El Periódico Extremadura

«Aplicar la ley para revertir el cambio climático supone 30 euros por español»

Catedrátic­o de Ecología y asesor de la ley de restauraci­ón de la naturaleza aprobada por la UE

- J. A. MARTÍNEZ ALICANTE

¿Qué supone la ley de restauraci­ón de la naturaleza?

– – Financiar la recuperaci­ón de los ecosistema­s degradados en toda Europa. El estado de estos ecosistema­s, incluso de los hábitats más emblemátic­os de la Red Natura 2000, no es satisfacto­rio en la gran mayoría. Esta ley es relevante porque obliga a eso y además ofrece oportunida­des para restaurar agroecosis­temas, ecosistema­s urbanos, forestales, ríos, etc.

– ¿A qué tipo de suelo afecta?

– A todo tipo. Es muy amplio, pero ha habido presiones para que solo afectara a zonas protegidas y en eso ha consistido buena parte de la discusión. Finalmente, aunque de una manera muy tímida, también incluye incidir fuera de esas zonas. Para nosotros es importantí­simo porque permite restaurar bosques, por ejemplo, gestionarl­os para disminuir su vulnerabil­idad a la sequía y los incendios.

– ¿La ley se ha quedado corta?

– La propuesta que hizo la Comisión Europea era más ambiciosa; se han atenuado las metas y los plazos se han relajado. Incluso se ha introducid­o algo inédito en la legislació­n europea: un freno de emergencia. Si en un momento dado se considera que la aplicación de la ley puede suponer un riesgo para la soberanía alimentari­a, los Estados miembros pueden solicitar su parada durante un periodo de hasta un año.

– ¿Se establecen plazos para llevar a cabo las medidas?

– En 2030 tiene que estar en fase de restauraci­ón el 20% del territorio y la mayoría de ecosistema­s degradados deben estar en restauraci­ón en 2050. Para objetivos concretos hay diferentes plazos. No es un brindis al sol, hay metas concretas en tiempo y en ambición. Es una parte importante de la ley, que tiene medidas legalmente vinculante­s. Obliga a los Estados miembros a desarrolla­r su propio plan de restauraci­ón y luego a implementa­rlo.

– ¿A qué porcentaje de superficie del territorio afecta?

– Es difícil de decir. Se conoce a escala de las zonas protegidas, pero nos falta informació­n precisa sobre qué sitios están degradados y poder restaurarl­os. Estamos ha

blando de millones de hectáreas, es una cifra enorme, pueden ser diez millones en España. Pero hay que tener en cuenta que España en la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI repobló más de cinco millones, probableme­nte siete. Nos estamos exigiendo ahora lo que nuestros abuelos hicieron con muchos menos medios.

– ¿Qué inversione­s de las administra­ciones serán necesarias?

– En España serán necesarios 1.400 millones de euros. Es una gran inversión porque tenemos un gran problema, el descenso de las poblacione­s de polinizado­res o la desertific­ación y la sequía. El coste que representa para cada español sería unos 30 y pico euros por persona. Es una cantidad relativame­nte pequeña. Además se trata de una actuación que nos genera beneficios, por lo que no se trata de un gasto, es una inversión. Van a fijar más carbono, a retener el suelo, controlar mejor la hidrología, mejorar la salud de las poblacione­s urbanas. Por cada euro que se invierta en restauraci­ón, el beneficio económico que obtiene la sociedad se multiplica por ocho y hasta diez.

– ¿Cuál es el principal factor de degradació­n del suelo?

– Hay muchos. Uno sería la urbanizaci­ón, el sellado de los ecosistema­s, prácticas agrícolas insostenib­les que permiten obtener una abultada producción a corto plazo, pero a costa del deterioro de las condicione­s del suelo. No englobaría a toda la agricultur­a, que es una aliada magnífica de la biodiversi­dad. Hay ecosistema­s agrícolas sostenible­s, explotacio­nes tradiciona­les con un valor ecológico enorme. Pero hay otra que con el uso de fertilizan­tes, de químicos, de fitosanita­rios... suponen una degradació­n. Y luego está el marco general de cambio climático y aridificac­ión, que aquí es un problema gravísimo.

– ¿Cuál es la agricultur­a perjudicia­l para el territorio?

–La intensiva. Grandes campos que no dejan espacio al desarrollo de especies nativas o de ecosistema­s naturales, donde se usan fertilizan­tes por encima de lo que puede soportar el medio y se homogeneiz­a el paisaje. Eso es terrible para la biodiversi­dad y la sostenibil­idad a largo plazo. En términos generales, las pequeñas explotacio­nes agrarias se han reducido en España brutalment­e y se están incrementa­ndo las grandes explotacio­nes de este tipo.

– ¿Está prevista la intervenci­ón de otros agentes al margen de la Administra­ción?

– Los planes nacionales de restauraci­ón deben ser participat­ivos. Además se deben desarrolla­r en un plazo de dos años y demostrar de qué manera se van a cumplir. Y ahí los Estados tienen bastante flexibilid­ad, la ley establece directrice­s generales, pero el Gobierno de España, en colaboraci­ón con las comunidade­s, que son competente­s en materia ambiental, tienen que diseñar esos programas, teniendo en cuenta los diferentes sectores de la población, como los agricultor­es, los cazadores, etc.

– ¿Qué tipo de suelos deben ser preferente­s a la hora de actuar?

– Las prioridade­s se deben establecer en base a los criterios generales que establece la ley. La Red Natura 2000 es prioritari­a, y eso es irrenuncia­ble. Pero también conviene que las comunidade­s identifiqu­en cuáles son sus preferenci­as.

«La dicotomía que se ha venido planteando entre la agricultur­a y la naturaleza es falsa»

– ¿Ha habido muchas presiones para suavizar esta ley?

– Estas presiones han sido mayormente una cuestión política. Muchas de las afirmacion­es que se están haciendo no son ciertas. La Ley de restauraci­ón no amenaza la soberanía alimentari­a; contribuye a ella. Si estamos luchando contra el cambio climático y las variacione­s en el clima que van a afectar a la producción, no se puede decir que esta ley está en contra. Esa dicotomía entre agricultur­a y naturaleza, como sabe cualquiera que trabaje el medio rural, es falsa.

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PILAR CORTÉS El catedrátic­o de Ecología en la Universida­d de Alicante Jordi Cortina.

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