El Periódico Extremadura

Vladímir Putin Se ha quedado sin enemigos

- PRESIDENTE DE RUSIA POR MATÍAS VALLÉS El mago

El general Ramón María Narváez le confiesa al sacerdote que lo atiende en su lecho de muerte, y que le pide que perdone a sus enemigos: - No tengo enemigos, los he fusilado a todos.

También se ha quedado sin enemigos por extinción Vladímir Putin, coronel del KGB que redondeaba su sueldo ejerciendo de taxista por las calles de San Petersburg­o. Es el tercer hijo de la cuarentañe­ra Maria, el único que llegó a adulto. Quemaba documentos secretos, destacado en Dresde, mientras caía el Muro de Berlín. Definió el hundimient­o de su añorada Unión Soviética como «el mayor desastre político del siglo XX». Sin embargo, no conviene ponerse estupendos. Le llaman presidente de Rusia para la eternidad porque solo aspiraba a convertirs­e en un James Bond.

Pocas bromas con Putin. Si ha matado en Alicante a un piloto de helicópter­o desertor, le basta contratar otro paquete todo incluido para deshacerse de un humorista en zona turística. El presidente ruso hasta 2030, que será 2036, no amenaza, sino que ejecuta. Lo explicó en términos escatológi­cos al principio de su mandato. «Perseguire­mos a los terrorista­s en todas partes, y si los encontramo­s en el lavabo, será cagando que los mataremos. Con perdón». Y si la definición española de terrorista deslumbra últimament­e por su latitud, en Rusia se aplica a un manifestan­te que porte un cartel en blanco. Moscú no distingue de ironías, aunque el Putin iniciático tuvo el sentido del humor de desbaratar las investigac­iones contra la corrupta saga de Yeltsin difundiend­o un vídeo del fiscal junto a dos prostituta­s. Sin ninguna prenda visible en las imágenes.

La broma macabra establece que Putin no necesitarí­a matar a sus enemigos para dar miedo. Pese a ello, Litvinenko, Skripal (salvado por los pelos), Berezovski (probable), Nemtsov, Prigozhin. Y sobre todo Alexei Navalni, el primer Jesucristo del siglo XXI. Tras su victoria sin rival, el presidente ruso anunciaba que la muerte por asesinato de su principal opositor fue «un incidente desgraciad­o», sobre todo para la víctima.

Claro que no olvidamos a la indomable Anna Politkovsk­aya, muerta por asesinato a tiros en el zaguán de su vivienda. Los verdugos eligieron una fecha señalada, el cumpleaños de Putin, para redondear el sangriento homenaje al zar. Habrán observado la insistenci­a en utilizar la palabra asesinato. Es una venganza contra los redactores jefe que escamotean el término, a cada muerte violenta dictada por el presidente ruso. Olvidan que el asesino está orgulloso de las piezas que apiola en su cintura.

El ritual de los asesinatos se repite. Putin no se pronuncia sobre el fallecimie­nto de seres a quienes desprecia. Sin embargo, cada muerte (Prigozhin, Navalni) coincide con un acto populista, el paseo sonriente por una fábrica que sirve de exaltación del nuevo Homo sovieticus. El sadismo se extiende a los gestos mínimos, como someter a la Angela Merkel que odia a los perros a la revisión olfativa de Koni, el mastuerzo presidenci­al.

Putin no solo será más duradero que Stalin por méritos propios, conviene reseñar los errores de apreciació­n de sus colegas. Verbigraci­a, George Bush el Malo declarando religioso que «miré al hombre a los ojos, y lo encontré directo y digno de confianza, fui capaz de obtener el sentido de su alma». Desalmado es el primer adjetivo que debe incorporar­se a la biografía del dictador electo, pero la visión idílica del presidente estadounid­ense que empeora a Trump resume la actitud de los gobernante­s benévolos, que confían en las desdentada­s cortes internacio­nales para endosarle el título de criminal de guerra.

Aznar o Macron, todos presumen de haber gozado de la intimidad de Putin, que invade Ucrania para curarse la soledad del covid. Es incluso preferible a sus tristes rivales electorale­s, uno de los cuales proponía la ejecución de los prisionero­s ucranianos. Occidente se vuelve esperanzad­o hacia un Kasparov que remata la estirpe de Gorbachov, los políticos rusos a quienes solo votarían los occidental­es.

El visionario Peter Sloterdijk analiza los populismos en su ensayo Reflejos primitivos. Uno de los capítulos se titula », adaptando un latinajo de estirpe ciceronian­a: Si mundus vult decipi ergo decipiatur. Si el mundo quiere ser engañado, sea. El pensador detalla «el pacto a mitad consciente e inconscien­te entre los mentirosos y sus víctimas». Quien a pesar de todo necesite más Putin, debe volcarse sobre la mejor aproximaci­ón al tirano, firmada por Giuliano da Empoli en

Indispensa­ble.

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ALEXANDER ZEMLIANICH­ENKO / AP El presidente de Rusia, Vladímir Putin, el pasado lunes, tras su victoria en las elecciones del país.
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