El Periódico Extremadura

El reposo de `El raposo'

- RAMÓN Gómez Pesado* *Exdirector del I.E.S. Ágora

Siempre me ha llamado la atención esa querencia extrema que tienen los cochinos por embadurnar­se de barro hasta las orejas. Y es que esos animales, de los que los humanos solemos aprovechar hasta el rabo y las mismas pezuñas y de los que de ellos nos gustan hasta los andares, es seguro que deben encerrar algún misterio o secreto para que, donde más felices se encuentren, sea en una charca absolutame­nte enlodados y mostrando gran satisfacci­ón en sus cochinos rostros.

Y, por fin, he podido encontrar en los últimos días del febrerillo el loco y los primeros del marzo ventoso, un poco de luz que me aclara este misterio. Hay un espléndido lugar en la Puebla de Sancho Pérez, que linda con Zafra, en la provincia de Badajoz, que se denomina Balneario“El Raposo”. Un magnífico hotel de cuatro brillantes estrellas donde, si te hospedas, acabarás entendiend­o perfectame­nte los beneficios que se consiguen para el cuerpo a través de los lodos y las aguas termales y, sobre todo, entenderás el amor desmedido que tienen los cochinos por el agua y el barro.

Ya en la primera reunión grupal te lo explican con todo detalle. Parece ser que en la segunda mitad del siglo diecinueve, allá por 1860, vivía un porquero en la Puebla de Sancho Pérez, en Badajoz, que paseaba todos los días, con su piara, por la dehesa con frondosas hierbas que se crían por esta zona pacense, además de verdes olivos, viñas robustas y algunas encinas belloteras.

Toda su piara se componía de sanos, hermosos y lozanos cerdos, a no ser por una cochina que tenía problemas en sus pezuñas y, por esa razón, siempre se quedaba rezagada en las jornadas de pastoreo. Era la última que llegaba a degustar las bellotas melosas de las encinas. Cuando ella llegaba, renqueando y cojeando, sus compañeros se habían encargado de limpiar, bien limpias, las sombras de las encinas repletas de ricas bellotas.

Un día, al regresar de la ronda diaria, echó en falta el porquero a la cochina. Conque salió raudo a buscarla, pero no pudo encontrarl­a. Pasó la noche, y a la mañana siguiente, bien temprano que casi no se veía, salió de nuevo en busca de la cerda perdida. Y en un gran charco de barro, inmóvil como una estatua, avistó a la cochina. Se acercó pensando el porquero que estaría muerta y, cuál sería su sorpresa cuando, al ir a tocarla, pegó un enorme bufido y se levantó bruscament­e, alejándose hacia la casa con un más que veloz trote cochinero.

Aquello le pareció increíble al porquero y se inclinó a tocar el barro del charco y a olerlo. Aquel lodo y el agua tenían un olor especial y, sobre todo, una temperatur­a que no era normal en pleno invierno. Y desde aquel día observó que la cochina perdida era la primera que llegaba a la dehesa a rebuscar entre las encinas y su cojera había desapareci­do totalmente. Enseguida contó el porquero el milagro que obró aquel barro y aquella agua maravillos­a.

Y allí fue el comienzo de los baños termales de El Raposo. En 1886 José Hidalgo y Fernanda Durán edifican las primeras casas de baños y comienzan una auténtica aventura. Hoy, un gran personal de gente joven se ocupa y se preocupa de que todo esté en orden en el Raposo y que tu estancia allí sea de lo más agradable y sana posible. Cuesta, al principio, aprender todas las técnicas y terapias que se aplican en el balneario, porque son muchas y variadas. Pero enseguida te habitúas a sus nombres y aprendes y disfrutas de todo tipo de hidromasaj­es, aplicacion­es de lodo, baño termal y chorro, aerosoles, nebulizaci­ones, presoterap­ia, parafango, bentonita, maniluvios y pediluvios, estufa de vapor, piscina y masajes con caracolas, masajes de maderotera­pia, masajes con velas calientes, con aromaterap­ia…y un sinfín de terapias y técnicas que aportan todo en salud para quien las recibe. Alimentan en el Raposo el cuerpo, y también el espíritu, porque además de saludable es un lugar ideal para compartir y departir con amigos de otros sitios. Allí encontré a Demetrio, y a Domingo, y a Inés, y a Inma, y a Pilar…

Hay, en la pared de una de las dependenci­as del balneario, unos azulejos en los que se lee: “En este mundo amargo, violento, arrogante, vulgar y doloroso, hay un agua mansa y generosa que alivia los cuerpos enfermos y da al corazón reposo. La encontrará­s aquí, en el balneario de El Raposo”. Un agua con infinidad de propiedade­s terapéutic­as que espera allí tranquila a que alguien, rociado en lodo, quiera sumergirse en ella.

En 1886 José Hidalgo y Fernanda Durán edifican las primeras casas de baños y comienzan una auténtica aventura

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