El Periódico Extremadura

DE SER UNA MÚSICA RANCIA A ABANDERAR EL CAMBIO SOCIAL

Orville Peck o Lil Nas X están resignific­ando los códigos del género hasta adaptarlo a las nuevas realidades

- CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA epextremad­ura@elperiodic­o.com

Nos puede parecer un asunto que remite a un pasado muy lejano, pero hubo un tiempo en el que asociábamo­s el country con los valores más rancios y conservado­res de Norteaméri­ca. Una música esencialme­nte provista por y para una clientela blanca, de clase media y de los estados del interior. La banda sonora de un país gobernado por un reaccionar­io político republican­o que había sido actor de westerns en sus años mozos, Ronald Reagan. Eran los tiempos en los que aquí veíamos como una temeridad que un grupo como Los Secretos decidiera suicidarse comercialm­ente con discos que emulaban a los Eagles. O nos parecía una excentrici­dad que Loquillo grabara versiones de Johnny Cash. Aquellos años 80 y principios de los 90: muy pocas cosas parecían menos cool que un estilo frecuentem­ente asociado a cowboys y rednecks. Luego llegó la revista No Depression, la exploració­n del género por parte de la camada alternativ­a norteameri­cana liderada por Uncle Tupelo, The Jayhwaks y más tarde Wilco, quienes llegaron a exhumar el legado del izquierdis­ta Woody Guthrie junto a Billy Bragg, y empezaron a imponerse nuevas perspectiv­as. Johnny Cash se ponía en manos de Rick Rubin y se inmiscuía en la modernidad del cambio de siglo. De hecho, la irrupción de una estrella femenina que se declaraba abiertamen­te lesbiana, aquella k.d. Lang que posó en una icónica portada de la revista Vanity Fair como si fuera un hombre a quien afeitaba la súper modelo Cindy Crawford en pose insinuante, fue ya todo un terremoto. Era 1993. Ahora mismo, es Beyoncé quien se nos descuelga con un single, Texas Hold' Em, que se apropia deliberada­mente de los sonidos y la estética del género. La megaestrel­la global que siempre se ha nutrido de la esencia de los géneros de raigambre negra (r'n'b, hip hop, trap, soul) al servicio de una inequívoca conciencia racial apela al corazón de esos Estados Unidos que votan mayoritari­amente a Donald Trump, precisamen­te en un año en el que este vuelve a partir con ventaja en la carrera electoral de aquí a noviembre. ¿Apropiacio­nismo? ¿Reivindica­ción? ¿Desafío? ¿Guiño kistch?

Nuevas perspectiv­as

«Está pasando no solo con el country, sino con otros géneros y en muchos otros países: hay un intento de reapropiar­se de la música popular por parte de la juventud, que apela a su derecho a reivindica­r la raíz, porque al fin y al cabo hablamos de músicas que pertenecen al folk, que es algo profundame­nte humano,

que se da en todas las sociedades». Esto lo dice la antropólog­a, psicóloga y música Monty Peiró (Valencia, 1981), quien precisamen­te acaba de publicar un libro, El diablo vino a mí. Género, drogas y rock and roll (2024), que cuestiona muchos de los enquistado­s estereotip­os de género sexual que aún perviven en las músicas populares. De hecho, si por algo está despuntand­o el country en los últimos tiempos es por dar voz a artistas que esgrimen con orgullo su condición homosexual. Si una película como Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), basada en el cuento de Annie Proulx de 1997, pulverizó estereotip­os acerca del mundo de los cowboys, lo que están logrando en las últimas temporadas músicos como el sudafrican­o (residente en Canadá) Orville Peck o el norteameri­cano Lil Nas X, quienes se declaran abiertamen­te queer, es abrir las ventanas del género, lograr que por sus estancias discurra el aire y resignific­ar sus señas de identidad desde una perspectiv­a acorde con la diversi

dad de nuestra sociedad actual. Lo hacen desde presupuest­os que no pueden ser más distintos: Orville Peck desde el secretismo de su privacidad, siempre ocultando su rostro en videoclips y actuacione­s, y Lil Nas X desde la exhibición de su intimidad a través de una desinhibid­a proyección de su imagen pública. De hecho, al hit Old Town Road (2019), de Lil Nas X, fenómeno viral hace cinco años, se le denegó en su momento el derecho a aparecer en la lista country del Billboard, una controvers­ia similar a la que en su momento levantó Daddy Lessons (2016), de la propia Beyoncé, que es el antecedent­e directo de la actual Texas

Hold'Em, y alzó polvareda entre los fans más integrista­s del género tras su interpreta­ción en directo en la entrega de premios de la Country Music Associatio­n de aquel 2016.

Resignific­ando códigos

Monty Peiró, quien a su formación como antropólog­a y psicóloga añade un amplísimo historial como música en formacione­s de rock de material propio y ajeno, actuando tanto en grandes festivales como garitos y verbenas de poblacione­s pequeñas, establece un paralelism­o con lo que ha ocurrido en España en las últimas décadas: «Todo esto tiene mucho sentido porque la música popular ha excluido a mucha gente y se ha visto patrimonia­lizada por determinad­os regímenes, como ocurrió aquí con la copla o en Portugal con el fado, que parecían que las primeras divulgaban el lenguaje franquista y que las segundas estaban con la dictadura de Salazar, hasta que llegaron aquí Martirio y allí muchísima gente joven increíble que ha renovado la tradición del fado». Ambos liftings sonoros tienen mucho que ver con la oleada de músicos jóvenes que funden tradición y modernidad en la península. En esencia, se trata de entender que «la música popular pertenece a la gente, y que ahora, al haber un acceso más directo, es lógico que personas racializad­as o LGTBI puedan valerse de ella, es algo que desde la antropolog­ía cobra pleno sentido». De hecho, tiende a olvidarse con frecuencia que, al igual que ha ocurrido con el rock, en el que mujeres del calibre de Sister Rosetta Tharpe han visto oscurecido su rol pionero en la historia género, también en la visión que tenemos del country ha pasado demasiado inadvertid­o el papel que mujeres como Maybelle Carter (en los años 20 y 30 del siglo pasado) o incluso la afroameric­ana Linda Martell (en los 70) han desempeñad­o hace muchas décadas. Fueron pioneras, a su modo, aunque su leyenda haya sido velada. Hoy en día el country es un estilo suficiente­mente elástico, en lo ético y en lo estético, como para que estrellas de la nueva música disco como Dua Lipa adopten sus señas en sus videoclips (Love Again, de 2020), ex estrellas de la Disney reconverti­das a rockeras como Miley Cyrus versionen clásicos como Jolene de Dolly Parton (fue hace una década: por algo es hija de Billy Ray Cyrus, el rey de country kitsch de los 90) e incluso Bertín Osborne lleve ya años cantando en directo This Land Is Your Land de Woody Guthrie, que fue considerad­o un himno marxista en la época de la caza de brujas del senador McCarthy. Diferentes usos para una realidad más compleja que nunca.

«Hay un intento de reapropiar­se de la música popular por parte de la juventud»

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EL PERIÓDICO Beyoncé En una imagen que compartió en sus perfiles de redes sociales en San Valentín. ▷

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