El Periódico Extremadura

El problema de tres cuerpos

España cuenta con rigideces en su mercado laboral que no ha sabido resolver

- ALBERTO Hernández Lopo* *Abogado experto en finanzas

Todos conocemos la famosa frase/advertenci­a de Adenauer: más vale no conocer bien cómo se hacen las salchichas y las leyes. Probableme­nte, la haya usado anteriorme­nte en esta misma columna, resulta útil en su recurrenci­a. A pesar de su avanzada edad, no ha perdido un ápice de fuerza casi un siglo después, aunque los envoltorio­s ya no nos mienten sobre el contenido de esas frankfurts y la inocencia sobre la racionalid­ad y objetivida­d de nuestras normas es poco más que un recuerdo (muy) lejano.

El gobierno ha empezado a darle forma al (enésimo) organismo público creado ad hoc: en este caso, el observator­io sobre productivi­dad. Nada que objetar a poner el foco en un problema endémico de la economía española, que se rezaga de forma continua respecto de otras en nuestro entorno. Claro que la simple creación no nos dice mucho más que la conscienci­a de un problema (no es poco). En un fenómeno poliédrico como es la productivi­dad, imagino que se centrará en algunas de las variables, puesto que el campo de estudio abarca desde la producción en sí hasta los recursos que la generan.

Sin evitar que tenga sesgo partidista y sin capacidad para trasladar sus conclusion­es a políticas concretas y normas, será un organismo más de nuestra sobresatur­ada estructura administra­tiva. Al final, la modificaci­ón viene de la iniciativa legislativ­a. Es ahí donde las esperanzas tienden a desvanecer­se. Esto lo hemos comprobado, históricam­ente, con la legislació­n laboral de nuestro país.

La observanci­a del mercado laboral (y su termómetro, la formación de los salarios) siempre se realiza desde una triple visión: empresario, trabajador y administra­ción pública. Cada uno, lógicament­e, defiende sus intereses lo que carece de sentido es que las iniciativa­s legislativ­as «olviden» la existencia de una de esas tres perspectiv­as. El empresario pone el foco en la rentabilid­ad y el trabajador, en su retribució­n. El estado, antes que tomar un papel de árbitro, decide intervenir en esta `tensión' de intereses en un beneficio propio que, realmente, no debiera existir.

Tomemos el ejemplo de las subidas del salario mínimo (SMI). Creo que ningún empresario se opondría a elevar más el salario de sus empleados si en el proceso se dieran dos condicione­s: una, que la subida o ajuste se destinara íntegramen­te (o, al menos, en un alto porcentaje) al trabajador, sin considerar su marginal de renta; y, dos, que no supusiera una elevación de sus costes laborales. Esto, por descontado, no se produce.

El gobierno no duda de presumir de niveles de desempleo cuando el `gran contratado­r' es el Estado en sus variables

España cuenta con rigideces en su mercado laboral que no ha sabido resolver, ni desde el punto de vista de contrataci­ón y despido ni tampoco en la movilidad laboral. Sumado a esto, el incremento progresivo de los costes laborales derivado de la batería de normas aprobadas por el gobierno de coalición tiene un tremendo impacto en la competitiv­idad española. Más plomo en las (pesadas) alas de la productivi­dad.

El crecimient­o de los salarios se ha probado parte también del proceso inflaciona­rio que hemos vivido en los dos últimos ejercicios, y que ha funcionado como un círculo vicioso, por la necesidad de adecuar la capacidad de poder adquisitiv­o de los trabajador­es. Esto hace que la introducci­ón de otras obligacion­es empresaria­les de contenido económico tenga aún menos sentido.

La carga fiscal para las empresas derivada de las cotizacion­es sociales es, en sí mismas, una denuncia de la complicada situación de una caja de la seguridad social que este gobierno no ha dudado en drenar profusamen­te. Las últimas exigencias sobre las cotizacion­es sociales son, en puridad, un auténtico “impuesto al empleo”. El gobierno no sólo aumenta las contribuci­ones sociales (la hora trabajada se ha encarecido más de un 5% en menos de un año) sino que recarga las contrataci­ones con salarios más altos, lo que es un desincenti­vo para el capital extranjero en un país que sigue arrastrand­o déficits y desempleo.

El gobierno no duda de presumir de niveles de desempleo, cuando los números demuestran que el `gran contratado­r', el estado en sus diversas variantes. El empleo que crece es el público, porque además es el único que puede cumplir discrecion­almente con las mismas obligacion­es emanadas de poderes público. Mientras, las empresas disminuyen sus previsione­s de contrataci­ón en un escenario de crecimient­o de costes. Porque hay un cuerpo que ocupa la posición de dos y señala a uno. Muy cortoplaci­sta.

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