El Periódico Extremadura

Diferencia de cifras

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5.000 personas en la plaza de la Cibeles de Madrid, según la Delegación del Gobierno, 400.000 personas, según los organizado­res, se manifestar­on contra Sánchez y la amnistía. La ley de amnistía beneficiar­á a 372 acusados, según el Gobierno, a 1.000 según Junts. Esto no es una guerra de cifras sino un cachondeo numérico o no saber contar.

¿No hay manera de contar bien, de ponerse de acuerdo en el método de conteo?

No abultan lo mismo 15.000 personas en una plaza que 400.000, y no ocupan el mismo espacio 372 personas que 1.000 personas en un centro penitencia­rio. Que unos y otros tengan distintos intereses a la hora de reunir a la gente no debería ser justificac­ión para engañar al personal, que se ha de plantear siempre a quién creer.

Una solución sería acotar las manifestac­iones a una avenida, con puertas cerradas en las intersecci­ones de las calles y una puerta principal por donde entrar todos los manifestan­tes y entregar a cada uno un boleto numerado.

La imagen de la semana

sición española, tras la muerte del dictador. Un diálogo plenamente democrátic­o debe basarse en varias premisas: la primera, aceptar la parte de razón que los demás puedan tener.

Nadie tiene toda la verdad y nadie está totalmente equivocado. Dialogar no es convencer, sino compartir diferentes puntos de vista. Quienes piensan diferente no son enemigos ni rivales, sino seres humanos con iguales derechos que nosotros. Se puede decirle a uno: «no estoy de acuerdo en lo que piensas o crees», pero no decirle: «no estoy de acuerdo contigo», ya que eso supone un desprecio total a otra persona. El presidente Zapatero se lo dijo a Hugo Chávez: «el respeto a los demás excluye toda descalific­ación personal».

Quien dialoga gritando impone sus puntos de vista con violencia verbal, intentando ahogar las legítimas posiciones de los otros. Una vez un diputado de un país le dijo a otro: «No estoy de acuerdo con lo que piensa usted, pero daría mi vida porque usted pudiera decirlo». Eso es auténtica democracia. El valor de un ser humano está muy por encima de sus ideas, creencias o modos de vida. Hablar es una de las mejores terapias para acercarnos, querernos y colaborar en mejorar nuestras vidas y las ajenas.

La palabra es, debe ser, un «arma de construcci­ón masiva», si queremos un futuro de paz y bienestar. Pero todo empieza en nuestro interior. Sólo desde nuestro bienestar, podremos procurar el del resto de la gente. La Biblia lo dice muy claro: «Amarás a los demás como a ti mismo» (ni más ni menos). Queda dicho.

Martina Pellejero

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