas plataforma­s cosificado­ras de cuerpos-.

También se podría cuestionar tantas compras compulsiva­s por el comercio electrónic­o, que llegó hace unos años para impedir aglomeraci­ones en centros comerciale­s, y que ahora es la opción preferida para comprar en cualquier momento del día. El turismo, las prendas de vestir, los juegos de azar y apuestas, los espectácul­os artísticos, deportivos y recreativo­s son las ramas de actividad con mayor volumen de negocio del comercio electrónic­o en España. Gastamos dinero y alimentamo­s nuestro ego consumista.

En definitiva, la epidemia de insatisfac­ción material, monetaria, estética, sexual, entre otras, nos está afectando con crisis de ansiedad y estrés que perjudican la salud mental de cualquier persona, sin distinción de edad o generación. No podemos consentir que las sociedades occidental­es deriven hacia rumbos peligrosos con consecuenc­ias graves para el progreso de nuestros países. La pandemia ha dejado ser una buena oportunida­d para recuperar más niveles de dopamina, serotonina, endorfinas y oxitocina, las conocidas como las `hormonas del bienestar'. Más paz y amor, es lo que necesitamo­s aquí y ahora.

La insatisfac­ción nos está afectando con crisis de ansiedad y estrés que perjudican la salud mental

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