Deprisa, deprisa
Creo que estoy absolutamente fuera de la realidad o más bien que la realidad está por completo fuera de mí. Lo comprobé recientemente cuando descubrí que existe una tendencia absolutamente implantada, que yo nunca he practicado y que me horrorizaría incorporar a mi vida, la del `speed up' o `speed watching', es decir la de acelerar audios y vídeos, imagino que para poder rentabilizar más nuestro desaforado consumo de contenidos y así convertirnos en lo que ya tiene un nombre: `faster'. «No me da la vida», esa frase agónica y trágica que muchos nos decimos al día, estoy convencida de que no requiere de más prisas, sino todo lo contrario, de una calma que nos permita ser conscientes, incluso en momentos de una actividad frenética, del lujo que supone estar vivos, de ese maravilloso viaje a Ítaca en el que nunca deberíamos apresurar el viaje, como nos decía Kaváfis.
Siempre he tratado de que el tempo que marcase la banda sonora de mi vida, aún en la etapa en la que conjugar el periodismo con la crianza de dos niñas no era nada fácil, fuese el del `allegro ma non troppo' (rápido pero no tanto), y ahora claramente me decanto, aunque traten de impedirmelo en todo momento, por el `moderato', el “'andante' o el `adagio'. No es de extrañar que en ese querer vivir al `x1,5' la magia de la conversación a tiempo real se esté perdiendo a marchas forzadas, nunca mejor dicho, y que sea cada vez más frecuente descubrir qué poca gente escucha de verdad, en la urgencia de poder soltar cuanto antes su perorata y listo, a otra cosa mariposa.
Al parecer, todo esto de acelerar la velocidad de lo que se ve y oye en audios y vídeos está justificado por algo que ya también tiene su nombre en inglés, el FOMO (Fear of missing something), es decir el miedo a perderse algo, cuando en realidad con esta sobreestimulación, con querer estar en todo a la vez en casi todas partes, uno lo que se pierde es la vida de verdad, no la que está en las pantallas, esa que te hace disfrutar y regocijarte alejada de la ansiedad y el estrés, esa que te permite sentir, pensar y emocionarte a lo grande, como solo se puede lograr en calma. Además, en ese consumir cultura y entretenimiento como yonkis, deprisa deprisa, se pierde el valor del propio producto en sí, pues un factor como el ritmo es y será siempre esencial para la composición de una obra, ya sea una canción, un vídeo o un podcast.
En mi bucear por hábitos que inexplicablemente desconocía leo un párrafo que me deja estupefacta: «Los usuarios de Youtube ahorraron de media más de 900 años de tiempo al día en 2022 gracias a aumentar la velocidad de reproducción de los vídeos». De inmediato pienso en toda la belleza que se habría `ahorrado' la humanidad si todas las obras de música clásica se hubieran escuchado en `Allego prestisimo con fuoco' (extremadamente rápido) o si no nos hubiera estado permitido regodearnos en todas aquellas canciones que hemos amado hasta conocer al detalle sus letras y sabernos de memoria cuando entraba ese solo de guitarra que nos hacía sentirnos más vivos que nunca.
¿Qué sería de las películas de Alfred Hitchcock si se aceleraran? Perderían toda su esencia, ese tiempo suspendido precisamente en el suspense, esa sensación de incertidumbre sostenida, esas atmósferas tan reales que eramos capaces de temblar, como lo hacía Joan Fontaine en `Rebecca' cuando el ama de llaves la miraba fijamente en silencio. Adónde hubieran ido, si hubieramos visto a velocidad `x1,`, las miradas brillantes y emocionadas de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca y dónde se habrían quedado frases tan memorables e inolvidables como «el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos».
Qué sería del humor de Eugenio sin su parsimonia; del de Gila sin observar la expresión de su cara o del de cualquier monologuista sin estar atentos a la genialidad lúcida y ocurrente del propio monólogo en sí. Cómo hubieramos podido sentir que conociamos Nueva York, sin haber estado nunca allí, si no nos hubieramos parado junto a Audrey Hepburn en la Quinta Avenida frente al escaparte de Tiffany's en Desayuno con diamantes o asomado con ella al alféizar de una ventana en East Side. Acelerar el tiempo es una aberración en el arte y en la vida. Para mí, está claro, así es que estoy dispuesta a resistir con lentitud y sosiego, en una especie de huelga de celo vital, precisamente para no perderme nada de lo bello que es vivir y emocionarse con ello.