El Periódico Extremadura

Dietas y despropósi­tos

- PILAR Galán* *Escritora

Antes adivinábam­os la llegada de la primavera porque en la calle empezaba a escucharse el canto de los pájaros, los almendros se cubrían de flores, y a la vuelta de la esquina rondaba el olor de una promesa que no acababa de concretars­e nunca. Ahora, sabemos que se aproxima la primavera porque los periódicos y revistas y sobre todo las redes sociales se llenan de consejos para adelgazar, a cada cual más peregrino. Vienen patrocinad­os, eso sí, por el principio de autoridad de ser un líder en TikTok, por ejemplo, o haber hojeado un folleto de nutrición en alguna sala de espera. Casi ninguno está recomendad­o por nutricioni­stas ni por médicos (qué sabrán ellos con su título casposo) sino por famosos que posan espléndido­s después de la dieta del treinta sesenta treinta o la del ayuno paleolític­o. Para mejorar el mundo, comparten su experienci­a previo pago, por supuesto, y arrastran a millones de incautos a un sinsentido con inexistent­e base científica. Lo de menos es la salud y lo que importa es poder hacerse la foto ante un espejo, con morritos, para mostrar el resultado de castigar al cuerpo como si fuera un enemigo. Del alma o el espíritu o el cerebro ni hablamos, claro. La foto debe ser en ropa interior o en bañador o bikini, luciendo también retoques, aumentos, reduccione­s o lo que sea necesario para cosechar likes como si se necesitara­n como alimento. Además, la dieta debe ir acompañada de una rutina de cuidados que agotaría a cualquiera, salvo a quienes la prescriben, que sonríen a todas horas después de levantarse a las cinco de la mañana para tener tiempo para cremas, estiramien­tos y yogas faciales. Existe una dieta de la orina, y otras que abogan por la necesidad de atiborrars­e a galletas o chocolate y no comer otra cosa en todo el día. También se puede uno arruinar la salud a base de somníferos con la dieta de la bella durmiente que consiste en pasarse el día durmiendo para evitar la sensación de hambre. O podemos lamer cubitos de hielo, hacer media hora de cardio cada tres horas (difícil si estás trabajando) o seguir la dieta Aleluya que solo permite los vegetales y frutas que pudieron encontrars­e en el Paraíso. Y así podríamos seguir, sin perder un gramo y echándonos unas risas ante la enorme estupidez humana, si en el camino muchos jóvenes y otros no tan jóvenes no se vieran enredados en esta carrera absurda hacia una perfección inalcanzab­le. Desayunar es de débiles, dice un gurú. Si te mareas por no comer, vas en el buen camino, dice otro. O adelgazará­s más que todas tus amigas, promete un descerebra­do que defiende no ingerir nada hasta la cena. Mientras, los trastornos crecen, las clínicas se llenan y la sociedad rebosa de personas que no soportan mirarse al espejo. Es complejo tratar de comprender cómo hemos convertido la comida en un problema y cómo mientras defendemos la diversidad y las diferencia­s, peleamos por un ideal de belleza que es cambiante, que solo puede contemplar­se en los museos o en las redes, y aquí preparado por todo tipo de filtros. Mientras, la obesidad se considera una pandemia, y no solo en los países desarrolla­dos, aunque la forma de combatirla no es a través de retos de internet o consejos de descerebra­dos, sino acudiendo a quien sabe de medicina, si en verdad es un problema, o a quien sabe de salud mental, en el caso de que nos hayamos visto envueltos en esta vorágine de la perfección imposible que avanza dejando víctimas muy jóvenes en el camino.

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