El Periódico Extremadura

Una de churros

- Angulo* *Periodista

Cuando mis nietos vienen a ver a sus abuelos a la capital extremeña me piden churros para desayunar. Como abuelo responsabl­e sus deseos son órdenes y empecé a recorrer las churrerías emeritense­s hasta que la cata diera sus frutos y encontrara­n el churro ideal; me ha costado pero al fin parece que he dado con la masa que les agrada sobre el chocolate. No sé si hay más pero siete u ocho sí que he recorrido desde el polígono industrial hasta la Rambla, pasando por la rotonda o los Milagros (alguna como la de Noe ha cambiado de sitio durante la inspección). Para cerciorarm­e de la calidad primero los probaba yo, no fuera a escuchar eso tan manido de «Papá que les has dado a los niños», así que he alUn canzado un saber churrero apreciable y unos bultos en la barriga considerab­les. Es lo que tienen los nietos. Los churros con chocolate y, a ser posible, con restos del cacao en los labios son un placer inaudito, español y mañanero. Créanme, no hay mayor que el gozo del chocolate aderezado con mucho cariño y banderille­ado con unos churros calentitos (quemando, vaya).

churro hace familia, humaniza la vida y el ritual preciso de hundir el churro en la taza (por favor, de porcelana) es liturgia apropiada para empezar la mañana o terminar el día (el churro es polivalent­e, vale para la mañana y la noche). Y esto sirve para el invierno y también para el verano que, como es sabido, son junto a la estación del tren las únicas estaciones de

Mérida. El churro, en su apoteosis, huele a infancia, la de mis nietos y la mía a la que verlos comer me retrotrae; huele a feria porque sin coches de choque y sin churrería no se puede llamar feria al evento de septiembre. Y el churro evoca la artesanía porque hay que ser artista para trabajar, como la churrera o el churrero (he visto más mujeres que hombres, bastantes más), la maquinita, creo que se llama extrusora, expeliendo la masa de harina y agua sobre el aceite hirviendo y con precisión cirujana formar espirales crepitando, utilizando unos palitos de madera, o no tan palitos para remover y tender la circunfere­ncia apetitosa. Después cortar, milimétric­amente y con agilidad, los trozos de la espiral con una tijera de diseño (diseño del siglo XVIII)

de forma tal que ni un rayo láser ajustaría tanto las medidas. Los churros, obvio es decirlo, no se chupan, los churros se comen, lo contrario es profanar su liturgia y, como diría el poeta «no lo toques ya más, que así es el churro».

Es cierto que en Mérida siempre hubo churrerías pero sospecho que, de un tiempo a esta parte, han proliferad­o, tanto que de las que he catalogado bastantes eran recientes. A mí me parece estupendo que haya churrerías en la capital autonómica, es de agradecer que se mantenga la tradición a la que, con clientes como mis nietos, le auguro porvenir pues empecé trayéndole­s tres y la cifra va en aumento… Así que «marchando una de churros».

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